Hace 150 años que san Antonio María Claret fue agraciado con un llamativo regalo espiritual: “conservar la Eucaristía en su pecho de una comunión a otra” desde el 26 de agosto de 1861 hasta su muerte (24 octubre 1870). Ha habido misioneros claretianos que han intentado entender y explicar el sentido de esta gracia, que el mismo Claret definía como “gracia grande”. ¿Cómo explicar una gracia así hoy, tras la evolución que se ha producido en la Teología de la Eucaristía? ¿Fue Claret un “privilegiado” o un “pionero” que nos muestra un camino espiritual accesible a todos nosotros? Quien busca el rostro de Dios, apasionadamente como Claret, es agraciado con la experiencia de la Presencia.
Claret nos enseña que cuando una persona es invadida por la Presencia no es anulada, ni vaciada, sino liberada, plenificada, ensalzada, activada al máximo de sus posibilidades para la misión. Claret nos dice a todos que vivir en Alianza con Dios y el deseo de identificación con Jesús tiene futuro insospechado, maravilloso. Quien disfruta de la Alianza eucarística llega a conocer que la Eucaristía actúa en lo más íntimo de la creación y desata un proceso de transformación de la realidad que terminará por transfigurar el mundo entero, cuando Dios será todo en todos. Es la nueva y eterna alianza en la sangre del Cordero inmolado, que comienza transformando el corazón del cristiano y termina transformando el cosmos. En esa transformación tiene un papel central el Espíritu Santo. La dinámica transformadora de la Eucaristía se introduce así en la historia y en el seno de las culturas.
Ofrezco seguidamente el largo artículo en que ofrezco mi modesto intento de re-interpretar la “Gracia Grande” hoy. Para poder verlo y leerlo adecuadamente:
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