Don Julián nos dejó antes de ayer, el día 30 de junio por la noche. Sus últimas horas entre nosotros fueron de “presencia silenciosa” y silenciosamente entregó su espíritu. Nos fue dejando lentamente a través de esas disminuciones que produce el paso del tiempo y el Espíritu que prepara el paso a una nueva existencia.
Don Julián llamó muchas veces a mi puerta para pedirme colaborar en su proyecto y sus sueños. Y siempre que me pidió un servicio allí estaba él como el primer alumno. Le veía atento, sonriente, disfrutando de las grandes verdades de nuestra fe “común”. Una vez me dijo con una cierta solemnidad: Padre Cristo Rey, quiero que aborde el tema de la Ordenación de las Mujeres en la Iglesia Anglicana en el contexto del diálogo anglicano-católico. Puso a mi disposición una excelente documentación. Don Julián me hizo así entrar en uno de los puntos candentes del ecumenismo. En otra ocasión, me pidió comentar los acuerdos ecuménicos sobre María en Dombes y ARCIC. Hubiera deseado que me implicara más en todo el tema ecuménico, tal como él lo vivía, pero debido a mis compromisos me resultaba imposible. No osbtante, fue para mí siempre el recordatorio de un ecumenismo sereno, humilde y perseverante.
Don Julián Hernando encendió en mi la llama ecuménica. Cuando este curso me ofrecieron dar la lección conclusiva del curso 2007-2008 en el Centro Ecuménico de las Misioneras de la Unidad, escogí como tema “La eco-teología: ecumenismo desde una nueva visión”. Me sorprendió la presencia cualificada de muchas personas de diversas confesiones, cuando yo esperaba solo la presencia de alumnas y alumnos. Pero también me sorprendió -¡la única vez!- la ausencia de Don Julián. Hubiera necesitado sus palabras de ánimo, como en otras ocasiones, para seguir por el camino de la unidad. Estaba en el Hospital, preparando su última gran lección de silencio y acogida de la voluntad definitiva del Abbá de la Unidad.
Don Julián nos ha dejado. Su voz sonora forma ya parte del coro de los ángeles y santos en el cielo. Perdemos su presencia. Ha dejado entre nosotros una estela de santidad, de ánimo grande donde caben todos y nadie se siente extraño. Soñó mucho más de lo que pudo realizar. Pero muchos quedamos enredados en sus sueños y expectativas. Fue profeta de la resistencia, esperando siempre el momento propicio. Fue profeta de convergencias, de modo que los diferentes encontrábamos en él al “padre” al “abbá del ecumenismo”.
De seguro que el recibimiento en el cielo habrá sido extraordinario: y por allí habrán aparecido Lutero, Calvino, Zwinglio, Agustín, Tomás de Aquino, el card. Bea, el patriarca Atenágoras, el Hno. Roger… y tantos otros. Así en el cielo… como en la tierra. Gracias, don Julían, muchísimas gracias.
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