“VIDA CONSAGRADA” EN LA DIÓCESIS-BIÓCESIS

Nos hemos hecho mucho más conscientes que en tiempos pasados de lo importante y necesario que es para toda comunidad cristiana y para todo creyente su ubicación e inserción en ese biotopo que es la iglesia local, en ese ecosistema y microclima vital que es la iglesia particular.

Que una diócesis sea un lugar de vida, un espacio vital para la bio-diversidad humana, es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. No basta la tendencia hacia la inclusión a nivel mundial. La inclusión (propia de la catolicidad) ha de realizarse a niveles locales… hasta el punto de que una diócesis se convierta en “BIÓCESIS”, auténtica, donde la gran diversidad humana pueda encontrarse, respetarse y entrar en una admirable “simbiosis”.

1. Bio-regiones eclesiales

Algún autor habla de la “biócesis” como aquella realidad en la cual ha de convertirse la “diócesis”. Según él no se trata de un juego semántico, sino de la aplicación a la iglesia local de aquel movimiento que hoy se define como “bioregionalismo”.

Una “bioregión” es un espacio de vida. Las diócesis no deberían ser meras circunscripciones arbitrarias, sino responder a las bioregiones, en las cuales emerge una cultura determinada, una mística determinada, una peculicar forma de entender la vida, el ser humano, a Dios. El ministerio ordenado se convierte así en bio-ministerio, en atención a la vida abundante y lucha contra las fuerzas de muerte (Albert J. LaChance, The modern Christian mystic. Finding the unitive presence of God, North Atlantic Books, Berkeley, 2007, pp. 109-111.

La diócesis es comprendida como aquel biotopo, aquel micro-ecosistema en el cual todos comparten y con-viven la fe cristiana en sus bio-diversidades. No son buenos los mono-cultivos, o la eliminación de las diferencias. En la iglesia particular son acogidas todas las formas de vida, y son cuidadas, favorecidas. Se está totalmente en contra del “aborto carismático”.

2. Una presencia “renovada” e “innovadora”

a) Embellecimiento de la Iglesia particular

Cuando en algunas Iglesias de Asia presentaron el Congreso internacional de la Vida Consagrada de 2004 escogieron este subtítulo: “cómo la vida consagrada embellece la Iglesia”. El acierto de este subtítulo está, en primer lugar, en que recoge la perspectiva de “Vita Consecrata” que describe la vida consagrada como “filocalía”, amor y búsqueda de la belleza de Dios; pero también, en el horizonte del Congreso, según el cual la “pasión” es la reacción ante el descubrimiento de la Belleza en sí misma y de la belleza herida.

La vida consagrada está llamada a poner su pasión por la Belleza de Dios y su cuidado para que la imagen divina sea restaurada en los desfigurados de la tierra, en el corazón de la Iglesia particular.

La vida consagrada renueva la Iglesia particular con la memoria de sus santos y santas, de sus lecturas y prácticas evangélicas, de sus servicios y sueños. Gracias a ellas y ellos (las personas consagradas) Macrina y Basilio, Escolástica y Benito, Clara y Francisco, Teresa y Juan de la Cruz, María Luisa de Marillac y Vicente de Paul… siguen embelleciendo la Iglesia con su espíritu y sus carismas.

b) Puntos de catolicidad o de conexión con el Todo

La vida consagrada es un punto de conexión de la Iglesia con el todo, tanto espacial como temporal.

En ella la Iglesia se encuentra con grandes tradiciones espirituales, con sus santas y santos, con una inmensa variedad de carismas que subrayan aspectos diferentes del Evangelio.

En ella la Iglesia se conecta con otras Iglesias, a veces muy lejanas e inaccesibles, donde la vida consagrada está ramificada, y con la cual las comunidades locales están en permanente conexión. A través de las venas de los institutos es posible llegar muy lejos y experimentar la catolicidad de la Iglesia. Los consagrados somos un “nosotros” que se extiende por todo el mundo y lleva a cada parte del mundo la memoria y la presencia del Todo.

