No, tal como debiéramos ser. Ni tal como “otros” quieren que seamos. ¡Tal como somos por gracia de Dios!
Mujeres y hombres que una y otra vez soñamos lo imposible, lo que excede nuestros límites. “Tender hacia…” es lo nuestro; habitar en otro lugar; imaginarnos “consagrados” en tierra profana, queriendo volar con cuerpos demasiado pesados. Misioneras y misioneros de otros mundos, sea dentro o fuera del nuestro, para servir, consolar, compartir, anunciar a Jesús, innovar.
Mujeres y hombres que rehuyen la hipocresía, la mera apariencia, la exhibición de una ejemplaridad farisáica. No nos engañamos, ni nos engañan. Sabemos decirnos nuestra verdad. Donde abunda el pecado, sobreabunda la Gracia. Y encajamos nuestros defectos, porque creemos en el Amor, en la Misericordia. No nos sentimos casta superior. Queremos recibir y también donar.
Creemos que nuestras ancianas y ancianos son templos donde habita la sabiduría y nuestros jóvenes tierra de sueños e imaginación innovadora. Nuestros adultos tienen sus agendas llenas, soportan horarios estresantes, pero sienten el toque divino que todo lo dinamiza. Nuestros carismas colectivos gozan de buena salud y ahí están diseñando nuestra interioridad y en estado “de guardia” para atender las urgencias misioneras que este milenio sorprendente nos depara.
Nos aceptamos así, tal como somos. Y cantamos una y otra vez: “si el Señor no construye la casa…”. Y de vez en cuando explotamos diciendo: “Te damos gracias, Señor, de todo corazón”.
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