Hacia la Eclesiología de la “caridad” y del “diálogo”

Si los discípulos de Emaús se atrevieron a decirle a Jesús “Una mujeres nos han sobresaltado”, también hoy día nuestras hermanas, especialmente las religiosas, nos sobresaltan. Tanto es así que hasta la Congregación para la Doctrina de la fe interviene, porque descubre en ellas “serios peligros doctrinales” para la fe. No tengo elementos suficientes de juicio para expresarme al respecto, ni es esa mi intención. Sin embargo, soy consciente de que muchas hermanas -y también hermanos- no con-sienten totalmente con todas las doctrinas que nuestra Iglesia católica defiende. Esta situación nos debe preocupar, porque algo muy importante no funciona como elemento de comunióon. No se resuelve los problemas imponiendo y venciendo, sino exponiendo y convenciendo. La solución está no en fundar una “nueva Iglesia”, sino en encontrar -sin dejarnos llevar por la pereza- una “nueva forma de ser Iglesia”, tal como lo proponen los “Lineamenta” del próximo Sínodo. A ello quiere contribuir esta reflexión.

 La caridad, ¿lo inspira todo? 

El Papa Benedicto XVI ha hecho de la “caridad” o “caritas” uno de los principios fundamentales de su magisterio: “Deus Caritas est”, “Sacramentum caritatis”, “Caritas in veritate”. Muchas congregaciones religiosas de denominan “… de la Caridad” y desean ser identificadas desde la “Caridad”. Por eso, es sumamente interesante hablar de una eclesiología de la caridad que incluye desde la dimensión más trascendente (“Deus Caritas est”) hasta la dimensión más inmanente (“Caritas in veritate”), pasando por la dimensión sacramental (“Sacramentum caritatis”). Dijo en otros tiempos el Papa Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam, número 56:

 “La caridad lo explica todo. Lo inspira todo. La caridad hace que todo sea posible. La caridad lo renueva todo. … ¿Quién entre nosotros ignora todo esto? Si lo sabemos, ¿no ha llegado tal vez la hora de la caridad?”.

Estas afirmaciones fundamentales tienen que convertirse en eclesiología práctica, a partir de la cual podamos decir “La Iglesia es Caridad”, o “nuestra congregación es caridad”. La aspiración de la Iglesia debe ser  convertirse en una comunidad donde la teoría (o mejor los ideales), la doctrina y la praxis se armonicen de verdad. Una comunidad que actúe para edificar el reino del amor, de la justicia y del derecho. Debería vivir en el Espíritu y mediante el Espíritu y dejar que la Eucaristía, el pan partido, se convierta en la fuente y en el signo de una comunión capaz de reflejar la comunidad divina de amor.

¿No hay entre nosotros demasiadas contraposiciones?

Se habla de diferentes contraposiciones y aun contradicciones al hablar de la Iglesia. Se distingue entre: la eclesiología “desde arriba” y “desde abajo, la eclesiología sacramental y eclesiología mistagógica, el Concilium y la Communio, la iglesia conservadora y la progresista, la Iglesia jerárquica u oficial y la iglesia de la base, el aggiornamento y el ressourcement (volver a las fuentes –source- anteriores), la correlación y la ruptura, la iglesia patriarcalista y la iglesia inclusiva….

La forma de solucionar estas contraposiciones no es la victoria de los unos sobre los otros , ni ganar la guerra a costa de la destrucción del otro, o de su lenta e inexorable marginación –¡el mobbing eclesial!-, o la subyugación del otro –sometiéndolo a obediencia servil- (missio contra), sino el diálogo de la caridad, en el cual nos escuchemos mutuamente y aprendamos unos de otros (missio inter-) para así llegar a una transformación (trans-missio).

Hay que partir de una constatación: cuando la comunidad se entiende de formas muy diversas (por ejemplo, la comunidad eclesial), es muy difícil  que surja una auténtica comunidad. Paul Lakeland llega a decir que “la más grande tragedia” que tuvo lugar en el pontificado de Juan Pablo II “fue el fracaso de la realización de la colegialidad como realidad viviente”[1]. En ello vemos la señal de que hay algo que no funciona y hemos intentado profundizar las razones por la que los cambios eclesiológicos no contribuyen a vivir en serio la misión evangélica de la Iglesia en tiempos de posmodernidad.

Esto acontecerá si favorecemos hoy lo que llamaríamos la eclesiología del diálogo y la eclesiología profética.