De una manera especialísima, las comunidades de vida consagrada son puntos en los cuales la iglesia particular conecta con los pobres y marginados de la tierra. Los institutos quieren ser multinacionales de la solidaridad, de la opción por los pobres. En cada iglesia particular la vida consagrada femenina y masculina contribuye a poner en el corazón el amor a los últimos y desplazados.

De esta manera, las comunidades conectan a la Iglesia particular con la riqueza de las naciones.

c) Espacios y focos de espiritualidad

Una vida consagrada que envejece no es, en principio, una mala noticia. Envejecer en el camino espiritual es acercarse al don de la maternidad y paternidad espiritual. Quien lleva mucho tiempo de discípulo, recibe al final el don de la fecundidad espiritual, como María al pie de la cruz.

La vida consagrada puede ofrecer a las iglesias particulares este peculiar ministerio que resulta tan necesario para sacar a mucha gente de su orfandad espiritual y conducirla por el camino de la Vida. La vida consagrada des-clericaliza así el acompañamiento espiritual y lo multiplica.

Las comunidades, cuando se dejan llevar por el instinto de la hospitalidad espiritual, acogen a los miembros de la Iglesia en su oración, en sus encuentros, en su vida en el Espíritu. La tienda de Dios se extiende y se torna mucho más acogedora.

d) Mediadora en los conflictos

Cuando Antonio Abad visitó Alejandría, tras sus muchos años de ascesis, se convirtió para todos en una presencia de gracia y pacificación. La iglesia particular, dividida en facciones, encontró en él el mediador de su unidad.

¿No será esta función mediadora otro de los regalos que la vida consagrada femenina y masculina puede ofrecer a las iglesias particulares? Una vida consagrada madura, como es la nuestra aquí en Europa, puede esparcir serenidad, pacificar, relativizar, ofrecer sabias normas de conducta. Tanto en la familia, como en los grupos eclesiales, tanto en el trabajo como en la política, los conflictos surgen espontánea y repetidamente. ¡Qué importante se torna la presencia de quienes no atizan el fuego de la división, sino que se convierten en mujeres y hombres buenos que gozan de la simpatía de todos porque no tienen poder y no lo buscan y sirven de punto de encuentro!

e) Signos de estabilidad

Más allá de tantas cosas que pasan en la iglesia particular, que hoy son y mañana no son, la vida consagrada es presencia estable, permanencia carismática, memoria de la gran tradición.

En tiempos del “imperio de lo efímero” resulta necesaria la presencia de signos de estabilidad, de contextos en los cuales se vea la trama continuada de la historia.

En la historia de cada iglesia particular hay estrellas fugaces que la embellecen y sorprenden. La vida consagrada es más bien “estrella o constelación años luz” que ola estabiliza y serena.

3. Deseos

Quisiera expresar varios deseos, que van dirigidos tanto a la iglesia particular como a la vida consagrada. Y es que todos estamos en un momento propicio para: a) dejarnos imbuir por la pasión por el todo, b) amar lo del prójimo como amamos lo nuestro, c) ensanchar el espacio de nuestra tienda, d) decir no a la envidia; e) reubicación eclesial y misión.

a) Dejarnos imbuir por la pasión por el todo

Más allá de las dificultades, problemas, conflictos, recelos, hay una fuerza que tiene un enorme poder terapéutico: ¡la pasión por el Todo! La comunión no nace de esfuerzos voluntaristas. Hay que encontrar la fuerza que hace emerger la comunión y esa, es únicamente la pasión por el Todo.

Quienes se ven envueltos y penetrados por esta pasión perciben y viven la realidad de forma muy distinta. Quien no tiene pasión por el todo, se apasiona tal vez por el fragmento, se enquista en su pequeño mundo, confunde el todo con su parte y así se vuelve “totalitario”.

La pasión por el Todo quiere recoger todos los fragmentos para que no se pierda nada; descubre el manto que viene del cielo con animales de toda especie y todos revestidos de la pureza de Dios. La Iglesia será auténticamente católica y nosotros seremos auténticamente católicos, cuando nos dejemos seducir por la pasión por el Todo. La pasión por el Todo nos ajusta y reajusta dentro del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. No hace de ningún miembro, de ninguna parte del Cuerpo, un absoluto, una totalidad cerrada. Cada miembro mira más allá de sí mismo, se sitúa por encima de sí mismo, se ve en el conjunto, redescubre su identidad en el conjunto.

