Este segundo domingo de Cuaresma nos invita a una especie de exageración que se puede denominar. ¡enormidad! Lo enorme supera la norma. No basta obedecer. Es necesario ir más allá. Quienes somos discípulos de Jesús e hijos de Dios Padre tenemos que estar dispuestos a pasar por la enormidad de la fe y del amor.
Los pactos o alianzas entre los seres humanos suelen tener fecha de caducidad: son temporales. Las instituciones no se comprometen con sus empleados “para siempre”. Vivimos en la cultura de “fecha de caducidad”. Nada extraño que esta “caducidad” afecte también a pactos tan sagrados como el matrimonio, la profesión sacerdotal o la consagración religiosa. Este primer domingo de la Cuaresma nos proclama que los pactos de Dios con nosotros son “para siempre”.
Nos llega de nuevo el tiempo central del año litúrgico, que tiene dos fases: la cuaresma con sus 40 días y la pascua con sus 50 días. Son noventa días intensos para revivir y recrear “lo esencial” en nuestra vida cristiana. Desde el miércoles de Ceniza hasta el día de Pentecostés vamos a someternos a una toma de conciencia intensa y progresiva de nuestra “condición” de hijos e hijas de Dios, que vivimos “en Cristo Jesús” y somos consagrados por el Espíritu.
La Cuaresma es el primer trayecto de este camino. Entramos en la experiencia simbólica de los cuarenta días. Día tras día nos irá recordando la Palabra de Dios que somos el pueblo de la Alianza y que todo ser humano está llamado a integrarse en ese Pueblo.
La Alianza hace humano a Dios y nos vuelve divinos a nosotros. La Alianza nos pide vivir en fidelidad. Y la Cuaresma es el tiempo propicio para renovar o re-instaurar nuestra Alianza con nuestro Dios. Cada domingo nos presenta un aspecto de este compromiso:
La Alianza del Arco-iris (domingo 1º )
La e-normidad de la fe y del amor (domingo 2º).
La idolatría, sucedáneo de la fe (domingo 3º)
Sanar el amor: entre la sospecha y la confianza (domingo 4º).
El precio de la Alianza: (domingo 5º)
La pasión del Jesús, fiel a la Alianza (domingo de Ramos y Triduo Pascual).
Estamos muy sensibilizados, por las experiencias de los últimos años, ante cualquier tipo de pandemia. Sabemos lo que genera, cuántos sufrimientos y muertes producen. Este domingo nos permite reflexionar sobre ello, pero de una manera especial, sobre las pandemias espirituales, difícilmente detectables pero deletéreas.
Hay quienes se lamentan y dicen: ¡mi vida no tiene sentido! Otros, en cambio, encuentran el sentido de su vida en la salud, el dinero y las propiedades, en la fama que los hace destacar de los demás, en el disfrute del sexo, la comida, la diversión. La liturgia de este domingo nos ofrece unas claves para dar sentido a nuestra misteriosa existencia.
Quien mira directa y permanentemente al sol, incluso en un día de eclipse, puede quedarse ciego. Reconocer la trascendencia infinita de Dios es la condición necesaria para no sustituirlo con un ídolo. El mensaje de este domingo nos pide: ¡respeta la distancia y no la niegues!
Ante la situación mundial no pocos piensan que el cristianismo irá poco a poco desvaneciéndose: lo que ya sucede en las familias, sucederá en las naciones de tradición cristiana. Estaríamos entrando en una época pos-cristiana. Sin embargo, las figuras de Jonás y de Jesús no son presentadas en este domingo como argumentos en contra. Nínive se convertirá y surgirán “pescadores de hombres”. La misión de Dios no fracasará.
Las promesas de Jesús: “Yo soy el pan que da vida. Vuestros antepasados comieron el maná y… murieron. El que coma del pan que yo le daré, vivirá para siempre… es mi cuerpo para la vida del mundo”. Ante estas palabras habrá quienes -sin pensarlo mucho- se sientan consolados, quienes se muestren totalmente escépticos y quienes se muestren muy perplejos.
Concluidas las Navidades, hemos iniciado ya la tanda de las seis primeras semanas del tiempo ordinario, que nos llevarán hasta el tiempo de cuaresma, hasta el miércoles de ceniza. Hoy es el domingo 2º. El tema de la liturgia hoy puede resumirse en dos preguntas: ¿Cuál es mi vocación? ¿Cómo estoy respondiendo a ella? Como decía Friedrich Nietzsche “la vocación es la espina dorsal de la vida”.