Hace un tiempo tuve la oportunidad de ser llamado a un encuentro entre obispos y superiores religiosos en una nación americana. Hubo allá una esbozo de sinodalidad -cuanto todavía no se hablaba en estos términos. Las “mutuas relaciones” de las que se habla en la Iglesia desde “hace ya” más de 40 años, requieren en este momento un nuevo planteamiento, que afecte no solo a la vida religiosa y los obispos, sino a todo el pueblo de Dios y al pueblo de Dios en su relación con la humanidad en toda su complejidad.
El primer Orden en el Bautismo
Quienes formamos el Pueblo de Dios y recibimos el primero y fundamental sacramento del Bautismo-Confirmación hemos sido agraciados con el Don del Espíritu Santo. ¡Ese es el primer sacramento del Orden! (John Zizioulas). Todos los bautizados son, por tanto, “ordenados”, y ¿porqué? Porque en la celebración del Bautismo no solo se derrama sobre nosotros el agua de vida, sino que también somos ungidos con el crisma y configurados como “sacerdotes, profetas y reyes” . El Bautismo y no el Sacramento del Orden ministerial es el fundamento de toda sinodalidad.
Todos los bautizados estamos incluidos en el Cuerpo de Cristo y quedamos agraciados para pertenecer a uno u otro de los diversos sistemas con los cuales el cuerpo vive, actúa, siente, se defiende, se adecua al contexto: locomotor (muscular y óseo), respiratorio, digestivo, excretor, circulatorio, endocrino, nervioso, reproductor, inmunológico… Seamos quienes seamos y ejerzamos la función que ejerzamos, hay una realidad que nos trasciende más allá de nuestra propia individualidad: ¡todos miembros del Cuerpo de Cristo! Y, por tanto, ¡todos en camino! ¡Todos los miembros en sinodalidad!
El ministerio episcopal en la diakonía del Espíritu (eclesial, sinodal, ministerial)
Nuestros hermanos obispos forman parte del Colegio episcopal. El Concilio Vaticano II puso de relieve este misterio de la colegialidad episcopal. Están llamados a ser “unos de otros” y “todos de Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu”. La fragmentación surge en la Iglesia, cuando este principio queda suplantado por la identificación con “un papa” u “otro”, con una “línea” de pensamiento y acción o “con otra”.
Actualmente el mecanismo de elección de obispo es tan universal y tan complejo, que se aprecian enseguida “las preferencias” y “las opciones” según los organismos y personas que han de hacerlo. La participación de la comunidad -incluyendo a las diversas formas de vida cristiana- se realiza “sub secreto” y evitando la comunicación mutua.
La opción por la sinodalidad del Pueblo de Dios nos va a permitir encontrar el camino que el Dios sueña para la Iglesia del 2050. La unidad del episcopado no se encuentra en el uniforme, ni tampoco en las ideas, sino en el corazón, en la sinodalidad que en ellos tiene ya una larguísima y providencial historia.
Lo más bello del ministerio episcopal es -a mi modo de ver- su ubicación y su función en la Iglesia particular-local, con su inefable misterio, su rostro tan diversificado y la humano-diversidad que la constituye.
Los ministros ordenados en el Episcopado forman con su Iglesia particular la red y el entramado de la Gran Iglesia mundial, de la gran Iglesia histórica -desde Pentecostés hasta hoy-.
En cada Iglesia particular se refleja el misterio total de la Iglesia, no solo contemporánea y universal, sino de toda la Iglesia histórica y escatológica que surgió desde Jesús en Pentecostés. No se trata de una “red de sumas”, sino de “el todo en el fragmento”. Así soñó el Concilio Vaticano II las iglesias particulares y a sus ministros cualificados, los obispos. Cada uno de ellos carga con un magnífico simbolismo que le excede por todas partes.
Ser consciente de ese simbolismo le llevará a ser un humilde portador de Él, un buscador apasionado de la verdad, un pastor capaz de dejar en el redil las 99 ovejas e ir en busca de la perdida.
Lo que parece una tarea dificilísima e imposible, es “diakonía del Espíritu”, y no protagonismo con “la asistencia del Espíritu”. El Espíritu no es “el asistente”, sino el protagonista. Por eso, los obispos son “cooperadores”, “colaboradores”, “humildes y diligentes asistentes del Espíritu”. El Papa Francisco definió a san Juan XXIII como “el dócil al Espíritu”. ¡Esa es la la más necesaria configuración del ministerio episcopal: la docilidad al Espíritu que inspira y dirige una comunidad cristiana!
Y el mismo Espíritu configura todo ministerio eclesial como “diakonia Jesu” (Diakonía de Jesús), la diaconía del buen y bello Pastor. Es así como las comunidades de Jesús se sentirán lideradas por el Espíritu de Jesús.
La vida consagrada como creatividad incontrolable: en misión carismático-diversa
La vida consagrada en todos sus tiempos, formas y expresiones responde a la “fantasía creadora” del Espíritu de Jesús. Ya desde muy pronto en la Iglesia se le atribuyó al Espíritu Santo su origen y más tarde se ratificó diciendo que sus fundadores actúan “divino aflante Spiritu”, bajo el soplo del Espíritu de Dios.
