Hasta ahora nunca se nos habría ocurrido hablar de “Capítulos Generales y provinciales” modo Pandemia”… o de cursos de formación, encuentros de diverso tipo “modo pandemia”.. Llevamos más de un año. La pandemia nos ha trastocado todos nuestros planes y calendarios. Y en especial ha trastocado las fechas de no pocos Capítulos Generales y provinciales o de reuniones importantes programadas. Se pensaba, por ejemplo, que lo convocado para el pasado mes de junio, podría celebrarse en octubre… y si no en octubre… en marzo o abril… Ya estamos en abril y todavía nos preguntamos si será posible en Julio o en Agosto…
La pandemia ha trastocado nuestros planes… en lo que al tiempo de nuestras reuniones tan importantes se refiere… es decir, aquellas que requieren presencia física y no basta el encuentro on-line. La participación en los encuentro más importantes y que requieren presencia física congrega a personas de diferentes naciones y continentes. La normativa internacional y los “cierres perimetrales” de naciones y fronteras, lo impiden.
Fíjenos nuestra atención en algunas implicaciones y deduzcamos de ellas una consecuencias positivas. Mi reflexión surge después de sentirme inspirado por la lectura de un interesante artículo de filósofo surcoreano Byung-Chul Han -publicado simultáneamente en diverso medios con fecha 21 de marzo de 2021- y titulado ” Teletrabajo, ‘zoom’ y depresión“.
1. El retraso y la “descolocación temporal”
Lo que parecía intangible desde el punto de vista del derecho, ahora se vuelve necesario. Éramos estrictos en el tiempo de la celebración de nuestros Capítulos, en el cumplimiento de lo programado y sus fechas… Cualquier dilación del Capítulo o de lo programado requería permisos especiales -en casos más solemnes, concedidos por la Sede Apostólica; pues de no hacerlo se caería en situaciones de ilegitimidad.
Ahora, la incertidumbre respecto al tiempo de la celebración de los Capítulos Generales o Provinciales cunde por doquier. Los gobiernos generales de las congregaciones entran en la fase de “prolongación de sus mandatos sine die“. Acostumbrados a funcionar por sexenios, o cuatrienios, o trienios, ahora nos acosa la incertidumbre de no saber “hasta cuándo”. Los planes y proyectos se paralizan. Se vive en un “tiempo de prórroga” que no se sabe cuánto durará … Habituados a las prioridades, plazos, evaluaciones, memorias, ¿qué hacer? Durante ese tiempo de espera, los dinamismos congregacionales se ralentizan e incluso se paralizan. Simplemente se “sobrevive”.
Consecuencias positivas:
Hemos vivido demasiado tiempo bajo el imperialismo de
- calendarios,
- plazos de entrega,
- cosas que hacer o que entregar…
Esta situación nos puede ayudar para relativizar el tiempo, las prisas, las fechas de caducidad. No somos nosotros para el tiempo, sino el tiempo para nosotros. El próximo capítulo general , o provincial, la próxima reunión, no debería programarse maquinalmente, sino “dejar que la Vida hable” y “a su ritmo”.
2. La comunicación sin comunidad, o la telecomunicación sin ritualidad:
La pandemia nos ha llevado a descubrir la importancia y las posibilidades que ofrece la red de internet para una comunicación “sin riesgos”. Esto se ha visto favorecido por la disminución de costes: sin costosos desplazamientos, sin abandonar la propia casa o incluso sin salir de la propia habitación.
La pantalla se ha convertido en el espacio de la super-comunicación, de la formación permanente, de las reuniones de gobierno, de espiritualidad. Pero todo ello sin rituales, sin contacto.
Los rituales generan una comunidad sin comunicación (¡lo importante no es lo que se dice, sino lo que se hace). Hoy predomina la comunicación sin comunidad (lo importante es lo que se dice, y no es necesario hacer nada especial). Así acontece hoy no solo el teletrabajo, sino la teleformación, el telegobierno, la teleconferencia. La oferta se vuelve cada vez más insolente y abrumadora.
Consecuencias positivas:
Nos damos cuenta así, que los encuentros con presencia física (un Capítulo General o Provincial, una Celebración litúrgica en el mismo espacio…) son necesarios, muy necesarios. No basta la comunicación verbal, es necesaria la creación de una comunidad a través de ritos: se crean comunidades a través de “la ritualidad”, en la que los cuerpos humanos actúan, generan espacios simbólicos, desprenden energía carismática y profética.
Más que capítulos o encuentros que resuelven asuntos, problemas, que determinan conductas, que ofrecen leyes o informaciones, necesitamos Capítulos-símbolo, iniciadores de una nueva ritualidad, de un nuevo impulso carismático; encuentros de contacto entre las personas que forman Institutos y Comunidades. Así surgirán Institutos habitables, espacios de felicidad e ilusión al servicio de una humanidad triste y desencantada.
3. El síndrome narcisista y la distancia social
La pandemia ha favorecido la escenificación constante de nuestro ego. Se nos impone la “distancia social”. Esa distancia social se destruye lo social; convierte al “otro” en un portador potencial del virus…
Si entre nosotros había distanciamientos… ahora con más razón. ¡Cuestión de vida o muerte! -sin tener que exagerar.
