Jesús no fue un frío maestro que desde fuera nos quiso enseñar su doctrina. Jesús se acerca a nosotros. Nos habla. Nos lava los pies. Nos toca para curarnos. Nos entrega su mismo Cuerpo y Sangre. Mostrar frialdad ante quien se acerca a nosotros con tanta familiaridad es frialdad a la enésima potencia. Cualquier gesto acostumbrado ante Jesús es ofensivo. Ya lo dijo Él: es como echar las perlas a los cerdos.
Lo más importante en este día no son los esplendores ceremoniosos: vestiduras, custodias, procesiones, cantos, inciensos, autoridades, rituales… lo más importante en este día es el Cuerpo y la Sangre que buscan conmovernos, hacernos entrar en un pasmo de amor. A quien esto experimente no le sobrará nada, pero le habrá sido concedido entrar en el epicentro de la Eucaristía, en el ojo del Huracán.
¡No solo de pan! o el arte de vivir
El autor del Deuteronomio no tiene la menor dificultad en atribuir a Dios todos los sufrimientos que padecieron los Israelitas durante su camino de 40 años por el desierto. Dios era el causante del hambre, de la sed, de las amenazas a la vida.
Pero ¿con qué objetivo? “Para que aprendan que no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Dios Padre quiere enseñar a sus hijos el arte de vivir, cómo vivir en Alianza, cómo dignificar la vida. Vivir en diálogo con Dios es la forma más sublime de vida humana. Por eso, dice el libro de los Proverbios:
“No desdeñes, hijo mío, la instrucción de Yahweh, no te dé fastidio su reprensión, porque Yahweh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido”
Proverbios 3, 11-12
Pero el Padre Dios no deja a su pueblo morirse de hambre y de sed. Por eso, hace surgir agua en la roca y les da pan del cielo o maná. Todo es gracia de Dios: la palabra, el agua, el pan.
Esta lectura primera de la liturgia de hoy, 14 de junio 2020, nos hace evocar a Jesús. Él fue llevado también por el Espíritu de Dios al desierto, para ser probado como “hijo querido”. Jesús fue un auténtico hijo y escuchó la voz de Dios y no quiso procurarse el pan por su propia cuenta, cuando experimentó el hambre. Vivió pendiente de la Palabra de Dios.
Nuestro hermano mayor, Jesús, nos dio una excelente lección, que podría resumirse en:
- ¡No veas en el sufrimiento y en las dificultades un castigo, sino una pedagogía necesaria que el Abbá y el Espíritu utilizan contigo!
- ¡No quieras solucionarte en este tiempo tus problemas! ¡Deja que venga del cielo el agua, el pan y la Palabra! ¡Espera a que Dios se pronuncie!
- Después de una corta tribulación, uno aprende a vivir de otra manera…
¡Increíble!
Pensar que es posible entrar en comunión con Cristo, con Jesús resucitado y glorificado, puede parecer ciencia-ficción. Algunas personas se lo creen tan a pie juntillas, que ni se extrañan ni se estremecen.
Pero Pablo tuvo que interpelar a los cristianos de Corinto que comían el pan eucarístico y bebían el cáliz sin demasiado discernimiento. Supongo que en sus palabras y en su rostro se desvelaba su amor apasionado al Señor, su experiencia continuada de la Presencia.
- “Comunión con la sangre de Cristo”: esa sangre que se le derramó —¡hasta la última gota! – en el Calvario, era “sangre derramada por nosotros”. Aquella sangre no se quedó en el Calvario, ni en la tierra del monte Gólgota. Aquella sangre resucita misteriosa y se hace bebida para el Camino. Beber el cáliz es entrar en comunión con el Jesús que se da totalmente, sin reservas… hasta la última gota. “Una sola gota de agua pura, es capaz de purificar todo el océano”, decía un poeta. ¿Qué no será capaz de hacer una gota del Cáliz de Jesús? Una gota de sangre de Jesús puede salvar a todo el mundo de todo crimen (Adorote Devote)
- “Comunión con el Cuerpo de Cristo”: el cuerpo de nuestro Señor fue siempre lugar de encuentro, fuente de energía que todo lo curaba, misterioso punto de partida de todas sus palabras. El cuerpo de Jesús —desde el talón de los pies hasta la coronilla de la cabeza— era un Cuerpo que conservaba las memorias más sublimes del ser humano y las memorias más sublimes de Dios. No hay ni puede haber “tesoro” como ese Cuerpo. Parece increíble que podamos entrar en comunión con ese Cuerpo, ya en su plenitud, en toda su luminosidad y expresividad…. invadido de vida eterna. Ese cuerpo se nos da en el pan eucarístico.
¿Puede haber momento más feliz, más extático, que el momento de la comunión? ¡No busquemos enseguida consecuencias morales o moralizantes! Dejemos por una vez, el “qué tenemos que hacer”, y disfrutemos de esta admirable Comunión.
¡Hijo de hombre…! ¡… para comerlo!
Cuando Jesús se define como “Hijo del hombre” nos está dando una clave para entender sus palabras.
- Jesús sabía que el título apocalíptico “Hijo del hombre” le pertenecía. Lo había utilizado el profeta Daniel en su visión apocalíptica. En ese título se hablaba de un Mesías del todo especial. ¡No un Mesías davídico (¡hijo de David!) sólo para Israel, sino un Mesías mundial, para todas las naciones (¡hijo del hombre!) ¡No un Mesías guerrero capaz de abatir todos los imperios de injusticia con el poderío de sus ejércitos o su espada, sino un Mesías “humano”, muy humano, no violento, humilde, vulnerable y vulnerado!
- Jesús, en lugar de decir, “yo”, o “mi”, se refería a sí mismo con la expresión “Hijo del hombre”. Bastaría recordar todas las expresiones evangélicas en que Jesús se denomina así, para descubrir la imagen de un Mesías servidor, pobre, entregado, enamorado de la humanidad y en especial de los más pobres, víctima de la violencia y condenado por las autoridades civiles y religiosas.
- Por eso, seguir al Hijo del hombre no era fácil. Daba miedo. No conducía a escalar altos puestos, sino a situarse en “los últimos”.
- Por eso, cuando Jesús invitaba a comer la carne del Hijo del hombre y a beber su sangre, había gente que se escandalizaba.
- Comer la carne del Hijo del hombre no es —y perdóneseme la expresión— “tragar”, se trata de un proceso lento de asimilación. Beber la sangre no quiere decir tomarla de un trago, sino ir bebiéndola gota a gota, hasta apurar el cáliz, para identificarse con la oblación y entrega del Hijo del hombre.
Jesús sabe que todo su ser tiene vocación de Cuerpo y de Cuerpo que incorpora. Cualquiera de nosotros puede incorporarse a Jesús si cree en Él y lo desea.
Sólo haciéndonos on-corpóreos y con-sanguíneos, tendremos vida en nosotros, vida abundante. ¿Nos damos cuenta de la grandeza de cada misteriosa Comunión? ¿Cómo no experimentarla como pasmo?
Para contemplar:
SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?
Música Católica – A capella
Durante la Adoración Eucarística de la JMJ en Rio de Janeiro (Brasil) se interpretó esta conmovedora canción: O God, I need you! Oh Dios, yo te necesito.
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