DOMINGO DE PASCUA
Llama la atención en el Evangelio hoy proclamado -en la Eucaristía del día- que no se nos relate ninguna aparición. ¡Solamente la experiencia del sepulcro vacío! Y la llegada sucesiva a él de una mujer y dos discípulos.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Visitas al sepulcro.
- La gracia de ser testigos y anunciadores
- Jesús no resucita solo: hay vida después de la vida
Visitas al sepulcro
Llega a él María Magdalena; descubre que el cuerpo no está y su desconcierto la lleva a comunicar a los demás que “no sabe dónde lo han puesto”.
Llegan después al sepulcro los dos discípulos, Pedro y “el otro discípulo, a quien amaba Jesús”. Pedro ve, constata; pero no interpreta el hecho. El discípulo amado ve e interpreta enseguida: se le ilumina la fe, porque encuentra el sentido de la Escritura. Es como si hubiera dicho: ¡basta leer la Escritura para darse cuenta de que tenía que resucitar de entre los muertos!
No hay aparición de Jesús, sino fe. El discípulo amado no necesita más. ¡Cree inmediatamente después de ver unos indicios!
El racionalismo de nuestro tiempo nos lleva a una tremenda suspicacia que cierra las puertas a la fe. Puestos a dudar, dudamos de todo. Así cerramos todas las puertas a cualquier experiencia nueva, diferente… al mayor hecho de la historia.
La gracia de ser testigos y anunciadores
La fe en la resurrección no es una vana credulidad. Nace de ser “discípulo amigo”, de la amistad íntima con Jesús. Quien vive en comunión con Él tiene una sensibilidad especial: la sensibilidad de la fe. Esta sensibilidad es contagiosa y puede llegar a invadir el mundo.
El testimonio de los que vieron y creyeron habla, sobre todo, de Dios Padre. Proclama que Dios estaba con Jesús en toda su vida en la tierra, que Dios resucitó a quien sus enemigos mataron; que Dios mismo hizo que el ver material fuera iluminado por el ver de la fe.
Jesús quiso que estos testigos dieran testimonio y proclamaran que en el nombre de Jesús es concedido el perdón de los pecados y se instaura una vida nueva.
Jesús no resucita solo
Nos lo dice la lectura segunda, tomada de la carta a los Colosenses: ¡no solo Jesús recibe del Padre la nueva vida, también nosotros! Jesús no resucita sólo. Con él resucitamos nosotros y recibimos una nueva vida. Lo que ocurre es que esta nueva vida está oculta. Nuestra vida no es visible. Está escondida “con Cristo en Dios”. La invisibilidad de Jesús lleva consigo la invisibilidad de aquello que más nos pertenece, de nuestra vida. Cuando aparezca Él también nuestra vida aparecerá, gloriosa. Hay vida después de la vida.
Conclusión
Seamos conscientes -por la fe- de que si Jesús resucitó también nosotros resucitaremos: se le concede una nueva vida a la humanidad. El ser humano está llamado a la resurrección después de la muerte. Somos seres para la resurrección. Cada uno de nosotros podemos ser reflejo viviente del Señor Resucitado. La alegría de las primeras discípulas y discípulos no fue únicamente porque Jesús resucitó, sino porque también ellos y ellas sentían convocados a “resucitar con Él”. Hay vida después de la vida.
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