El virus actúa como un amplificador de las crisis de nuestras comunidades: ¡justifica y amplía las separaciones”.
Consecuencias positivas:
Los Capítulos generales, provinciales, las Asambleas y Reuniones permiten “acortar distancias” de todo tipo: no solo geográficas, ni solo culturales, también espirituales, también carismáticas. Son una invitación a superar el narcisismo individual o de grupo; así se evitan los encuentros de grupos paralelos, de grupos minoritarios que ejercen poder y exclusión.
4. El cansancio:
La pandemia está poniendo de relieve los síntomas de las enfermedades que la vida consagrada padecía antes de la pandemia: el individualismo y el cansancio.
Cuando formamos comunidades, no de equipos, sino de individualidades, cada cual hace lo suyo, protege y reserva su espacio. Cada cual se autoprograma hasta el punto de que “siempre tiene mucho que hacer”.
Nuestra tendencia narcisista nos lleva a “machacamos a nosotros mismos; a obligarnos a hacer mucho más de lo que podemos”. De este modo tenemos un doble sentimiento: somos, a la vez, el amo y el esclavo; no son los otros quienes nos explotan, sino nosotros mismos que nos sobrecargamos con pesos insoportables. Y cuando nos llegan otras propuestas, la respuesta a flor de boca es: “… ¡no puedo… no tengo tiempo… estoy muy cansado!” , “mi agenda no da más de sí”…
- Tenemos la convicción de que “quien fracasa lo hace por su culpa”.
- “Nos acusamos a nosotros mismos y no a la sociedad”.
- Somos como “los empresarios de nosotros mismos”.
- El cansancio acompaña nuestra vida como si fuera nuestra propia sombra.
- Nos machacamos para rendir bien y dar buena imagen.
- Nos imponemos tareas y más tareas.
Y lo peor es, que en esta situación de explotación nos creemos libres, porque todo surge de nosotros mismos. Se dice que una de las características del virus es el síndrome de la fatiga. Este síndrome podría exprearse así: “cuando la batería ya no se recarga”.
Consecuencias positivas:
Un Capítulo inteligente debe diagnosticar el porqué de tantos cansancios. Ha de favorecer el trabajo en equipo, consciente de que las grandes obras nunca pertenecen a un único autor. Una asamblea inteligente propone sueños y diseños que se realizan orquestalmente, en colaboración, “entre todos” y nunca son obra de un única actor o actriz.
Un Capítulo para la regeneración del tejido comunitario, para la colaboración y sanador de toda forma de narcisismo se plantea siempre cómo generar ministerios colaborativos..
5. La comunicación digital es una comunicación bastante unilateral:
La comunicación digital es bastante reductiva. Ella no transmite con el cuerpo, ni a través de miradas. Es bastante reductiva. La comunicación digital nos cansa y extenúa. En una videoconferencia, por motivos puramente técnicos, no podemos mirarnos a los ojos. Clavamos la vista en la pantalla. Puede resultar agotador el hecho de que nos falte la mirada del otro.
Consecuencias positivas:
¡Ojalá la pandemia nos haga darnos cuenta de que ya la mera presencia corporal del otro tiene algo que nos hace sentir felices! Seamos conscientes de que el lenguaje implica una experiencia corporal; que un diálogo logrado presupone un cuerpo; que somos seres corpóreos.
6. El instinto de sobrevivencia:
Ante la situación de pandemia, lo que más nos preocupa es sobrevivir. Y cuando ante todo se piensa en sobrevivir, el tema de la “calidad de vida” pasa a segundo plano. El sobrevivir sin contagios nos hace sentir como en un permanente estado de guerra: ¡prolongar la vida a cualquier precio!
Constatamos cómo a nuestro lado, en nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestras grupos de amigos, el virus ha ido haciendo estragos. La lucha por sobrevivir se ha radicalizado. La salud es elevada a objetivo supremo. La salud es la “nueva diosa” como decía Nietzsche.
La supervivencia no basta. Y, por eso, nos podemos preguntar:
- ¿Cuál es nuestra calidad de vida en la vida consagrada, en nuestras comunidades?
- ¿La supervivencia debe sustituir al disfrute de la vida?
- ¿Hemos de sacrificar todo lo que hace que la vida sea digna de ser vivida?
- ¿Hemos de vivir también en nuestros institutos en estado de excepción?
Consecuencias positivas:
- Capítulos, reuniones, encuentros, para la vida y no la vida para Capítulos, reuniones y encuentros.
- Capítulos, reuniones, encuentros para descansar a los cansados y desagobiar a los agobiados (“Venid a mí los que estáis cansados y agobiados…”, dijo Jesús). Capítulos para una nueva ritualidad que genere nuevas comunidades.
- Capítulos, reuniones, encuentros para cambiar nuestra forma de vida, para someter a nuestros institutos a una revisión radical con una forma de vida que nos haga inmunes al virus de los narcisismos, de las críticas permanentes, de la insatisfacción, del cansancio.
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