La imagen bíblica del “buen pastor” era el símbolo del buen gobierno. En cambio, la imagen bíblica del des-gobierno eran las “ovejas perdidas y sin pastor”. Este domingo nos invita a meditar sobre ello.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El “buen pastor” o gobernante.
- Cuando el pueblo de Dios se siente atendido.
- Un excelente programa en forma de oración.
El “buen pastor” o gobernante
El buen gobernante está cerca de la gente: intuye y conoce sus necesidades y sueños; valora sus diferencias; atiende igualmente a todos; se preocupa por los “perdidos” y distanciados, opta por el todo y no es partidista.
El líder no es más importante que la comunidad humana a la que lidera. Por eso, cuando el líder es inepto, debe ser relevado cuanto antes; si no, quedará la comunidad expuesta a la indefensión ante todo acoso del mal.
Quien no sea capaz de representar al Buen Pastor, debe renunciar o ser removido cuanto antes.
Cuando el pueblo de Dios se siente atendido
La Iglesia debería ser modelo en el arte del buen gobierno. Su ejemplaridad transformaría al mundo. Y el paradigma es Jesús, el Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas, que dignificó a la oveja perdida cargándola sobre sus hombros; que se compadecía de las muchedumbres y realizaba milagros.
El clericalismo, sin embargo, tiende a ser narcisista, a encerrarse en sus propios intereses -que fácilmente confunde con los de Dios-. La iglesia tiene que sanear y reconfigurar la red inmensa de sus pastores.
Un excelente programa en forma de oración
La exhortación “os daré pastores según el corazón de Dios” de Juan Pablo II presenta un excelente programa para ser hoy “buenos pastores”:
Jesús, buen pastor: en nuestra humanidad hay pocos gobernantes que gocen de nuestro aprecio, respeto y credibilidad. Demasiados intereses hacen que los partidos no siempre elijan según sus ideales más altos. Hemos de resignarnos a la mediocridad, a la apariencia, a la vanidad de algunos. Pero, tú, que todo lo puedes, envíanos de vez en cuando a quienes sean capaces de favorecer la reconciliación, la justicia, la paz entre nosotros. Sufrimos demasiado por tantas circunstancias de la vida, como para tener también que sufrir por un mal gobierno.
Jesús, buen pastor, envía a tu Iglesia pastores según tu corazón, hombres apasionados “por el todo” y no partidistas, puntos de encuentro y no de desencuentro, humildes servidores, y no sermoneadores de palabras que nada resuelven. Envíanos pastores que ofrezcan soluciones, y no solo malos diagnósticos. Cúranos, aliméntanos, sácanos de nuestra tristeza colectiva. Tú sabes cómo hacerlo. Tú lo estás haciendo. ¡De Babel al Cenáculo! ¡Del Cenáculo a todas las etnias del mundo… a todas las gentes! ¡Hasta la reunión de todos los hijos de Dios dispersos!
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