Más de una vez se ha recordado aquella ocasión en que Jesús, interpelado por sus discípulos para que les enseñase a orar, les comunicó la oración del Padrenuestro. Y a partir de ahí, la Iglesia y la tradición, han hecho del Padrenuestro la oración fundamental del cristianismo. Nadie la ha puesto en cuestión. Es más, han sido numerosos los libros que se han escrito con la pretensión de explicarla y hacerla lo más comprensible a quienes se acercan a ella y la tienen en su devocionario común. Pero tal vez alguien pueda preguntarse si, de igual manera que Jesús ofreció a sus discípulos el Padrenuestro como paradigma de la oración, pudo haberles enseñado también la “forma” de orar.
Es cierto que, en una ocasión en Samaría, dijo que ya no se adoraría a Dios en el templo ni en otro lugar sino en espiritu y en verdad. Pero, Él –que era un orante persistente- seguro que adoptaba alguna forma o postura para orar, para ponerse en contacto con Dios, para pasar la noche en oración con El.
La oración de Getsemaní
Como en la Biblia no se habla de esa actitud o postura de Jesús para orar, se me ha ocurrido acudir a la que seguramente fué una de sus últimas oraciones sobre la Tierra: la oración en el huerto de Getsemaní, después de la última Cena. Ese momento no es relatado en el evangelio de Juan, pero sí en los de Mateo, Marcos y Lucas. Según la traducción aprobada por la Conferencia Episcopal Española el 11 de febrero de 1988, los relatos de esta oración son del siguiente tenor:
“Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así:…” (Mt. 26,39)
“Avanzó unos pasos, cayó de bruces y pidió que, siera posible, pasara lejos de él aquella hora” (Mc. 14,35)
“El se apartó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y se puso a orar..” (Lc. 22,41
Los dos primeros evangelios utilizan la misa expresión: “cayó de bruces”. Mientras que el tercero emplea el término “se arrodilló”.
Estas expresiones pueden dar a entender que en su vida cotidiana Jesús oraba postrado en tierra. De bruces o arrodillado. Con una postura de gran humildad, respeto y sumisión ante el Padre. Y esto tal vez nos esté indicando algo conveniente o bueno para nuestra oración. En la vida eclesial y litúrgica ha venido decayendo la posición de rodillas en la misa y en otras devociones litúrgicas o paralitúrgicas. Se prodiga más la oración de pie o, incluso, sentados. Y no se trata de criticar o de desterrar estas formas, sino de preguntarse por qué se ha abandonado la oración de rodillas, o la oración de postración.
La postración, como forma de orar hoy
Tengo oído que en algunas comunidades religiosas, sobre todo de gente joven, que algunos de sus miembros –en capillas amuebladas con un estilo más moderno- acuden a orar postrando su cuerpo en el suelo. No tengo referencia de que eso ocurra con los laicos. Si rezamos en la iglesia lo hacemos desde los bancos, y si lo hacemos en casa rezamos sentados en una silla o en un sofá, o, tal vez, en la cama misma.
Me llamó la atención hace unos días (en un nuevo visionado de la película “Tierras de penumbra”) que en una de las escenas el protagosnista (Anthony Hopkins) al ser preguntado por su esposa (Debrah Bringer) sobre las cosas que hacía antes de acostarse respondiese, en parecidos términos, que corría las cortinas, dejaba la ropa sobre la silla, se cepillaba los dientes, abría la cama, y se arrodillaba para rezar. Me pareció como una escena de infancia, de un evidente contenido de sencillez y pureza. Arrodillarse delante de cama a orar antes de irse a dormir.
¿Recuperar la postración orante?
A raíz de ello me puse a reflexionar por qué se habría abandonado en nuestra sociedad esa costrumbre de ponerse de rodillas. Y observándome a mí mismo, pienso que me costaría arrodillarme en casa no tanto por vergüenza, sino por falta de humildad. Nadie tiene por qué verme arrodillado junto a la cama orando antes de acostarme. No tengo por qué tener sensación de vergüenza. Pero siento que me cuesta hacerlo, como si algo en mi interior me dijera “qué más da..”, puedes seguir orando sin necesidad de arrodillarte.
Pero no. Creo que voy a intentar retomar esa forma de rezar postrado o de rodillas. Una forma peculiar y propia de Jesús, en uno de los momentos más álgidos de su vida. Aunque la imitación de Cristo va y debe ir mucho más allá de la imitación de sus gestos o posturas, creo que hay que reinvindicar que orar postrados es orar, también. Que ponerse de rodillas ante el Padre es ya una expresión de respeto, de reconocimiento de su trascendencia, de invitación a la súplica benevolente.
Recuerdo a mis padres ir a la visita al Sagrario y cantar aquella canción de uno de los Congresos Eurcarísticos del siglo pasado: “De rodillas, Señor, ante el sagrario, que guarda cuanto queda de amor y de unidad…” Postrarse ante Jesús es también postrarse ante el Padre, y postrarse ante el Padre es unirse a Jesús en su modo de orar arrodillado.
Es evidente que, con las nuevas corrientes litúrgicas, han desaparecido casi por completo de nuestros tempos los reclinatorios. Ese mobiliario que, sin duda, ayudaba -a las personas mayores, sobre todo- a ponerse de rodillas y a reincorporarse sin excesiva dificultad o incomodidad. En el rezar arrodillados no tiene por qué buscarse el dolor (como en los viejos tiempos en que en el colegio se nos castigaba a ponernos de rodillas a causa de cualquier travesura). Hay que buscar el ponerse de rodillas para evocar en nuestro interior el sentimiento de adoración, respeto, obediencia y amor hacia Dios. Un corazón humillado el Señor no lo rechaza. Aunque falten las palabras, aunque parezca que falla el deseo de orar, el simple hecho de arrodillarse ante Dios es ya una manera de ponernos en contacto con Él y de que Él haga descender su gracia sobre nuestras cabezas.
“Adorote devote latens deitas..!, te adoro con toda devoción mi Dios invisible, mi Dios latente, mi Dios presente a pesar de tu ausencia.
Para contemplar
ADORO TE DEVOTE
(Canto católico)
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