El adjetivo “europeo” está siendo utilizado -cada vez más- por nosotros. Existe el peligro de que se convierta en un término rimbombante, pero con un significado demasiado corto. Decir Europa es abrir nuestra mente y nuestra identidad hacia aquello que nos saca de nuestros esquemas habituales.
Cuando nuestros institutos religiosos entran en proceso de re-estructuración o re-organización en Europa intentan atender, no solo a las necesidades del personal religioso, sino, sobre todo, a los imperativos de nuestra misión. Sin embargo, es fácil recurrir a la misión como un imperativo abstracto, dejando de lado cuestiones de fondo. Éstas se pueden formular con las siguientes preguntas : 1) ¿Qué es Europa?, 2) ¿Qué papel juega la religión en Europa? 3) ¿Qué lugar ocupa la vida consagrada en Europa? 4) ¿Qué desafíos, qué esperanzas?: 5) ¿En la vanguardia de la misión del Espíritu en Europa?
1. ¿Qué es Europa?
No es fácil responder a esta pregunta. Por de pronto, no es ese grupo reducido de países en los cuales nuestros institutos están presentes. Tampoco se confunde Europa con Occidente o la llamada cultura occidental; también Estados Unidos reivindica la representación del espíritu occidental. Éste funciona en correlación con Oriente: Oriente símbolo de espiritualidad y luz, Occidente símbolo de materia y noche.
La Europa medieval era la Europa de la cristiandad. La Europa renacentista e ilustrada fue la Europa del espíritu libre, de la mayoría de edad y emancipación de toda tutela, la dirigida por la ciencia y las artes. La Europa del siglo XVIII fue la del nacimiento de los estados-nación. La Europa del siglo XIX fue la envejecida a causa de la masiva emigración de sus jóvenes hacia las Américas y en especial hacia Estados Unidos con el consiguiente envejecimiento europeo[2]. La Europa del siglo XX sufrió una dramática crisis, que diversos autores describieron en los siguientes términos: decadencia de Occidente (Oswald Spengler), “crisis del espíritu” (Paul Valéry), “malestar de la cultura” (Sigmund Freud), “crisis de la humanidad europea” (Edmund Husserl), “se acerca la noche” (Berdiaev), “las sombras del mañana” (Johan Huizinga), “la Europa sin destino” (Ortega y Gasset), “la Europa muerta” (Paul Tabori).
Sólo después de la segunda guerra mundial se comenzó a hablar del “espíritu europeo” y su capacidad redentora, de un nuevo “amanecer”, del sentido trágico de la historia y de la responsabilidad y la necesaria solidaridad con el resto del mundo, del fundamento bíblico y cristiano que da unidad a Europa[3].
Desde una perspectiva más laica Europa es contemplada como aquella que ha de adquirir su identidad “desde la cultura del otro”, como “anticipación de un mundo globalizado” (Hans-Georg Gadamer)[4], como aquella que resiste a la homogeneización(Edgar Morin[5]), aquella que renuncia a sus afirmaciones metafísicas y piensa en el individuo –para evitar el horror nazi, fascista y marxista- (Emmanuel Lévinas)[6]. Europa tiene dos componentes culturales que la fundamentan: la filosofía y la Biblia. Son componentes heterogéneos, pero no necesariamente opuestos. Pueden dinamizarla con la luz de la razón y la esperanza de la fe.
2. ¿Qué papel juega la Religión en Europa?
Y ¿cuál es el papel de la religión en la Europa del siglo XXI?[7]. Muchas cosas han sucedido simultáneamente en Europa en lo que respecta a la religión. La religión cristiana (con sus diferentes confesiones) marca todavía la identidad europea, pero no como en el pasado. Europa es difusamente cristiana. Pero solo una minoría vive ese cristianismo de forma “vicaria”. Grace Davie la denomina “religión vicaria”. Las mayorías -al menos implícitamente- no solo entienden, sino que incluso aprueban lo que esa “minoría religiosa-cristiana” hace. Los líderes y miembros de la “religión vicaria” actúan ritualmente, se rigen por códigos morales, reflexionan sobre la vida, en nombre de los otros. Y en definitiva a ellos recurren cuando desean rituales para el nacimiento, para las bodas y, sobre todo, para la muerte y los funerales.
