No hay cosa peor que echar agua al fuego de la esperanza, que negar el derecho a soñar, que reprimir las intuiciones que todavía no han pasado por el tamiz de la razón. El pueblo de Dios se muestra entusiasmado con el Papa Francisco. El pueblo de Dios aplaude el sueño de una Iglesia pobre y para los pobres, dialogante y con gestos de ternura, defensora de la creación y todo lo que eso implica, de una iglesia que convierte su poder en servicio humilde.
El Papa Francisco en su primera semana ha hecho renacer la esperanza en el pueblo de Dios. Incluso los alejados de la Iglesia han dicho que este papa les trae “buenas vibraciones”. Es decir, se ha creado enseguida una corriente de esperanza, como si de una primavera eclesial se tratase. Pero en algunas personas surge el escepticismo, tal vez el cinismo.
La voz de los escépticos y escépticas
Ya desde el principio están surgiendo acá y allá voces escépticas -tal vez cínicas- que, desde una u otra postura, quieren enfriar los entusiasmos, llaman a la prudencia, se desmarcan de los sueños. Sus argumentos son, más o menos, los siguientes:
- Cuesta más una reforma de la Iglesia para que ésta sea pobre e Iglesia de los pobres, que dejarla como está. Es el argumento de los economistas eclesiásticos. Para ellos es cuestión de números, que nunca fallan Creen que hay que aceptar el mal menor para no entrar en bancarrota y tener después que recurrir otra vez al dinero: “ir derecho a la pobreza desde la cúspide del Vaticano va a costar dinero” (Manuel Jabois, en “El Mundo”, 20.03.13).
- Aunque este papa parezca muy abierto en lo social, es sin embargo conservador y tradicional en lo dogmático. Por lo tanto, que nadie piense que se va a revisar todo éso de lo que se habla en los medios de comunicación: la mujer seguirá siendo aceptada en la Iglesia, como mujer y habrá algunas mejoras al respecto, pero que no sueñen con lo imposible -según la tradición de siglos-; el laico seguirá siendo laico y mejorará su estatuto eclesial, pero que no sueñe con ….; el matrimonio seguirá siendo el matrimonio etc. etc.
- Los llamados “vaticanistas” son periodistas sin fuste, que fabulan sin fundamento; se ha demostrado cómo el Cónclave ha desmentido su previsiones; “¡son una especie a extinguir!” (la 13 en una de sus emisiones) el asunto de los Vatileaks ha sido sobredimensionado por los medios de comunicación; alguien los califica de “basurilla mediática” (en una emisión religión de la Cope); por consiguiente, todo lo que de ahí se extraiga va a ser irrelevante.
- Los gestos del nuevo Papa no han de ser sobrevalorados: son su estilo. Cada persona tiene el suyo. Pero no creamos que una determinada forma de vestir, de calzar, de relacionarse con la gente va a cambiar el mundo (un tertuliano radiofónico e irónico).
- El poder del sistema es tal que acabará devorando a este Papa y bloqueará cualquier deseo de cambio relevante. Aceptará pequeñas modificaciones, pero lo más importante seguirá como hasta ahora. Una cosa serán las palabras. Otra los hechos. El sistema es más poderoso que la persona que se siente en la sede de Pedro.
Estos y otros argumentos van e irán apareciendo para reafirmar el “statu quo”, para llamar a la normalidad, para que todo siga igual: lo cual ofrecerá a los críticos de la Iglesia motivos para seguir critándola y a los defensores de la ortodoxia motivos para seguir en sus trece.
¿Soñar lo imposible?
¿Qué esperar del nuevo pontificado? Quienes manifiestan el escepticismo -al que me acabo de referir- responderán así: ¡Nada especial! Y quienes procesan el nuevo pontificado en clave tradicional, pedirán:
- que se base intelectualmente en el pontificado de Benedicto XVI y apostólicamente en el de Juan Pablo II;
- que siga adelante con la memoria del Concilio Vaticano II e implemente lo que todavía está por implementar y evite cualquier aventura rupturista (¡la hermenéutica de la continuidad!);
- que mantenga vivas las instituciones posconciliares, especialmente los Sínodos, las Jornadas de la Juventud, de las familias; y que favorezca los nuevos movimientos como respuesta de la Iglesia a los desafíos del presente;
- que desista de una reforma a fondo de la Curia romana, porque es imposible y en el fondo no es deseable y se cuenta en ella más con las personas buenas, santas, defensoras de la ortodoxia que en ella hay.
