Durante la homilía el joven presbítero chino que presidía la Eucaristía -del 20 de enero de 2012- dijo: “No es en la teología donde se encuentra a Dios, donde se experimenta a Dios. Es en la oración, en la espiritualidad”. Invitaba a quienes le escuchábamos -profesores y alumnos de teología- a participar en encuentros de oración y espiritualidad en un determinado lugar. Me causó perplejidad escucharlo. La verdad es que el desprecio de la teología, como lugar de encuentro con Dios y de experiencia de lo divino, lo he visto reflejado en expresiones que repetidamente he escuchado: “No es en el estudio de la teología donde se experimenta a Dios! ¡A Dios se le encuentra en la vida ordinaria, en los grupos de oración, en el encuentro con el pobre, en la naturaleza, dentro de uno mismo!
Esta forma de hablar me deja perplejo. Me hace preguntarme: Si esto acontece de verdad, ¿cómo es posible que allí donde todo se concita para pensar y hablar sobre Dios y su misterio, no tenga lugar la experiencia de Dios? ¿Qué le está ocurriendo a la teología, qué clima se está creando en las aulas de Teología, qué nos está ocurriendo a los profesores y profesoras de teología, a quienes escribimos sobre teología, que al parecer no somos capaces de crear contextos favorables para la experiencia de Dios?
Puede ser que el presbítero chino, como por otra parte, no poca gente, sean injustos al minusvalorar de esta manera la teología y su estudio. Pero también puede ocurrir, aquello que le sucedió a Elías ante la manifestación de Dios: que no estaba allí donde se suponía que debía revelarse.
¡Y allí… no estaba Dios!
Cuando la teología es polémica. Desgraciadamente ha habido teólogos y teólogas que, por defender la recta fe, han hecho de la elaboración y la enseñanza teológica una especie de cruzada. Son aquellos que todo lo miden por el baremo de la ortodoxia: “¡esto va contra el magisterio! ¡esto no se puede sostener! ¡Esta expresión no es rigurosa! ¡Esto puede confundir!”. Otros y otras defienden también su visión totalmente opuesta a la anterior: son defensores de una ortodoxia progresista, demoledora de la tradición, antijerárquicos y dogmáticos en su progresismo. En lugar de dialogar entre sí, las teología se contraponen, se niegan mutuamente, se odian, se desprecian. La Escritura diría: “Y allí no estaba Dios!”
Cuando la teología se vuelve exhibicionista y jactanciosa. Hay teólogos que sientan cátedra inmediatamente. Les gusta escucharse y que les escuchen. Siempre que pueden hacer alarde de su saber, de las últimas investigaciones, de sus últimos hallazgos. Acallan a los demás a base de presunción. de aportación de sus múltiples conocimientos, de erudición y de capacidad de elaborar grandes síntesis. Desprecian todo aquello que les parece que no tiene altura, lo que no entra en su sistema. Solo tienen ojos para lo propio y lo que ellos construyen. Minusvaloran a quienes no están a su altura. Envidian y polemizan a quienes puede hacerles frente. Allí asoma la egolatría. a Escritura diría: “Y allí no estaba Dios!”.
Cuando la teología se pone al servicio de una ideología. Es más frecuente de lo que parece la utilización ideológica de la teología (defensa de la ideología marxista, capitalista, neoliberal, feminista, ecologista, del fundamentalismo o el tradicionalismo religioso). El recurso a teología Dios parece instrumentista. Se recurre a la Teología como prueba, a la Escritura como un argumento más. Así, la teología queda totalmente sometidas a intereses que la hacen sierva de determinados intereses y esquemas. Y la Escritura diría: “Y allí no estaba Dios”.
Cuando la teología queda cautiva de su pasado: Existe una teología que renuncia a dar nuevos pasos en la historia, que rechaza la profesionalidad, el camino hacia nuevos horizontes. Prefiere quedarse en lo “ya conocido”, lo “ya adquirido” Da igual que quien así se expresa sea un conservador escolástico o un progresista en los años 70: siempre dicen y repiten lo mismo. Admiran tanto el pasado reciente o antaño que vuelven a la teología cautiva. Los conservadores dan un paso más, si alguna instancia magisterial lo da. Los progresistas dan un paso más, si nuevas teorías vienen a ratificar sus ideas. Esta teología ubica a Dios en el pasado. No reconocer el pasado como etapa, sino como meta. El futuro es para ellos la imposición del pasado. Pero ¿no es la escatología la madre de la teología? ¿No hay que esperar un cielo nuevo, una tierra nueva… una teología nueva? Si está cautiva del pasado, ¿cómo puede Dios -el que fue, es y será- estar presente en esa unidimensión? Y ¡allí no estaba Dios!
Cuando la teología cede a las tentaciones del poder universitario: Entonces se reviste de poder académico, de prestigio universitario, de promociones, togas y birretes, de estrados y presidencia, de sistemas de escalafón. La teología se aleja de Jesús y se acerca a los maestros de Israel, aquellos que echan cargas pesadas sobre los hombros de los demás, pero ellos ni ofrecen un dedo para levantarlas. El Maestro que dijo “aprended de mi que soy manso y humilde de corazón” parece bastante alejado de las intrigas universitarias y teológicas. Y Dios no estaba allí
Para superar la tentación: ¡Ven, Espíritu de Sabiduría!