La “minoría religiosa-cristiana” no practica ya tanto por obligación o deber, cuanto por elección y consumo. Las iglesias históricas europeas (católica, protestante) mantienen su presencia permanente en la sociedad y funcionan para que esa minoría pueda asistir cuando quiera, cuando me apetezca. Pero estas iglesias no son capaces de modelar y disciplinar la sociedad o a cada uno de sus sectores (especialmente los jóvenes) a su gusto. Además han de competir con otras posibles opciones religiosas, nuevas formas de religión que han venido desde afuera -especialmente a través de la inmigración-. Cada religión histórica –dentro de la sociedad europea- se ve interpelada por otras convicciones religiosas. En unos casos ser miembro de esa religión es algo escogido, en otros es algo prescrito. En unos casos la religión es considerada realidad privada, en otros ella intenta penetrar en la esfera pública (sobre todo el Islam). La situación de la religión en Europa está cambiando y en algunos lugares muy deprisa.
3. ¿Qué lugar ocupa la Vida Consagrada en Europa?
a) Como grupo social
Nuestras comunidades pertenecen a la sociedad europea, están insertas en ella. Participamos del destino de Europa. Lo que en ella acontece, acontece también en nosotros. ¡Somos europeos para bien y para mal!
La sociedad europea está en una movilidad constante. Podríamos decir que está en proceso de constante re-estructuración. A partir de un núcleo central, nuevas naciones o países están en proceso de integración en ella. Su identidad está en constante rediseño. Europa va tomando su forma a través de la agregación a su comunidad de nuevos países, pero también a través de un flujo inmigratorio, desde todos los continentes, que es cada vez mayor. Hoy más que nunca Europa es un proyecto en vías de realización, cuyo diseño final no alcanzamos a vislumbrar.
También la identidad de cada nación, cada grupo étnico, o religioso, o cultura, participa de la efervescencia que afecta al conjunto europeo. Si nos preguntamos, qué lugar está ocupando de hecho la vida religiosa dentro de esta sociedad europea emergente, percibimos que:
- Las religiosas y religiosos europeos somos un grupo minoritario dentro de la sociedad: mayoritariamente femenino y laical; minoritariamente masculino y clerical.
- Somos un grupo en que la mayoría de sus personas pertenece a la edad adulta media y tardía. El ingreso de jóvenes dentro de nuestro grupo ha ido decreciendo progresivamente en estos últimos años. Y a ello estamos respondiendo con una especie de inmigración voluntaria, de jóvenes de otros continentes.
- Estamos más presentes en los países mediterráneos y de tradición católica, que en los países nórdicos y de tradición protestante u ortodoxa; en los países del Oeste europeo que en aquellos del Este; en países de fuerte tradición católica (Italia, Francia, España, Portugal, Irlanda) que en países de tradición protestante u ortodoxa. Nuestra europeidad tiene un fuerte acento mediterráneo y latino. Por eso, se detectan muy claramente en la vida religiosa europea dos tendencias: la mediterráneo-latina –que es mayoritaria- y la tendencia anglosajona.
- En la sociedad europea los religiosos y religiosas nos caracterizamos, sobre todo, por nuestro compromiso en el ámbito pastoral religioso, y en el ámbito social de la educación, la sanidad y la marginación. Hemos creado instituciones educativas y hospitalarias consistentes. Si al inicio estas instituciones se regían por el instinto carismático y la finalidad apostólica, ahora –en las sociedades democráticas- se ven obligadas a colaborar con un proyecto educativo o sanitario, mucho más amplio y complejo. Nuestro liderazgo en tales instituciones está ya muy debilitado y mermado. Hemos de contar con una presencia mayoritaria de educadores o sanitarios no religiosos.