La vida consagrada se ha visto movida por el Espíritu en esta dirección, Hasta el nuevo lenguaje que utiliza lo delata: carisma para los demás, carisma compartido, espiritualidad compartida, misión compartida, inculturación, inserción, encarnación, diálogo de vida, signos de los tiempos y los lugares. Todo este lenguaje renovado indica una dirección, un papel de ruta, que va hacia el Todo.

Sólo la “totalidad es sagrada”, decía Gregory Bateson. Pero como la búsqueda de la Totalidad es el Reino de Dios, del Dios “todo en todos”, el Enemigo lucha en contra, se opone, tienta, vence o quiere vencer.

Las tentaciones del Enemigo nos llevan por caminos de dispersión, de desparramamiento, de competitividad, de lucha por los poderes.

b) Amar lo del prójimo como amamos lo nuestro

Tendemos a centrarnos demasiado en lo nuestro. El amor nos des-centra, nos des-enmisma. Entonces valoramos lo del otro como nuestro. Nos sentimos miembros del cuerpo; el interés por lo nuestro no atenta contra el interés y la valoración de lo que está en manos de otros. Así se superan las envidias que nos paralizan.

c) Ensanchar el espacio de nuestra tienda

La apertura de mente y corazón nos hace ensanchar el espacio de nuestra tienda. La Iglesia particular es una gran tienda que está llamada a acoger a todos y dejarles espacio para ser ellos mismos. Las presencias de comunidades, agraciadas con especiales carismas, ayudan a la Iglesia particular a ensanchar su espacio, a ampliar sus programas, sus sueños y deseos.

e) Reubicación eclesial y misión

La vida consagrada y el ministerio ordenado se encuentran hoy en una situación nueva. Necesitan una especie de reubicación eclesial. Son diversos los factores que han contribuido a ello.

La nueva conciencia del protagonismo del laicado, los movimientos que han surgido con tanta fuerza y poderío en la Iglesia de nuestro tiempo, hacen que unas formas de vida cristiana, privilegiadas en el pasado, como el ministerio ordenado y la vida religiosa, , tengan hoy que reubicarse de nuevo en el conjunto de la Iglesia. La teología han redescubierto la identidad teológica del laicado; ha dado un nuevo impulso a la espiritualidad del bautismo y confirmación, como espiritualidad fundante para cualquier forma de vida cristiana. Se ha acabado así la época de los privilegios, los clericalismos y perfeccionismos. ¿Cómo entender el ministerio ordenado dentro de una concepción adulta y madura del pueblo de Dios? ¿Cómo entender la vida consagrada dentro de un pueblo de Dios llamado todo él a la perfección de la caridad? ¿Qué relaciones han de mantener entre sí estas dos formas de vida cristiana y qué relación han de mantener con el laicado seglar?

El gobierno de la Iglesia se ha vuelto mucho más complejo y difícil. Lo advierten Ustedes, hermanos obispos, y también ustedes, hermanos y hermanas religiosos. El gobierno de una congregación o provincia religiosa, de una iglesia particular se ha vuelto hoy especialmente difícil y complejo. Un ejercicio del poder que intente ser respetuoso con la persona, con su conciencia, con la diversidad y pluralidad carismática es peculiarmente dificultoso y enrevesado. De ahí nace la necesidad de ser más indulgentes y comprensivos hacia quienes han de ejercer el servicio del gobierno en tales circunstancias: no siempre se acierta, no es fácil hacer compatibles tan diversos intereses y dones.

La gran clave para instaurar unas nuevas “mutuas relaciones” debe ser la “pasión misionera”. Tenemos algo que está por encima de todos nosotros y que da razón de ser a las diversas formas de vida cristiana y de ministerio en la Iglesia: es la “misión” que Dios nos ha confiado. En el corazón de la Iglesia, de todos los ministerios y formas de vida, debe estar siempre la Misión. Es la razón de ser de la Iglesia, Los ministerios, las formas de vida cristiana… la diversidad y pluralidad carismática tiene razón de ser precisamente por la misión. Entiendo la misión en su sentido más teológico. La misión nace de las entrañas del Abbá que envió a su Hijo al mundo, y de las entrañas del Hijo que con el Abbá envió al Espíritu Santo. Nosotros, como Iglesia, participamos de la Misión del Espíritu Santo, La Missio Dei es misión compartida. Por eso, Jesús decía:

“Padre, que sean uno, para que el mundo crea”.

