¿Por donde escuchar la voz del Espíritu que nos invita a colaborar en su misión y nos pide implicarnos en ella? ¿Por dónde escuchar la voz del Espíritu Santo al iniciar la tercera década del 2000?
¡Una propuesta sorprendente!
Hay una propuesta que nos puede sorprender. La Sede Apostólica y no pocas congregaciones religiosas están representadas en la organización de las naciones unidas (ONU). Y resulta que desde el año 2015, las Naciones Unidas se propusieron unos objetivos para el desarrollo sostenible que deberían verse cumplidos el año 2030, es decir, dentro de un poco más de nueve años. La presencia de la Iglesia en la ONU nos lo ha transmitido y nos interpela con los 17 Objetivos para el desarrollo sostenible (ODS), que se despliegan en 169 metas a conseguir antes del año 2030. Obviamente, es esto lo que ya forma parte de muchos programas educativos en nuestras escuelas, colegios y universidades. ¿Pero ha entrado también en nuestras perspectivas de Misión y de formación continuada?
Nos puede parecer extraño y hasta escandaloso que unas personas consagradas se pongan en línea para llevar adelante unos objetivos políticos de la ONU.
- Tal vez, no pocos religiosos o consagrados piensen, que ese tema poco o nada tiene que ver con nuestro ministerio. Pues lo específico nuestro es la evangelización, el cuidado pastoral y sacramental, el cuidado y el acompañamiento de las comunidades cristianas; y no los Objetivos del Desarrollo Sostenible. ¿No estaremos cediendo -se preguntarán- nuestra visión espiritual a favor de una visión laica y materialista?
- Otros, en cambio, tal vez propongan que nuestra mayor preocupación en este momento debería ser la supervivencia de la vida consagrada en medio de una situación dramática de decrecimiento numérico y envejecimiento: ¿qué hacer para no desaparecer como religiosos o consagrados, en Europa y cada una de sus naciones, en América del Norte y Canadá, y también en cierta medida en Latino-América? La propuesta de quienes así piensa es: ¡preocupémonos del único objetivo nuestro: la pastoral vocacional y el reajuste de nuestras comunidades para que sean capaces de integrar y acompañar las nuevas vocaciones.
- Otras personas de la vida consagrada defenderán que nuestra misión nada tiene que ver con la política: es una misión fundamentalmente religiosa. ¿Cómo entonces aceptar que instituciones laicas y políticas nos indiquen por dónde ha de ir nuestra misión? ¡Sigamos las directrices de la Iglesia, del Magisterio eclesiástico y no los objetivos laicos para el 2030!
En todo caso, también es cierto que, en estos últimos tiempos, los diversos capítulos y asambleas generales de la vida consagrada han mostrado una sensibilidad muy fuerte ante la opción por los más pobres, marginados y descartados, por las periferias, la defensa de la vida, la ecología. Y uno se pregunta: ¿no están los Objetivos del Desarrollo Sostenible en esa misma línea?
Y, a partir, de aquí me pregunto:
- ¿será éste el camino que el Espíritu nos ofrece y nos pide para seguir siendo institutos de “vida consagrada en salida”?
- Y si es así, ¿cómo situarnos, como consagrados, ante los Objetivos del Desarrollo Sostenible?
- ¿Tendremos que integrarlos en la perspectiva y orientación de nuestra misión, o deberemos seguir nuestro propio ritmo, dejando ese desafío para otros?
Los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible ODS)
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Objetivos Mundiales) adoptados por todos los Estados Miembros en 2015 eran y son muy ambiciosos. Pretenden movilizarnos a todos los pueblos, grupos humanos y personas de este planeta tierra hacia actitudes que contribuyan aerradicar la pobreza y proteger el medio ambiental de nuestra madre tierra, porque “otro mundo es posible”.
Los 17 objetivos -que tienen como límite temporal el 2030 (es decir, 9 años a partir de final de año)- yo los expresaría en siete verbos: acabar, reducir, combatir, proteger, asegurar, promover-favorecer y construir:
- Acabar: con la pobreza y el hambre.
- Reducir: la desigualdad.
- Combatir: el cambio climático y la desertificación, detener la degradación de la tierra y la pérdida de biodiversidad
- Proteger: los ecosistemas terrestres y su uso sostenible, las florestas, los océanos, mares y recursos marinos,
- Asegurar: una vida saludable y bienestar para todos y en todas las edades, la igualdad de género y el empoderamiento de mujeres y niñas, la educación inclusiva equitativa y de cualidad, y las oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida de todos, ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles; el agua y el saneamiento para todos; energía confiable, sostenible, moderna y accesible para todos; padrones sostenibles de producción y consumo.