- Las Órdenes religiosas, monásticas y conventuales, sirven de puente cultural entre el presente y el pasado. Dentro de la sociedad del movimiento, o del imperio de lo efímero, son ellas puntos de referencia histórica y, en cierta manera, apuntan a lo definitivo, lo permanente, lo que no pasa. Sus liturgias, sus cantos gregorianos, sus edificaciones medievales o renacentistas, sus costumbres y reglas, nos permiten descubrir algo que no pasa dentro del fluir vertiginoso de nuestro tiempo. Es importante ver cómo emergen estos centros religiosos con una nueva fuerza en nuestro tiempo, como lugares para la búsqueda del “sentido”. Esto no impide que a veces se conviertan en una especie de “museo viviente” al que se visita, como excavaciones arqueológicas de lo humano.
- Hay individualidades en la vida religiosa masculina y femenina que por sus carismas particulares o especializaciones son auténticos profetas de lo nuevo en los campos de la marginación, emigración, pobreza (¡allí donde el tejido social está más roto o debilitado!), o en el ámbito del arte, o de la ciencia y filosofía o teología.
- Hay que reconocer humildemente que, en el conjunto de esta Europa que se está construyendo, la vida religiosa se encuentra desubicada socialmente y descoyuntada interiormente. No podemos presentarnos como los pioneros de la construcción de una Europa diferente. Y nuestra función profética en este conjunto es todavía casi insignificante.
b) Como grupo intelectual
Europa se ha caracterizado históricamente por ser un importante centro de creación intelectual. La historia del pensamiento humano ha tenido en Europa excelentes exponentes: la historia de la filosofía es una gran prueba de todo ello. En los procesos educativos y formativos las mujeres y varones de Europa hemos ido asimilando un pensamiento común, que nos ha entrado por todos los poros, del cuerpo y del alma. Europa ha sido también un ámbito de creación artística, cultural.
Dentro de ese conjunto, la vida religiosa no ha estado ausente, sino que incluso en determinados momentos ha sido auténtica protagonista y agente primera de cultura. Ahí está la presencia de la vida religiosa en Universidades, ya desde hace muchos siglos. La vida religiosa siempre le ha dado importancia a la forma formación intelectual y ella ha contribuido al crecimiento intelectual de Europa. Desde el punto de vista intelectual, advierto en la vida religiosa europea actual que:
- Probablemente es la vida religiosa, femenina y masculina, uno de los grupos sociales que más en serio se ha tomado la actualización intelectual. Hemos tenido oportunidad de confrontarnos con los grandes temas de la actualidad y de estudiarlos y discutirlos grupalmente. Se han organizado encuentros para estudiar temas como secularización, marxismo, teología de la liberación, corrientes de espiritualidad, diálogo interreligioso e intercultural, globalización, posmodernidad…
- Las horas establecidas de oración, de días de retiro y ejercicios, son una excelente oportunidad para cultivar la dimensión interior de nuestra vida, en la cual no está ausente la dimensión intelectual y de autoconocimiento.
- No obstante, cuando nos dejamos acaparar por el trabajo, por la organización, apenas disponemos de tiempo para una formación personal continuada, para la lectura en profundidad y tranquilidad, para la reflexión y creación cultural. Tratamos de suplir esa ausencia con apresuradas lecturas e informaciones, ofrecidas por los medios de comunicación. Se dice que ha descendido mucho entre nosotros la inquietud intelectual. La autoexclusión de los avances culturales nos conduce hacia una jubilación anticipada en el ámbito de la evangelización.
- La vida religiosa femenina ha entrado más en serio en el campo intelectual. Hay en ella personas muy preparadas. Otras van adquiriendo una mentalidad cada vez más abierta. El movimiento feminista ha tenido en ella también fuertes repercusiones y ha logrado poner en crisis el sistema patriarcalista que tanto influía en ellas.
