SIGNO Y PARÁBOLA DEL REINO DE DIOS

El profeta no es únicamente aquel que “habla” sino también aquel que “significa”. Se suele decir que “más vale una imagen que mil palabras”.

Dios le pidió al profeta Ezequiel -nos dice la primera lectura de este día, 13 de agosto de 2020:

“Yo haré de tí un signo para la casa de Israel”

Ez 12, 1-12

Dios le pidió a su profeta realizar “una profecía en acción”. Ante los ojos de los habitantes de Jerusalén debía representar la huida de un exilado en medio de la noche, escapándose de la ciudad por un agujero que debía horadar en la muralla. Haciéndolo así, el profeta Ezequil se convirtió en signo y anuncio de lo que al pueblo le iba a ocurrir. Su profecía era una mala noticia.

En el evangelio Jesús nos propone una parábola. La parábola de los dos deudores:

  1. el primero debía una cantidad inmensa de dinero, pero y tras su súplica, el rey tuvo compasión y le perdonó toda la deuda. 
  2. Este perdón, sin embargo, no le cambió el corazón; porque apenas se encontró con alguien que a él debía una cantidad ridícula, no solo no lo perdonó, sino que lo encarceló a él y a su familia.

 Desde el Concilio Vaticano II se nos dice que la vida consagrada ha de aparecer en la iglesia como un “signo elocuente” del reino de Dios para todos los demás. Por eso, hay que decir que lo importante no es sólo que seamos célibes, pobres y obedientes, sino que nuestro celibato, pobreza y obediencia sean significativos para nuestros contemporáneos. Nuestro estilo de vida tiene que ser para ellos una interpelación, como lo fue la acción simbólica de Ezequiel para los habitantes de Jerusalén.

¿Somos signos del Reino de Dios para nuestra sociedad?

También se ha explicado en estos últimos años la identidad de la vida consagrada como “parábola del Reino de Dios”. Hoy Jesús en el Evangelio nos pide ser parábola del “perdón” hacia quien nos deba cualquier cosa y expresar así que más nos ha perdonado Dios. San Pedro creía que era muy generoso perdonando siete veces. Jesús, sin embargo, le mostró que el perdón no tiene límites y no ha de ser condicionado.

¿Somos parábolas de perdón?

Que el Espíritu Santo actúe en nosotros para que nuestras personas, nuestras comunidades, nuestro instituto, sea de verdad signo y parábola del Reino de Dios.

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