La liturgia de esta noche siempre emociona. En la Iglesia… ¡un Belén! al que visitan familias -mayores, jóvenes y niños-. A medianoche… la Eucaristía que nos hace revivir el misterio y comulgarlo para sentir nacer en nosotros al Niño Dios. En nuestras voces el “Noche de Paz” … que emociona y nos conecta con millones de personas que lo cantan. ¡Y así entramos en escena, como en aquella primera anoche pastores, zagalas y ángeles! ¡Qué bellos son los ritos de la Iglesia! ¡Cómo generan y conectan comunidades de fe por toda la tierra!
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Un edicto imperial: el contexto histórico.
- Los destinatarios de la gran Noticia.
- Y nació para morir y resucitar.
Un edicto imperial: el contexto histórico
Jesús nació en Belén y no en Nazaret. Quiso la Providencia de Dios que el emperador Augusto movilizara a todo el imperio romano para hacer un censo de la población. En la región de Siria -a la que Palestina pertenecía- Cirino se encargó de realizar el censo. No pocos nacionalistas se rebelaron ante la iniciativa. José y María secundaron la orden, confiados en la Providencia de Dios y se encaminaron a Belén para empadronarse. El hijo de María iba a nacer en Belén, la ciudad del rey David. José era llamado “hijo de David” Y el profeta Miqueas (5,2) lo había predicho: “¡Belén, de ti saldrá el guía que apacentará a mi pueblo Israel!”.
Pero en Belén no hubo lugar para acoger a la madre embarazada… y dio a luz en un lugar de animales y hubo de reclinar al pequeño rey en un pesebre.
Los destinatarios de la gran Noticia
La gran noticia no le es revelada a los dirigentes como el rey Herodes, ni a los sacerdotes del templo de Jerusalén -entretenidos en sus rezos-, ni a la multitud que se agolpaba en Belén. La gran noticia les es comunicada a los pastores que velaban por turno su rebaño. Así lo proclama hoy la primera lectura del profeta Isaías: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras y una luz les brilló”. La Gloria de Dios los envuelve y estremece. Inmediatamente obedecen: se encaminan a Belén… a la búsqueda del Tesoro: y lo encuentran: “un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a Tito lo refiere y proclama muchos años después: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado… ¡ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres!”.
Y nació… para morir y resucitar
Esa es la condición humana: nacemos para morir. En el nacimiento está ya inscrita la muerte: el profeta Simeón, movido por el Espíritu, se lo recordaría a María y a José en su primera visita al templo.
El misterio del Niño que hoy nace es que nació para morir, pero también para resucitar. “Y al tercer día resucitó”. Tendría amenazas de muerte a lo largo de su vida. Pero el Niño de Belén será un rey de paz y así lo cantaban los ángeles: ¡Paz en la tierra!
Conclusión
¡Qué mensaje tan precioso por parte de Aquel que muy pronto fue perseguido a muerte… hasta que un representante del imperio la impuso por decreto!
Hoy Jesús resucitado celebra con nosotros la Navidad y nos anima a ser coherentes en la vida, a no ceder ante el Mal y a esperar… porque todo acabará bien… Nuestras navidades ¡para resucitar!
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