En los documentos de la Iglesia se nos denomina “christifideles”, es decir “fieles cristianos”. Se nos define por los dos términos en uno: fidelidad y cristianismo. Y nos preguntamos, por tanto, ¿somos cristianos, es decir, discípulos y seguidores de Cristo Jesús? ¿Y lo somos “en fidelidad”, sin echarnos para atrás, sin serle in-fieles? ¿Permanecemos “a flote” o nos estamos hundiendo?
Damien Hirst
Dividiré esta homilía en tres partes:
- ¡Nos estamos hundiendo!
- El pecado de la “micropistía”
- ¿Porqué somos tan cobardes?
¡Nos estamos hundiendo!
Los discípulos de Jesús, cuando su barca iba a la deriva, no se echaron la culpa a sí mismo, sino que se lo recriminaron a Jesús, que estaba dormido en la barca:
“Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Y es que ante la situación que atraviesa nuestra sociedad y la Iglesia, parece que el Maestro está dormido, que ha cedido su protagonismo de “Señor de la historia” a otros “señores”. Y aquí estamos nosotros, sus pobres discípulos achicando el agua que irrumpe contra la barca y la inunda, aquí estamos aterrorizados por lo que pasa, temerosos, tristes, luchando contra el oleaje. Jesús está ciertamente con nosotros, pero ¡plácidamente dormido! ¡Como si lo que nos está ocurriendo no le importase!
Nuestros debates internos, dentro de la Iglesia, se parecen mucho a los de los discípulos en la barca, mientras Jesús dormía.
El pecado de “micro-pistía”
Solemos siempre ver la falta de fe en los demás y no tanto en nosotros. Y la verdad es que nos falta fe, nos falta confianza en Dios. El Evangelio utiliza un término para este pecado, propio de discípulos: micro-pistía, ¡poca fe! Nuestra fe es tan pequeña que es más insignificante que un grano de mostaza.
No tenemos fe en Dios, ni en nuestras posibilidades, cuando somos movidos por Dios. La fe se nos agota en nosotros mismos: tenemos fe en nuestro “ego”. Sólo a él le concedemos toda nuestra confianza: confiamos en nuestros proyectos, en todo aquello que tiene “nuestra firma”. En una iglesia de “yoes”, la egolatría politeísta está a la orden del día. La auténtica humildad brilla por su ausencia. Hay gente que está acostumbrada a “dictar”, pero muy poco a escuchar y hacer una ruptura con lo que siempre ha pensado. Me admiro de la imposibilidad que ya tienen algunas personas de aprender algo nuevo.
Y ¡claro! en la religión del yo, el Señor, el “nosotros” de la Iglesia, el Cuerpo colectivo, está de más. Se utiliza su sacrosanto nombre para apuntalar el “yo” con sus proyectos e ideas.
¿Por qué somos tan cobardes?
Cuando le hacemos despertar, Jesús nos muestra que basta su voz imperativa para que todo se solucione, para que el mar entre en calma y ¡no pase nada! Hemos de dejar a Jesús actuar “a su hora”. Su Iglesia debe aprender a ser paciente.
Quienes confiamos en Jesús, en su Palabra, en su Poder, en su Presencia, sabemos que a Él le cabe toda la responsabilidad. Él es el Señor de la historia y de la naturaleza. Él es el Liberador, el Redentor. Y de seguro que va a cumplir con la misión recibida del Abbá y para la la que cuenta con el Espíritu Santo y también con nosotros. Con instrumentos débiles es capaz de confundir a los fuertes. Aunque nuestra confianza en Él sea débil, Él sacará adelante todos los proyectos de Dios su Padre y al final llegará la calma, la paz, la salvación.
Cuando los discípulos no son capaces de salvarse del hundimiento, sólo oyen un reproche: ¿Por qué sois tan cobardes, hombres de poca fe?
Jesús nos quiere valientes, entusiastas y no cobardes y deprimidos, con una secreta seguridad de que vamos a perder todo poco a poco.
Conclusión
Si creemos de verdad en Jesús, que actúa, que nos ama, que no nos deja de su mano, ¡devolvámosle a Él todo el protagonismo! y no hagamos de nuestra responsabilidad, una forma de suplantarlo. Y con Él a nuestra derecha, ¡nada hemos de temer! Él es ese jugador genial, que en el último minuto, puede hacer que la remontada sea real y lleguemos a ganar el partido.
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