- Promover: el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo, el trabajo decente para todos, sociedades pacíficas e inclusivas, el acceso a la justicia para todos, la industrialización inclusiva.
- Fortalecer y construir: los medios de implementación y revitalizar la solidaridad globalpara el desarrollo sostenible, infraestructuras resilientes, fomentar la innovación y construir instituciones eficaces, responsables e inclusivas en todos los niveles.
Los 17 objetivos responden -simplificándolos mucho- al propósito de responder a lo largo de los próximos 9 años a cuatro grandes desafíos:
- 1) poner fin a la pobreza,
- 2) proteger el planeta,
- 3) garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad en el 2030;
- 4) traer al mundo varios “ceros” que cambien la vida: pobreza, hambre, SIDA, discriminación contra mujeres y niñas, no dejar a nadie atrás.
Para llevar a cabo este propósito la ONU ofrece 169 metas hacia las que correr y conseguir: unas relacionadas con el ser humano[1], otras con el medio ambiente[2], otras con la economía[3] y, finalmente otras con las instituciones políticas y sociales[4].
Se pone de relieve y se explica que los 17 objetivos del desarrollo sostenible no son dispares, sino que forman como un sistema integrador y correlativo. Se trata de tres áreas que están interconectadas: el área económica, social y ambiental; la intervención en cada una de ellas afecta a las demás; todas las áreas juntas y armonizadas contribuyen al equilibrio del desarrollo sostenible del medio ambiente, de la sociedad y de la economía.
Y ¿porqué la palabra “sostenible”? Recuperar la “Providencia”
Lo que “no es sostenible” es aquello que nos lleva al caos. A la destrucción. Lo “no sostenible” nos profetiza la catástrofe que vendrá. Lo “sostenible”, en cambio, nos habla de precaución, de previsión. Y si lo dijéramos con palabras teológicas: lo sostenible nos habla de “providencia”. Sin providencia, sin previsión, sin precaución, la locura capitalista con su deseo inmoderado de riquezas nos llevará a la destrucción del planeta y al empobrecimiento de la humanidad.
La sostenibilidad -traducida en nuestro lenguaje religioso- tiene mucho que ver con la Providencia de Dios. La providencia fue entendida como “creación continuada”: es decir, el cuidado de todo lo creado. Dios es providente. Pero lo es, con nuestra colaboración, con nuestro “concurso”. La providencia ha sido explicada en la teología y filosofía cristiana a partir de tres conceptos:
- Sustentatio: preservarlo todo para que no caiga en la nada, en la aniquilación.
- Gubernatio: trato adecuado, cuidado, cultivo de toda la realidad creada, que nos ha sido confiada.
- Concursus: la confluencia de diversas causas eficientes o interacciones; por una parte, la causalidad misteriosa del Creador y por otra parte nuestra colaboración y eficiencia.
La fe en la Providencia divina comenzó a perderse en el siglo XVIII. Extrañamente reaparece hoy ese lenguaje, pero en clave laica y secularizada, en el vocabulario de la “sostenibilidad” o “lo sostenible”. Pues esos tres rasgos de la noción clásica de “providencia” (sustentatio, gubernatio, concursus) son los que ahora se integran en el concepto de “sostenibilidad”, donde la intervención humana adecuada es imprescindible. En lenguaje teológico deberíamos decir que la sostenibilidad es una llamada a ser “cómplices del Espíritu creador y providente”, a participar en la creación continuada y luchar contra los procesos destructivos, anti—génesis.
¿Será posible en tan poco tiempo?
Dios sigue siendo providente a través de tantas personas de buena voluntad que hay en nuestro mundo. Por eso, hay razones para la esperanza porque según los datos-clave de los ODS, desde 1990:
- Más de 1.000 millones de personas han salido de la pobreza extrema
- La mortalidad infantil se ha reducido en más de la mitad.
- El número de niños que no asisten a la escuela ha disminuido en más de la mitad.
- Las infecciones por el VIH/SIDA se han reducido en casi el 40% (desde 2000).
Para alcanzar estos objetivos se necesita la contribución de todos: creatividad, conocimiento, tecnología, recursos financieros. Y en esos “todos” debe encontrarse la Iglesia y por supuesto nuestros institutos de vida consagrada, y cada uno en la línea de su ministerialidad carismática.
Una lectura creyente de los “ODS”
Y ahora podemos plantearnos la cuestión: ¿los ODS pueden ser integrados en la misión de la Iglesia y en la ministerialidad de nuestros institutos?
