Cuarto Domingo de Cuaresma
Nuestra relación con Dios está marcada a veces por la desconfianza, hasta el punto de decirle: no te pediré nada, no te suplicaré más. En el fondo: ya no se cree en que Dios es Amor y uno se siente decepcionado. De esto nos hablan las lecturas de este domingo cuarto de Cuaresma, que por cierto se denomina tradicionalmente “Laetare” (Alegraos).
Y hay razones para ello. Dividiré esta homilía en dos partes:
- El alfabeto del amor
- El gran recurso: “Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo”
El alfabeto del amor
La primera lectura -tomada del segundo libro de las Crónicas- nos muestra cómo Dios le habló a su Pueblo en los momentos de la máxima infidelidad, cuando adoptaron las costumbres abominables de los paganos y mancharon la casa misma de Dios, el templo. Dios les habló a través de mensajeros, que les mostraban la compasión de Dios, les envió profetas, hasta les envió enemigos para la destrucción. No acogieron los mensajes de Dios.
Así quería Dios reconducir a su Pueblo. Pero también, les ofreció una solución inimaginable: un rey pagano, Ciro, rey de Persia, sería el gran enviado de Dios para reconstruir el Templo, y hacer renacer el pueblo de Dios.
Nunca desconfiemos de nuestro Dios. Se servirá de cualquier medio para mostrarnos su amor, su compasión y conducirnos hacia el buen Fin. Establezcamos una relación de absoluta confianza: aprendamos poco a poco el alfabeto de su amor que lo expresará a través de mensajeros, profetas e incluso aquellos que nos parecen ser nuestros enemigos y de quienes nada se podría esperar.
El gran recurso: “Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo”
Al final, Dios nos ofreció su gran y extraordinario recurso: “Tanto nos amó, que nos envió a su propio Hijo”.
El evangelio de Juan, nos presenta el diálogo de Jesús con Nicodemo -el maestro de Israel, cuyo nombre griego significa “el pueblo vence”-. Y Jesús le dice palabras super-emocionantes: “Tanto amó Dios al mundo, al cosmos, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”.
La frase es impresionante: quienes crean en Jesús no perecerán, tendrá vida, un nuevo y perenne amanecer. Y en el fondo de esta promesa, la frase conmovedora: “Tanto amó Dios Padre al cosmos”. Jesús no vino a nosotros para juzgarnos, condenarnos, destruirnos. Se hizo como uno de nosotros para comprendernos, concedernos el Perdón, tocar y curar nuestras heridas, hacernos felices y esperanzados, a concedernos una amnistía sin vuelta atrás.
El evangelio de este domingo también constata que hay gente que no cree en el Regalo de Dios y la razón es: “porque sus obras son malas”. La malicia mancha nuestros ojos para que veamos desamor o indiferencia allí donde brilla el amor.
Así habló Jesús al anciano Nicodemo. Le decía que tenía que recuperar otra vez la inocencia, nacer de nuevo, para creer en el amor “sin ningún tipo de prejuicios”. Y es que las experiencias de la vida nos endurecen el corazón y nos hacen perder la ilusión.
Conclusión
¡Tanto amó Dios al mundo! Porque confía en todos nosotros… tan diversos, tan plurales-. Confía en los de derechas e izquierdas, en los del Norte y los del Sur, en quienes se equivocan y en quienes siempre aciertan. ¡Tanto amó Dios al mundo! porque siente pasión y amor por todas sus criaturas. Y su Hijo Jesús ¡también! ¿No hay razones para denominar este domingo, el domingo del gozo… en medio de la Cuaresma?
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