Y … se delató al exclamar ¡Abbá!

dios2Es muy difícil hablar de Él o de Ella. Convencionalmente llamamos a esa realidad “Dios”. Es un nombre excesivamente genérico. Es como llamar a alguien “médico”, “profesor”, “fotógrafo”… Los antiguos griegos calificaban con el nombre de “dios” todo aquello que era excelente, que funcionaba bien.

No conocemos su nombre sustantivo, su identidad. Identificarlo con lo que vemos o concebimos sería una idolatría. Habita en una luz inaccesible. Quienes intentan defender o probar su existencia resultan ridículos; y exactamente lo mismo quienes se oponen a ella y prueban que no existe. Los indiferentes ante su realidad, se encarcelan en un infértil trozo de tierra y son unos perdedores.

El Misterio no necesita apologetas ni propagandistas; quizá se ría de sus enemigos y se compadezca de los indiferentes. Quien quiera encontrarlo en lo alto por medio de su esfuerzo ascético, lo tiene imposible; quien en lo más profundo por medio purificación se hallará con el vacío. No se puede dominar el Misterio. ¡Que es dios y no hombre! ¡No lo busques que tu búsqueda lo destruye en ti! ¡Espera que llegue!

Hay quienes dicen que llega y que se hace padecer. A veces te alcanza y te cala hasta los huesos, como una lluvia torrencial inesperada; otras te deja atónito, sin palabra, sin aliento, transido de alegría o de dolor. Sabes que es Él o Ella, pero no te atreves… Su nombre es impronunciable. Decir Él o Ella resulta insatisfactorio; decirlo para afirmarnos en nuestro género masculino o femenino en contra del otro es indigno; sentirlo en el simbolismo del género diferente sí es un precioso camino… porque ¡a su imagen nos creó… hombre y mujer!

Ningún nombre lo puede nombrar. Su nombre es santo. Es mejor callarse y evocarlo Sin embargo, son miles las voces a través de las cuales dicen que habla; inmensos y casi insoportables, los silencios en los que se hace notar. Las personas más sensibles perciben su misteriosa presencia por doquier. Nos dicen que hay que ser muy sencillos, hasta pobres y humildes, que hay que renunciar a la posesividad y al intento de alcanzarlo. ¡Está! ¡Es! Así lo percibió en su juventud, Moisés, el profeta de tiempos antiguos. ¡Está viniendo! Su presencia es ausencia y su ausencia es presencia.

Quienes lo han percibido en los últimos tiempos, hasta dicen que tiene un hijo en la tierra, un hijo único. Ya lo han identificado: Jesús o Josué, el hijo de María y de nadie más. Su nacimiento irregular suscitó sospechas. Murió crucificado. Sin pronunciar su nombre santo, lo descubrieron llamándolo estremecido ¡Abbá! Al morir en la cruz, le escucharon quejarse de abandono y también en un huerto por la noche, unas horas antes.

Siguiendo esa pista, el Misterio comienza a hablar de otra manera. Jesús es la clave. Es cuestión de observarlo, de no perder ninguna de sus palabras y de sus gestos, de seguirlo a todas horas, de resistir hasta el final. Es un hijo muy discreto. No vocifera, ni grita. La caña cascada no la quiebra. Ninguna insignia especial lo caracteriza. A veces parece anonadado. Es humilde, pacífico. Se sienta a la mesa con cualquiera. Dignifica a la persona que se le acerca. Salvó a gente que estaba al borde del precipio y de la desesperación. Nadie habla como Él. Pasó haciendo el bien. Se aira. Pero da la impresión de que es más de celos que de otra cosa. Parece que lleva fuego dentro. Uno se pregunta si así será su Padre. Alguno de sus seguidores se atrevió a resumirlo todo diciendo que el Padre de Jesús es Amor. Que lo da todo. Es inimaginablemente gratuito. Dio y entregó a su único hijo. Nos quiere como a hijos e hijas. Nos busca. Viene. Habla. Se manifiesta a quien se hace como un pequeño capaz de exclamar: ¡Abbá!

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Una respuesta en “Y … se delató al exclamar ¡Abbá!

  1. M Carmen dijo:

    Sí, es cierto que “Dios”, la “trascendencia” es por encima de todo “imposible”. Imposible intentar abrazar lo Infinito, lo Eterno…imposible siquiera buscar adjetivos para lo que sencillamente está fuera del pensar y el sentir humanos…y sin embargo , pensando en Ella-El, parece que vivimos junto a un velo opaco pero leve: a veces el aire lo agita y el velo deja un resquicio por el que nos aferra la certeza de que está ahí…y toda la existencia se estremece y nos asomamos durante un segundo a la eternidad.

    Pero el Misterio se hace hombre concreto y el hombre concreto le llamá “papá”. Y yo, desde mi ser de madre, me pregunto…¿Cómo puede Dios amarnos más de lo que yo amo a mis hijos? ¿Puedo imaginarme a ese Misterio imposible contemplándome en silencio, en un silencio estremecido, como yo contemplo a mis dos niños cuando duermen, acariciándoles el rostro, arropándoles e improvisando sonrisas por sus gestos mientras sueñan? ¿ puede Dios sentir que se le rompe el alma y se le escapa la vida entre las manos cuando me alejo, como aquella vez en la que mi hija de siete años volvió sola a casa sin avisar y la busqué durante una hora sintiendo que me faltaba el aire y que si no aparecía no podría seguir viviendo? ¿puede Dios convertirme en el centro de su ser, en su meta , en su felicidad y su mayor preocupación?

    Y si esto lo siento yo, una mujer humana y limitada…¿Puedo siquiera imaginar todos esos sentimientos en un corazón ilimitado, infinito, perfecto?…

    Vuelve a aparecer entonces el vértigo ante el Misterio, y la certeza que apuntas en tu artículo de que no es posible pensarle, imaginarle o buscarle…sólo seguir caminando, esperar a que el velo vuelva a agitarse y mientras…aferrarnos a Jesús, al misterio hecho hombre, hasta que llegue el encuentro definitivo.

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