- Podemos decir, en general, que el grupo de la vida religiosa es, en general, un grupo aperturista e intelectualmente sereno. Pero se espera de él un mayor compromiso intelectual y más audacia para traducir la teoría en praxis.
c) Como grupo “religioso”
Dentro de la sociedad europea emerge la vida religiosa como aquel grupo que surge de una fuerte experiencia vocacional, profundamente religiosa. Por eso, es de esperar que este grupo mantenga vivo el testimonio apasionado de Dios. La realidad presente y la realidad vivida en estos últimos, me suscita las siguientes constataciones:
- La vida religiosa se caracteriza por formar un grupo de personas, mujeres y hombres, que mantienen en la sociedad las costumbres religiosas, que cuidan y alimentan la piedad popular, que procuran que no se atenúa ni se pare la práctica religiosa, que atienden a la dirección o acompañamiento espiritual. Sin embargo, no aparece como un grupo en el que se dan respuestas a las ansias o dudas religiosas de nuestros contemporáneos. Las comunidades o fraternidades religiosas no son aquellos lugares a los que uno llamaría a la puerta para tener una fuerte experiencia de Dios, o para encontrar respuesta a las dudas más existenciales.
- Es verdad, que en la vida religiosa se ha producido una fuerte desacralización para abrirse a una experiencia de Dios más encarnada, más global, más real. Los religiosos y religiosas más jóvenes no se sienten identificados con un sistema religioso, que se impone socialmente como “poder” o que busca prestigio e influencia. La experiencia de Dios en la misión, en la opción por los más pobres y marginados, da unas nuevas características a la experiencia religiosa de los religiosos.
El proceso de des-sacralización ha llevado a relativizar mucho la utilización de signos religiosos, que frecuentemente se consideran como símbolos de poder. La des-sacralización ha hecho que los religiosos seamos poco dados a protocolos y un poco iconoclastas.
4. ¿Qué desafíos y esperanzas en Europa?
Es curioso constatar cómo en los últimos años el tema de la “esperanza” se ha impuesto en no pocos de nuestros encuentros eclesiales. Al tema tan recurrente de la “increencia” ha sucedido en este último tiempo el tema de la “esperanza”, con sus correlativos, el desencanto, la desilusión. El Sínodo sobre los Obispos eligió como tema de reflexión “El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”. Y también la exhortación “Ecclesia in Europa” (EiE) hizo de la esperanza uno de sus temas transversales.
En la exhortación apostólica “Ecclesia in Europa” el Papa san Juan Pablo II escogió como hilo conductor el icono de Apocalipsis. Y lo justificó con estas palabras:
“El libro del Apocalipsis es revelación profética que desvela a la comunidad creyente el sentido oculto y profundo de las cosas que acontecen… una palabra dirigida a las comunidades cristianas para ayudarlas a interpretar y vivir su inserción en la historia con sus problemas y tribulaciones, a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado. Una palabra que nos obliga a vivir dejando de lado la tentación frecuente de construir la ciudad de los hombres prescindiendo de Dios o contra Él… El Apocalipsis contiene un mensaje de ánimo para todos los creyentes: que la victoria de Cristo ya ha acontecido y es definitiva, a pesar de las apariencias y aunque sus efectos no sean todavía visibles. Desde ahí surge el consejo de mirar las vicisitudes humanas, fundamentalmente con una actitud de confianza que nace de la fe en el Resucitado, presente y activo en la historia” (EiE, 5).
¿No convendría, por lo tanto, pensar nuestro servicio a la misión del Espíritu en Europa, desde la lectio divina del Apocalipsis, releído desde la situación en que ahora se encuentra Europa? ¿No deberíamos responder a las llamadas, después de una lectura creyente (apocalíptica), comunitaria, de la realidad? ¿No debemos primero escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias de Europa? Por lo tanto, ¡no precipitarnos en ofrecer soluciones a situaciones insuficientemente planteadas?