No lo podemos negar. Son muchas las tentaciones que nos acosan a quienes hemos sentido la seducción de la Teología. Ya dijo en una ocasión Henry de Lubac que no hay palabra en torno a la cual se oculte tanta hipocresía como la palabra “Dios”. La teología ha de evitar pronunciar el nombre de Dios “en vano”, con ligereza, con presunción.
La teología apofática es el primer paso. Ella habla de Dios con temor y temblor. Siente el pasmo de lo divino. Se queda sin palabra. Se emociona ante el Misterio, rehuye el excesivo razonamiento y, a veces, entra en la tiniebla luminosa. La teología apofática teme profanar el nombre de Dios que es “santo”. Se adentra en el estudio del misterio como si fuera una intrusa… casi de puntillas. La teología apofática da acceso a la experiencia mística. Abre la puerta, el umbral – ¡detrás está la sombra divina!-. Pero no lleva a un lugar donde “todo está claro”, “donde todo se entiende”. Allí probablemente habita “otro”, pero no es Dios. La teología apofática tiene también un reflejo en la antropología apofática. También el ser humano se pregunta: ¿Y quién soy yo? Es entonces donde se habilita para reconocer la Alianza entre dos oscuridades, entre dos misterios.
Una teología respetuosa con la ciencia que investiga constantemente y ofrece sus resultados provisorios. No la humilla, ni la desprecia. La admira e interpreta sus logros como resultado del gran esfuerzo de la creación por entenderse a sí misma. La teología, como anciana maestra, comprende el entusiasmo que los descubrimientos científicos encienden; no quiere ser aguafiestas, pero sí invita a reconducir el fuego para que no se vuelva destructivo; la antigua ciencia sobre Dios se ofrece así a un diálogo intergeneracional con la joven y secularizada ciencia de nuestro tiempo. La teología respetuosa no es un viejo gruñón que de todo sospecha y todo condena. La teologái respetuosa es humilde y solidaria. No tiene inconveniente en insertarse en la gran estructura del pensamiento humano, dialogar y dejar que el Espíritu la acerque cada vez más a la verdad completa.
No una teología de estrellas, sino de constelaciones: los buenos teólogos y teólogas no se sienten “únicos”, astros en un firmamento sin estrellas. El bueno teólogo se siente representante y portavoz. No es teólogo por oposición o títulos, ante todo, sino porque capta lo que le ocurre a la mente humana cuando quiere dar razón de su esperanza. El teólogo o la teóloga profesional son aquellas personas que integran sus conocimientos técnicos y personales en la constelación de la teología eclesial, de la teología de los sencillos a quienes Dios revela sus misterios, de la teología que la historia va destilando siglo tras siglo, año tras año. La teología de constelaciones no es envidiosa, ni polémica. Es creadora de comunión, diálogos, convergencias. Ser teólogo o teóloga es ser portavoz de los rumores del Espíritu entre los creyentes.
Es una teología seducida por la utopía apocalíptica. Asume el pasado como rampa de lanzamiento para llegar al presente y dar el salto para volar hacia el futuro de Dios. El la línea de tiempo nuestra vida individual es muy corta, insignificante: “vita brevis”. Por eso, la añoranza de la buena teología es no ser “teología del instante”, “teología del momento”, ni tan poco ser una repetición constante de la teología del pasado. La teología siente la seducción de aquello que está por venir y nos ha sido prometido. Por eso, habla el leguaje de los soñadores, los visionarios, de quienes creen en las inauditas promesas de Dios.
Es una teología, ante todo, que nace de la misión: hubo teología en los profetas a partir de la misión profética; surgió la teología del nuevo testamento como expresión reflexiva de la misión. No es la teología la que configura la misión. Es la misión de Dios en Cristo Jesús y en el Espíritu, en la Iglesia y en el mundo, la que configura la auténtica teología. Esta teología viene de Dios, viene del Espíritu Santo. Es sapiencial, recibida, mágica, superatractiva. El teólogo la teóloga se sienten abrumados por lo que se les ha concedido: “lo que hemos visto y oído, lo que han tocado nuestras manos respecto al Verbo de la Vida… eso os lo comunicamos… para que estéis en comunión con nosotros”. El teólogo sabe que la fe es una gracia y, muchas veces, es como una luz intermitente, como el sol que aparece y desaparece al ritmo de las nubes. La pasión por la teología introduce al teólogo en el padecimiento de la incertidumbre, de la incapacidad para dar razón a lo que siempre se afirmó, en la ausencia y noche de Dios, en el infierno de la duda. El afán por encontrarse con la luz lo ciega: “Señor, que vea”. A veces, la fase mística del teólogo, teóloga consiste en un “toda sciencia trascendiendo”. El sabio teólogo no recurre a muchas complicaciones teóricas. Confiesa su “docta ignorancia”. Se emociona a las puertas de lo incomprensible. Y a veces… hasta tiene miedo.
¡Y… allí sí que estaba Dios!
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