La eclesiología del diálogo: inter-

El diálogo se encuentra en un gran impasse y en especial el diálogo con la mujer en la Iglesia. El diálogo fue la gran herencia que nos dejó el Concilio Vaticano II juntamente con la petición de aggiornamente, realizada por el Papa Juan XXIII. El gran problema no está solo en el diálogo hacia afuera, sino hacia dentro. Los desacuerdos, las divisiones, las discriminaciones obstaculizan de forma bastante evidente la misma actividad de la Iglesia, su misión de anunciar el Evangelio y de poner en práctica su radical visión de amor.

Modelo dialógico de autoridad eclesial

Le corresponde a la autoridad en la Iglesia promover –mediante el diálogo- una cultura de la responsabilidad dentro de la Iglesia.

En todo lo que tenga que ver con la Iglesia, la cuestión fundamental no debe ser quién decide, sino lo que es decidido. La cuestión fundamental no es quién tiene el ministerio, sino en qué y cómo se puede servir mejor a la comunidad. Lo necesario hoy no es desarrollar nuevas formas jerárquicas, o hacer surgir nuevas élites privilegiadas o contra-élites, sino cómo crecer todos juntos según “la medida de Cristo”. La reforma del ministerio y de las estructuras ha de regirse por el principio fundamental evangélico del amor, de la caridad.

El crecimiento de todos juntos, dentro de la Iglesia, y fuera de la Iglesia nos pide descubrir una nueva “catolicidad”.

El magisterio inter-eclesial  y la humildad necesaria

Hoy necesitamos un magisterio intereclesial, que supere los límites de las diferentes confesiones. El ejercicio ecuménico de la autoridad de enseñar ha comenzado ya a desarrollarse en algunos sectores. Es deseable que puedan madurar formas de elaboración común de decisiones, sin por ello negar que son legítimas ciertas decisiones que una Iglesia asume sin consultar a las otras e incluso en contraste con el parecer de ellas.

La auténtica catolicidad exige el reconocimiento y la acogida de la diferencia, la comunicación y la conciencia de cuánto podemos aprender unos de otros, de quienes se encuentran fuera de nuestros confines. La misma palabra católico, kata’ holon, ¿no implica tal vez esto? Porque la palabra significa “conforme al todo.

Ante la posmodernidad y sus desafíos parece evidente que todos los compañeros del diálogo dentro de la Iglesia han de evitar absolutamente asumir una actitud arrogante y cualquier tipo de conducta que favorezca posturas absolutistas. Es la humildad la virtud más adecuada para el encuentro con los otros. Para santo Tomás de Aquino era la “virtud maestra”. La humildad y la modestia no ha de brotar de la incertidumbre o de la duda. Es verdad que nuestra experiencia cristiana de Dios se caracteriza por el misterio y lo inefable. Y es en el misterio donde las religiones y las filosofías del mundo se encuentran. El misterio es un concepto mediante el cual las divisiones puede ser ulteriormente superadas. También la autoridad eclesial ha de ser humilde y modesta. Las estructuras eclesiales, ministeriales y de gobierno, deberían verse imbuidas de espíritu de humildad. En una intervención durante el Concilio Vaticano II el arzobispo de Bhopal Eugene D’Souza recomendó a los padres conciliares justamente la virtud de la humildad, especialmente en sus expresiones intelectuales:

“Así como el amor no es perfecto, si no es universal y total, así también la humildad debe ser total y comprender aquella que yo llamaría “humildad intelectual” o incluso humildad doctrinal”.

Esto nos recuerda la gracia de dudar de uno mismo. El aggiornamento posmoderno de la eclesiología, de la misión y de la praxis eclesiales, no podrá ser efectivamente alcanzado sin la humildad eclesial. Si “católico” significa la relación con el todo, “pontífice” significa que el construye puentes y “sumo pontífice” el maestro en el arte de construir puentes. Pero ¡cuánto trabajo queda todavía por realizar en este sentido!

El ecumenismo es el arte de edificar puentes, la ciencia del diálogo entre grupos diferentes. En nuestro mundo pluralista y globalizado la tarea ecuménica debe ampliarse, hasta incluir a las gentes de todas las creencias e incluso a quienes no creen. El auténtico ecumenismo busca superar todo lo que divide a la Iglesia, como también a la comunidad humana; lo que aísla a la gente, a las naciones y las culturas, lo que rompe la amistad y separa a las personas de Dios y entre ellas. Se hace necesario ir -sobre todo- a lo más sustancial y explorar estilo dialógicos ulteriores e indispensables, tanto ad intra como ad extra. Vivimos en medio de una “crisis de correlación”[2], no solo desde una perspectiva eclesial, sino también cultural. El desafío consiste en encontrar nuevos modelos de correlación.