La madre Iglesia ha puesto siempre su confianza en la vida consagrada auténtica y la ha bendecido como carisma y don para la misma Iglesia y para el mundo. Esta forma de vida ha contado siempre con una especial Providencia de Dios sobre ella.
La Iglesia encuentra en la vida consagrada a grupos de hermanos y hermanas “totalmente liberados” -¡es lo que pretenden los Consejos Evangélicos, que los configuran!- para el culto a Dios y el servicio para que el Reino de Dios esté presente y actuante para el bien de la humanidad.
La vida según los “consejos evangélicos” que el Espíritu Santo siempre actualiza y reinterpreta en cada época y circunstancia, convierte a la vida consagrada en una “permanente instancia anti-idolátrica”. La triple idolatría del poder, el dinero y el sexo, atrapa a la humanidad y la destruye progresivamente. La emergencia de fuerzas “anti-idolátricas” auténticas y hasta exageradas es la que permite a la humanidad buscar y entregarse al verdadero Dios.
La vida “en comunidad” y en comunión tiene siempre un carácter sorprendente: uno no escoge o elige a sus compañeros/as de comunidad, uno es elegido para formar parte de una comunidad que no nace de la carne ni de la sangre, sino de Dios. Jesús sigue eligiendo a los que quiere y su Espíritu nos lo da a conocer. La superación de cualquier forma de fragmentación dentro de las comunidades de vida consagrada, o dentro de cada Iglesia particular o de la Iglesia mundial-católica, es profecía de comunión y, tantas veces ¡heroica! y muchas otras veces ¡un regalo del Espíritu!
Bendita complejidad: Relaciones “en sinodalidad”
Ministerio ordenado y vida consagrada se enfrenta hoy al desafío de la sinodalidad. No es una moda. Es una tarea pendiente desde hace mucho, muchísimo tiempo. Y el Espíritu Santo nos ha traído hasta aquí, por diversos caminos:
- La nueva conciencia del protagonismo del laicado, los movimientos que han surgido con tanta fuerza y poderío en la Iglesia de nuestro tiempo, hacen que unas formas de vida cristiana, privilegiadas en el pasado, como el ministerio ordenado y la vida religiosa, necesiten hoy una reubicación en el conjunto de la Iglesia. La teología ha redescubierto la identidad teológica del laicado; ha dado un nuevo impulso a la espiritualidad del bautismo y confirmación, como espiritualidad fundante para cualquier forma de vida cristiana.
- Se ha acabado así la época de los privilegios, los clericalismos y perfeccionismos. Y por eso, nos preguntamos: ¿cómo entender el ministerio ordenado dentro de una concepción adulta y madura del pueblo de Dios? ¿Cómo entender la vida consagrada dentro de un pueblo de Dios llamado todo él a la perfección de la caridad? ¿Qué relaciones han de mantener entre sí estas dos formas de vida cristiana y qué relación han de mantener con el laicado seglar?
- El ejercicio del Liderazgo o gobierno en la Iglesia se ha vuelto mucho más complejo y difícil. Mantener viejas formas de organización y liderazgo, que responden a tiempos pasados -en los cuales la conciencia humana no había logrado la madurez- hace violencia. La conciencia humana está siempre en expansión y ello requiere que surjan nuevas formas de organización más adaptadas a la “nueva conciencia” y un liderazgo adecuado para la nueva situación de la Iglesia y de la humanidad.
- La gran clave: la “Missio Dei” -entendida como el Espíritu Santo en Misión trinitaria hoy- viene en nuestra ayuda para instaurar nuevas “relaciones mutuas”. Cuando el Espíritu nos contagia su pasión misionera, nos ponemos como Pablo y Bernabé bajo su influencia… Necesitamos re-escribir unos “Hechos del Espíritu a través de sus Apóstoles” en el siglo XXI.
- En el corazón de la Iglesia, de todos los ministerios y formas de vida, debe estar siempre la Misión. Es nuestra razón de ser seamos laicos, ministros ordenados. Entiendo la misión en su sentido más teológico. La misión nace de las entrañas del Abbá que envió a su Hijo al mundo, y de las entrañas del Hijo que con el Abbá envió al Espíritu Santo. Esta es la “Missio Dei”. Nosotros, como Iglesia, participamos de la Misión del Espíritu Santo, La Missio Dei es misión compartida. Sin espíritu misionero la Iglesia no se mantiene. La comunión es respetada y venerada cuando nace del dinamismo y entsiasmo misionero.Por eso, la conciencia y vivencia misionera será la que nos lleve a entendernos, a vivir en comunión, a relacionarnos, movidos no por intereses individualistas o de grupo, sino por la pasión misionera. El Espíritu Santo nos necesita a todos -en magnífica sinfonía- para realizar el Sueño de Dios en nuestro tiempo. La sinodalidad -aunque difícil tarea- es el camino.
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