La figura de José, el esposo de María, sigue siendo misteriosa. Parecerá extraño que un teólogo del siglo XXI se fije en él. Es verdad que apenas se habla de este hombre en los tratados teológicos; no es mencionado en las aulas de Teología. Hay cristologías y mariologías que apenas aluden a él, o incluso lo eluden. Hay artistas que lo alejan de María, aun habiendo sido su esposo. No obstante, hay personas –y yo quiero ser una de ellas- que mantienen viva su memoria, que transmiten su nombre, que escriben sobre Él e intentan comprender mejor su misterio.
Sorprendentemente donde la figura de José emerge –en distintas e interesantes versiones- es en el ámbito del cine. Hay actores que han ofrecido a la sociedad bellas imágenes de un José enamorado de María, o padre providente de Jesús, o de un José protector. No podemos negar, sin embargo, que la Iglesia de nuestro tiempo ha acogido con cierta simpatía generalizada la iniciativa del papa Francisco que ha declarado el año 2021-2022 como el Año de san José. La pauta orientativa para celebrarlo nos la ha ofrecido en su carta apostólica “Patris Corde” (con corazón de Padre). En ella, el papa Francisco contempla a san José desde su paternidad luminosa, irisada en diferentes virtudes modélicas: ternura, obediencia, hospitalidad, valor, trabajo, humildad.
Continuando en esa línea, es necesario también extender la riqueza del corazón de san José, contemplado desde su “corazón de Esposo de María”: una esponsalidad luminosa, irisada en diferentes virtudes modélicas: amor, alianza, fidelidad, respeto, cuidado, trabajo, audacia y silencio.
No sé si hemos aprovechado adecuadamente -desde el punto de vista teológico, espiritual y pastoral- este año dedicado a la figura de san José. Quizá haya sido una oportunidad perdida para no pocos creyentes.
Creo que algo importante le falta a la fe cristiana cuando se desequilibra el eco-sistema familiar de Jesús… También aquí deben resonar aquellas palabras proféticas de nuestro Maestro Jesús: “lo que Dios ha unido, que lo no separe el hombre”, y podríamos añadir, que no lo separe la teología, ni la espiritualidad, ni la pastora.
Y si alguien se preguntará: ¿y qué podemos decir de san José? Encontramos la respuesta en lo que Jesús nos dijo en la última Cena:
“Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir”.
Estas palabras pueden ser referidas al descubrimiento progresivo de la figura e importancia de san José, el esposo de María y el padre de Jesús, en la historia de la Iglesia. Nos encontramos en un momento privilegiado para poder asomarnos a un gran panorama, en el cual, la figura de José se engrandece y nos engrandece e inspira.
Jn 16,13
El Espíritu Santo ha sido el grande y silencioso actor de esta progresiva revelación. Y José creyó en el Espíritu Santo gracias a María. El Espíritu se la preparó como “esposa” y José acogió ese inmenso respeto, amor y fidelidad, el regalo divino del Espíritu.
Aprovechemos este día, festividad de san José, como auténtico “kairós”, momento propicio para acercarnos al relato bíblico de su vida y también a la proyección de su luz y su sombra a lo largo de los 21 siglos de vida eclesial.
Dispongámonos también a dejarnos sorprender y transformar por la creatividad del Espíritu Santo que de seguro nos ofrecerá perspectivas inéditas para contemplar a Jesús, a María, a Dios Padre desde la humilde y carismática humanidad de José, el esposo de María y padre de Jesús.
Impactos: 387
Me pregunto si es posible considerar a José como el “escudo de María”, el protector de María, el que la libró del oprobio y tal de la lapidación. Pues, qué habría sido sucedido si José hubiera permanecido en su idea de “repudiar en secreto” a María cuando supo que estaba embarazada. Qué valor hay que reconocerle a José, cuando siguiendo la inspiración del Espíritu, abandonó la idea del repudio y “acogió a María en su casa”. Desde la perspectiva puramente humana, José denotó un gran dominio de sus sentimientos, una gran magnanimidad con María, una profunda sumisión a la inspiración divina, y un amor sin límite a su desposada y al fruto de su vientre. ¿ Admirable José de Nazaret.