La atención a los signos de los tiempos
Jesús nos orientó a los fariseos y saduceos a discernir los signos, Cuando un grupo de fariseos y saduceos le pidió a Jesús un signo de su mesianismo, Jesús los remitió a los signos de los tiempos; y les interpeló al decirles que si eran capaces de interpretar el tiempo atmosférico, cómo no eran capaces de interpretar el tiempo histórico (Mt 16,1-4). El papa san Juan XXIII -al convocar el concilio Vaticano II- hizo referencia a este relato evangélico:
“hacemos nuestra la recomendación de Jesús sobre la necesidad de reconocer los signos de los tiempos»[5]
Y, en continuidad con esta petición pontificia, la constitución Pastoral “Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II nos invitó a:
“escrutar, los signos de los tiempos, a interpretarlos a la luz del Evangelio y a reconocer y comprender el mundo en el que vivimos -sus deseos y sueños en el contexto de sus características dramáticas – para responder con un lenguaje inteligible a cada generación”[6].
Y en el n. 11, la misma Constitución añadía que el Espíritu Santo llena el universo y también impulsa al pueblo de Dios a discernir en los acontecimientos los signos verdaderos de la presencia de los planes de Dios:
«El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir los acontecimientos, exigencias, deseos, de los cuales participa, juntamente con los contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios…» [7].
Si ahora nos asomamos al magisterio social de la Iglesia, y en especial del papa Francisco (la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” y la encíclica “Laudato Sii” y estoy seguro de que también el próximo documento -ya preparado- “Tutti fratelli”, vemos que existe una sintonía admirable entre los ODS y el magisterio eclesial contemporáneo.
La vida consagrada a la escucha de los signos del Espíritu
Como discípulas-misioneras, discípulos-misioneros, somos alimentados por la luz y la fuerza del Espíritu Santo[8]; y gracias a Él podemos distinguir lo que es fruto del Reino de Dios y lo que contradice los planes contemporáneos de Dios. Por eso, queremos dejarnos llevar por el movimiento del Espíritu para el bien y rechazar los espíritus del mal[9]
Con el paso de los años posconciliares hemos comprendido que los signos de los tiempos no son únicamente los signos de Dios en nuestro tiempo, sino también y sobre todo “los signos del Espíritu”. Y todo nace, de la convicción de que el Espíritu Santo es el gran protagonista de la Misión de Dios, después de la Misión de Jesús. El Espíritu de Jesús y del Padre habla todas las lenguas, está presente en todos los seres humanos, “habla a través de los profetas”, también de los grupos humanos proféticos que proclaman que otro mundo es posible.
Y ésta es la profecía del Espíritu que nos interpela ahora desde un lugar tan cualificado como las Naciones Unidas en sus Objetivos para el Desarrollo Sostenible. Ellos nos hacen soñar con una humanidad sin hambre, sin pobreza, sin discriminación de la mujer, sin deterioro del medio ambiente (mares, ríos, aguas, aire).
¿No son éstos los nuevos signos del Espíritu que nos orienta hacia los planes de Dios Creador? ¿No es una señal del Espíritu el hecho de que en lugar de hacer propuestas de guerra mundial, la propuesta mundial -avalada por tantas naciones- sea una propuesta no solo de paz, sino de la emergencia de un mundo “nuevo”, sin pobreza, sin hambre, sin discriminaciones, con un planeta cada vez más bello, limpio y cuidado?
Se dice que “soñando lo imposible” se llega a lo imprevisible. Y en este horizonte, nos preguntamos de cara a los próximos capítulos generales de las Congregaciones y Órdenes: ¿podremos plantearlos al margen de una humilde contribución carismática a los ODS?¿Sabremos reinterpretar nuestra misión carismática a la luz del magisterio eclesial contemporáneo y de los objetivos del desarrollo sostenible?
Notas
[1] Se trata de la mejora urgente en salud, educación, justicia, calidad de vida
[2] Se trata de su preservación y conservación, protección de los bosques y de la biodiversidad, uso sostenible de los recursos ambientales y creación de proyectos de acción efectivos contra el cambio climático.
[3] Se trata de cómo usar los recursos naturales para que no se agoten: cómo actuar sobre la producción y la gestión de los residuos, el consumo de energía etc.
[4] Los ODS piden su compromiso serio para poner en práctica este proyecto.
[5] Humanae salutis, constitución apostólica de San Juan XXIII convocando el Concilio Vaticano II.
[6] GS, 4.
[7] GS, 11. El Espíritu nos recuerda hoy las enseñanzas de Jesús (Jn 14,26), da testimonio con nosotros sobre Jesús (Jn 15,26), llevará a los discípulos hacia la verdad pena y les manifestará lo que ha de venir (Jn 16,13). Cuando Jesús envía a los discípulos en misión lo hace comunicándoles el Espíritu (Jn 20,21-22).
[8] Cf. Evangelii Gaudium, 50.
[9] Cf. Evangelii Gaudium, 51.
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