Pues bien, antes que la defensa de nuestros legítimos derechos, de nuestros legítimos intereses, debe estar la misión. Una Iglesia que se olvida de la misión, de ese dinamismo divino que la permea constantemente, no merece el nombre de Iglesia. No es la comunión el presupuesto de la misión, sino más bien, la misión el presupuesto de la comunión. Sin espíritu misionero la Iglesia no se mantiene. Cuando la comunión es digna de nuestra veneración es cuando nace directamente del dinamismo misionero.

Por eso, la conciencia y vivencia misionera será la que nos lleve a entendernos, a vivir en comunión, a relacionarnos, movidos no por intereses individualistas o de grupo, sino por la pasión misionera.

4. Tres Conclusiones

1. ¡Es el momento de la “pasión”!

La primera conclusión era que en el centro de nuestra común vocación ha de estar “la pasión por Cristo y la pasión por la humanidad”. Éste es el momento de la “pasión”, de la participación en el “pathos divino”. Sin esta doble pasión tanto el ministerio ordenado como la vida consagrada, pierden su finalidad, su objetivo, su razón de ser, su sentido.

A la hora de explicitar esta pasión encontramos la fuerza de dos iconos bíblicos que nos sirven para descubrir el querer de Dios sobre nosotros en este tiempo: el icono de la mujer samaritana, y el icono del samaritano. Para nosotros estos dos iconos son la expresión narrativa de la pasión por Jesús, tal como aparece en el relato de la Samaritana junto al pozo de Jacob, y la pasión por el ser humano, tal como aparece en el relato parabólico del samaritano.

2. ¡Alguien se apasionó primero!

La segunda conclusión es que nuestra “pasión” es derivada, es respuesta. Somos conscientes de que nuestro amor apasionado no es lo primero: Dios nos amó primero. Dios se apasionó primero. Nuestra pasión es respuesta a su pasión, nuestro amor a su amor. Por lo tanto, no hemos de vanagloriarnos. También Simón Pedro fue preguntado por Jesús: “¿Pedro, me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le replicó: “Apacienta a mis ovejas”. La pasión por Jesús se manifiesta y expresa en la caridad pastoral. En esa caridad pastoral está también la pasión de los ministros ordenados por la vida consagrada. Hay consagrados, especialmente hermanas y hermanos, que se encuentran des-ubicados y poco apreciados por sus Pastores en algunas iglesias particulares.

3. En la escuela de la Comunión

La tercera conclusión es que la vida consagrada no desea “privilegios”. No queremos distinguirnos, ni deseamos colgarnos medallas. Si la misión se convierte para nosotros en la piedra angular de nuestra forma de vida, eso quiere decir que deseamos ser una forma de vida excéntrica, extática hacia Dios y hacia la humanidad. La oblación de nuestra vida, consiste en eso precisamente: en no buscarnos a nosotros mismos, en olvidarnos de nosotros mismos, en renunciar a nosotros mismos. Por eso, no nos debe preocupar obtener los primeros puestos. La vida consagrada está llamada hoy a vivir una cierta minoridad. Donde ella no ha de ser acomodaticia es en la defensa de los derechos de los demás: pero respecto a sí misma ha de ser más humilde, más entregada. Por esto, lo que esperamos de nuestros Pastores no es tanto un reconocimiento mundano, ni siquiera los puestos de honor… Sí que anhelamos un reconocimiento teológico, es decir, un reconocimiento de nuestros carismas y de su razón de ser en el conjunto eclesial. Sí que nos gustaría ser ubicados allí donde adquirimos identidad, donde nuestra razón de ser es más carismática.

Con todo, bien sabemos que el ejercicio de la comunión, el hacer de la Iglesia una “escuela de comunión” no es nada fácil; es un camino lleno de obstáculos.

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