PERDÓN E INDULGENCIAS – ¿UN GRAN SACRAMENTO EN CRISIS?

¿Qué decir de las indulgencias? La bula de convocación del jubileo extraordinario de la Misericordia “Misericordias Vultus” (año 2015), nos decía en el n. 22: que: «el perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites». Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Pero parece ser que… -y esto es lo extraño- la iglesia tiene poderes de indulgencia, que completan o aceleran el perdón de Dios. ¿Cómo dar hoy razón de las indulgencias? ¿Cómo dar hoy razón del sacramento del Perdón? ¿No será necesario entrar en la revolución de la Ternura?

¿Falta algo al perdón de Dios?

En la bula del jubileo extraordinario de la Misericordia se nos decía también que el sacramento de la Reconciliación es perdón real y cancelación del pecado; no obstante, queda en nosotros la huella negativa del pecado y ésta repercute e influye en nuestros comportamientos y pensamientos. La bula explica esta situación en los siguientes términos:

Dios nos muestra también aquí su misericordia, que se transforma en indulgencia del Padre, concedida a través de la Esposa de Cristo -no solo la de la tierra, sino también la Iglesia del cielo: perdona y libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.

Misericordias Vultus

Con esta constatación se intenta justificar la praxis eclesial de las indulgencias: “la misericordia de Dios se transforma en indulgencia del Padre, concedida a través de la Iglesia peregrina y celeste. Por eso, la Iglesia se convierte en administradora y distribuidora de indulgencias, siempre que se cumplan determinadas condiciones que ella misma impone.

El perdón por parte de nuestro Dios está aquí sometido a los condicionamientos que la Iglesia imponga. La Iglesia (es decir, la suprema jerarquía) puede, por lo tanto:

  •  “recabar del tesoro de gracias obtenidas por la redención de Cristo, algunas gracias para aplicarlas a los fieles vivos e incluso difuntos, si estuvieran en el purgatorio”;
  • y que solo el Papa tiene autoridad para conceder la indulgencia plenaria, bajo determinadas condiciones.

Esta tradición podría tener sentido cuando hace siglos los fieles -sometidos al proceso penitencial a causa de sus pecados graves- quedaban sometidos a penitencias cuantificables y tarifadas y entonces —bajo determinadas condiciones— se les concedían indulgencias reduciendo las penas. Pero, ¿qué decir y hacer, cuando aquella praxis penitencial concluyó? Y ¿cómo entender que unas indulgencias concedidas aquí en la tierra, puedan ser aplicadas incluso a los difuntos?

La objeción de Martín Lutero

Martín Lutero sigue esperando una respuesta adecuada de la Iglesia católica. La respuesta no consiste únicamente en guardar silencio y hacer que ciertas doctrinas se olviden. Necesitamos la “parresía” del Espíritu para reconocer que -sin dudar de la buena voluntad- hubo extralimitaciones doctrinales en otros tiempos, hoy podemos y debemos repensar la tradición recibida.

Hay ciertas doctrinas teológicas tradicionales -como ésta- que merman la Gloria de Dios, que no hacen justicia plena al Dios de la Misericordia y del Perdón, y deja a la discreción de algunos seres humanos su perdón incondicional. El Sacramentos de la Misericordia y del Perdón no debe dar la impresión de un tribunal que administra justicia, poniendo condiciones.

En la revolución de la ternura y del perdón

Fue la Misericordia la que hizo que la minoría cristiana resultara tan peligrosa en el Imperio romano. Ante las prácticas de la misericordia los observadores imperiales quedaban perplejos:

  • No disponían de argumentos intelectuales para explicar su porqué:
  •  era la práctica más extraña, más contraria a su cultura: 
  • era una virtud injustificable para cualquiera de las tradiciones filosóficas de aquel tiempo.
  • por ejemplo, durante la plaga de los años 251-266, los historiadores paganos de Roma comentaban que los cristianos se negaban a huir de las ciudades para así poder atender y cuidar a las personas contagiadas que no eran de sus familias.

Como consecuencia de esto, cambió totalmente la definición y el concepto de Dios. 

  • Aquel mundo comenzó a acoger a un Dios que tomó la forma de esclavo (Flp 2,1-11). 
  • Creer que la gloria de Dios se revela en la resurrección de un humillado, crucificado, esclavo sufriente, que proclamó el Reino de Dios a favor de los esclavizados, de los olvidados de la tierra era como dar la vuelta totalmente a la concepción del mundo y de Dios. 
  • Ese esclavo apareció en elmundo con una ternura sobre-humana: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36). 
  • Él era una misericordia más allá de toda misericordia. 
  • Para Jesús los marginados eran no solo aquellos que devienen destinatarios de la misericordia, sino también aquellos que deben ser estimados, servidos y dignificados. 
  • La extraña ética de la misericordia era tal que solamente podía ser explicada por su origen teológico en Dios.

¡Verdaderamente la misericordia no pertenece a este mundo! 

El sacramento de la Misericordia nos lo debe recordar, cada vez que lo celebramos.

La crisis del Sacramento del Perdón… y las indulgencias

¡Algo hay que hacer para que este sacramento exprese lo que debe expresar! Si no, seguirá diluyéndose, perdiendo sentido, y serán cada vez más los fieles que se aparten de él… Un perdón que impone tantas condiciones (examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia) ¿llevará nuestra mirada hacia el Dios de la Misericordia? Imaginemos lo siguiente: alguien me ofende, y yo le perdono… ¡eso sí! bajo la siguientes condiciones: ¡examina tu conciencia!, ¡que te duela el corazón por lo que has hecho!, ¡exprésame el propósito de la enmienda!, ¡confiésate ante mí!, ¡te impondré una penitencia que has de cumplir! y hecho todo esto, solo entonces ¡te concedo mi perdón!

Por hacer las cosas sencillas, las hemos complicado demasiado. ¡Volvamos a la sencillez del Evangelio! Entremos en la revolución de la Ternura, que nuestro Dios siempre protagoniza.


[1] La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (cf. Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de hacer encontrar la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza de que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente (Misericordias Vultus).

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Una respuesta en “PERDÓN E INDULGENCIAS – ¿UN GRAN SACRAMENTO EN CRISIS?

  1. Carmen Pérez Yruela, Religiosa de la Presentación de la Virgen María, de Granada- dijo:

    Cómo me alegra esta publicación llena de sentido sobre el tema de las indulgencias y del sacramento del perdón. Estoy contigo en que hay que repensarlo y volver a expresar evangélicamente este tema, entre otros. A la misericordia de Dios ¿quién se atreve a ponerle condiciones? Está claro que el Padre bueno rechaza de lleno cualquiera de las condiciones que el hijo menor le quiere expresar para que lo reciba en su casa. El alegría, el abrazo y la fiesta echan por tierra toda condición. Bueno… Gracias.

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