Hacia una eclesiología profética también

Charles Curran ha dicho que nuestro tiempo requiere una eclesiología que no sean únicamente dialógica, sino también profética. Pero nuestra tarea es aún mucho más amplia: se tratar de ir más allá de la correlación y no solo para escoger nuevos modelos, sino tal vez para obtener un redescubrimiento, una re-valorización, una re-apropiación de algunas perspectivas pasadas cuyo potencial eclesial es enorme y no se ha expresado todavía.

Gregory Baum no está de acuerdo con quienes perciben la misión de la Iglesia simplemente en términos de “servicio al mundo”, es también necesario unir “el anuncio”. La iglesia de nuestro tiempo debe comprender el anuncio de una forma nueva. Bauml propone definir la misión de la Iglesia en términos de anuncio:

“La Iglesia está destinada a comprometerse en el diálogo con la demás gente, con sus convicciones religiosas y sus ideologías; en tal diálogo resuena el Evangelio. En este diálogo la Iglesia acoge las convicciones de los demás y expresa su propia fe en Jesucristo con un lenguaje que les es accesible. Objetivo de este diálogo ¿es la conversión de los interlocutores a la Iglesia cristiana o más bien el esfuerzo intelectual de ofrecerles informaciones más detalladas? Ni una cosa ni otra. El diálogo en el que se reverbera el eco del Evangelio es auténticamente un ministerio de redención, gracias al cual ambos interlocutores entramos más profundamente en el querer de Dios para nosotros. El diálogo es misión. El diálogo es un nuevo tipo de anuncio”[3].

La teología cristiana debe ser re-contextualizada en un tiempo posmoderno sin que sea totalmente posmoderna, ni premoderna en la posmodernidad. Lieven Boeve –profesor de la universidad de Lovaina- piensa que éste es el tiempo de un diálogo más amplio y más auténtico de la Iglesia con la posmodernidad; aunque parezca que ésta ha roto con la tradición cristiana, sin embargo, podemos aprender mucho de las corrientes de pensamiento posmodernas: tomar conciencia de la multiplicidad irreductible,  estimar la realidad en que vivimos y a acoger la alteridad.

En el diálogo la humanidad es comprendida como una serie de círculos concéntricos en los cuales está incluida toda la familia humana, los creyentes de las diversas confesiones, todos los cristianos, todos los católicos. En el centro de tal desarrollo circular está la Iglesia misma. Lo que está en el centro del mundo no es la Iglesia, sino el amor, la caritas, porque los cristianos creemos en un Dios que es amor. Estamos pues llamados a una especie de revolución copernicana eclesiológica. Se trata de un dialogo de amor en el cual se acoge al otro en cuanto otro.

Acoger el pluralismo nos da la posibilidad de poner en práctica el evangelio según un estilo absolutamente más eficaz para nuestros días, poniendo en práctica aquello que nos dice Jesús:

“todas las veces que habéis hecho estas cosas a uno solo de mis hermanos más pequeños a mí me lo habéis hecho” (Mat 25,40).

Es una invitación a abrazar el pluralismo , a celebrar el pluralismo en la praxis-.

La eclesiología debería ser un factor de potenciación, empowerment, un modo de promover la justicia, la libertad y el amor dentro y fuera de la comunidad cristiana, pero sin olvidar la unidad de estas dos dimensiones. No debe tener nunca miedo de comprometerse en la comunicación.

Debemos dar pasos más decididos en la eclesiología de la inclusión, que es el nombre que traduce mejor “lo católico”, porque una iglesia que ex-cluye pierde la tensión hacia la catolicidad.

Nuestras hermanas nos sobresaltan y nos invitan a dialogar, a poner en común nuestras formas de pensar. Todos nos sentimos llamados a entrar en el espacio de la humildad, la única llave que hará resplandecer la verdad con la que el Espíritu hoy quiere iluminarnos. Al final nos examinarán de amor. Y ésta es la gran cuestión: ¿la iglesia actual es CARIDAD?



[1] Cf. P. Lakeland, Liberation of the Laity, New York 2003, p. 115.

[2] Cf. Eamonn Conway, Speaking a constant Word in a changing worl.

[3] G. Baum, Faith and Doctrine, p. 116: Reflexionando sobre este texto Rebecca McKenn dice que “el término diálogo es una dinámica fundamental a través de la cual la Iglesia se expresa su relación con el mundo como desafío y como don: R. McKenna, The transformative Mission, p. 613.

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