La esperanza del amanecer
En el misterioso Cónclave algo misterioso ocurrió. Fue como un parto, tal vez doloroso. “Habemus Papam” proclamaba el cardenal protodiácono desde la logia de san Pedro. Y todos quedamos un poco pasmados cuando pronunció el nombre elegido: ¡Francisco! Supimos con certeza después que se refería a Francisco de Asís. Ningún Papa había escogido hasta el momento ese nombre. La TV nos permitió ver a través del balcón el gesto enérgico y enfadado de algunos de los ceremonieros pontificios.Nos sorprendió la primera aparición -con un poco de retraso- del Papa. Se presentó como el obispo de Roma que preside en la caridad a todas las Iglesias. Sus primeras palabras fueron: Buona sera!. Se dirigió a sus diocesanos; pidió una bendición por él antes de bendecir. Se dibujó su primera sonrisa, que a lo largo de estos días se ha ido haciendo más intensa y abierta. En estos días no ha denunciado ni los males de la Iglesia, ni los males del mundo. No ha insistido en la crisis por las que atraviesan los pueblos, o la Iglesia. Sí ha expresado su confianza en una humanidad que cuida de la creación, que muestra cuidado y ternura hacia los más necesitados, que pone todos los poderes al servicio de los demás.
No parece un líder preocupado por imponer cuanto antes un programa de saneamiento eclesial, de reforma y de renovación. Es un líder que no quiere entrar en el “star system”, ni quiere deslumbrar por su ciencia, o por sus cualidades. Se pone al nivel de cada uno de los que van a saludarlo: sonríe, bromea, compadece, abraza y besa. Cuando ante él alguien se postra, da la impresión de que lo levanta con discreción y una sonrisa. No quiere ser el centro. Es un hombre que pone el liderazgo en manos de Jesús crucificado y bajo las alas del Espíritu. Creo que pretende estar a la escucha de la Palabra y dejarse mover por el Espíritu, para que sean ellos quienes en cada momento inspiren lo que hay que hacer. La homilía del inicio del ministerio petrino fue eso precisamente: desde las lecturas de a festividad de san José entender lo que la Palabra y el Espíritu dicen a las Iglesias y a la Humanidad: “¡custodiar!”. No se arrogó a sí mismo la función del único Custodio. A todos y todas implicó en “el custodiar” la creación, la humanidad, la iglesia, la familia, a nosotros mismos. No es el Papa “estrella”. Es un Papa que quiere ser estrella en una constelación. ¡Lo mismo había expresado de otra forma Benedicto XVI cuando en la homilía inicial de su pontificado decía ¡no estoy solo!”.
¿Hacia dónde vamos? ¡Hacia lo imprevisible!
Probablemente se formuló esta misma pregunta en el inicio del pontificado de Juan XXIII y también de Juan Pablo I. Y Juan XXIII nos llevó a un Concilio Vaticano II. Y Juan Pablo I nos hizo sonreir, fue un storyteller que cautivaba a los niños y los hacía protagonistas de sus audiencias, nos cautivaba por su ternura y fragilidad y a no pocos decepcionaba porque no se adecuaba al sistema.
Ahora tenemos la impresión de que todavía no hay nuevos caminos. “¡Ya está todo trazado y por ahí hemos de caminar”, dirán unos. “¡Aventurémonos a caminos nuevos!”, dirán otros. Creo que nuestro Papa Francisco nos invitará a escuchar lo que el Espíritu Santo dice hoy a las Iglesias.. Nos invitará al discernimiento espiritual, para que nuestros pensamiento y sentimiento no sean mundanos, diabólicos, modelados por los siete pecados capitales. Nos invitará a una gran purificación colectiva de nuestra visión, de nuestro corazón para así comprender mejor la voluntad de Dios. Estoy seguro de que no querrá presentarse como aquel que tiene todas las soluciones y sólo espera de su iglesia obediencia y colaboración en sus proyectos. Evitará la papolatría, como ya lo hizo Benedicto XVI, pero tal vez, con más descaro. Y pedirá a todos que no impidamos que el Espíritu Santo imponga su agenda en este momento de la Iglesia.
¿Hacia dónde vamos? ¿Quién lo sabe? ¡Oremos que el Espíritu nos lo revelará en su momento! Vamos tal vez no hacia el Concilio Vaticano II, sino hacia una Iglesia más conciliar y más reconciliada, con menos estrellas y más constelaciones. Tal vez hacia una Iglesia menos vaticanizada y más excéntrica, menos clericalista y más Pueblo de Dios que ora por sus ministros y los bendice. Tal vez hacia una Iglesia que recupera su más honda maternidad resituando a sus mujeres allí donde el Espíritu y Jesús las quieren. Tal vez hacia una Iglesia más fraterna, donde ser hermana y hermano sea nuestro mayor honor y honre más a nuestro Abbá.
“Caminante, no hay camino /se hace camino al andar”. Queremos que marque nuestro camino el seguimiento de Jesús en este tiempo, en esta humanidad. Queremos que el Espíritu nos inspire en cada momento lo que hemos de hacer. Creemos que hay indicios serios de que el Pueblo de Dios necesita reubicarse en el mundo, en la sociedad y re-estructurarse internamente.
Sí, “soñando lo imposible se llega a lo imprevisible”. Que nos dejen soñar, pues mañana comienza la Primavera.
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Bien, Cristo, bien. Creando esperanza y echando la vista con fe al futuro. Gracias.