Los desafíos a los que la Iglesia en Europa quiere responder son tres:
- a) Al ofuscamiento de la esperanza: La memoria cristiana y la herencia cristianas están siendo olvidadas y abandonadas. Existe el riesgo de que los símbolos de la presencia cristiana en Europa queden reducidos a vestigios del pasado. ¿Qué hacer para que eso no ocurra? Es difícil mantener la identidad de creyente en el actual contexto social y cultural: hoy resulta más aceptable definirse como agnóstico en lugar de creyente (EiE, 7);
- b) Al miedo a enfrentar el futuro: éste se muestra en el vacío interior, falta de sentido de la vida y angustia existencial que no pocos europeos y europeas sienten; en la dramática disminución de la natalidad, en la caída y descenso de las vocaciones tanto al ministerio ordenado como a la vida consagrada, al matrimonio sacramental; en la fragmentación de la existencia que genera soledad, divisiones, contrastes, atenuación del sentido de la solidaridad (EiE, 8);
- c) Al nuevo ateísmo: que se propaga rápidamente y critica los sistemas religiosos como generadores de violencia contra los demás y uno mismo y propone como alternativa una antropología sin Dios y sin Cristo: la cultura de la apostasía silenciosa (EiE, 9).
¿Son éstos también nuestros desafíos como instituto religioso europeo? ¿No estamos perdiendo la esperanza de poder influir en este contexto del mundo como evangelizadores? ¿No tenemos miedo a enfrentar el futuro para no quedar privados de nuestro “provincialismo”, de nuestras “instituciones”, de ver peligrar “nuestras” propiedades y economías? ¿No tenemos el peligro de hacernos un “dios” a nuestra medida, un “dios” que protege nuestras seguridades, o vivir como “ateos practicantes”? ¿Qué podemos hacer para dar respuesta a estos desafíos que nos reclaman tanto en nosotros como en la sociedad?
Son también no pocas las señales de esperanza que la Iglesia descubre en Europa. ¡Es sorprendente encontrar en la exhortación “Ecclesia in Europa” más señales de esperanza que de pesimismo!
- a) Una nostalgia irreprimible de sentido y esperanza. La innovación científica, técnica, las propuestas políticas mesiánicas se muestran tan efímeras y frágiles que no logran colmar esa nostalgia; y cuando se convierten en idolátricas producen decepción, agresividad o violencia (EiE, 10);
- b) La libertad de la Iglesia en todos los países, incluso del Este europeo ofrece a la Iglesia nuevas posibilidades de acción misionera. La Iglesia –y su conciencia de misión conjunta de todos los bautizados- se concentra en su misión evangelizadora y liberadora, optando por dar sentido a la vida, por un mayor compromiso con los más pobres y desplazados, por colaborar en un realidad socio-política justa, pacífica y cuidadora de la creación, por ofrecer a la mujer una mayor presencia en las estructuras y sectores de la comunidad cristiana (EiE, 11).
- c) El Espíritu del Señor renueva la faz de la tierra y también de Europa. Y esta renovación se manifiesta en la apertura de unos pueblos a otros, la reconciliación entre naciones -durante largo tiempo enemistadas-, los reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo, que van creando poco a poco una cultura europea, una conciencia europea, que hace crecer especialmente a los jóvenes en un sentimiento de fraternidad y sororidad y una voluntad de participación. La unificación democrática de Europa, su defensa de los derechos humanos, la conciencia del derecho a una mejor calidad de vida, la defensa del primado de los valores éticos y espirituales es otra señal de esperanza (EiE, 12);
- d) A esto se añade el testimonio de tantos mártires durante los conflictos europeos pasados (EiE, 13) y la santidad de muchos (EiE, 14);
- e) El Espíritu suscita una renovada dedicación al Evangelio, una generosa disponibilidad para el servicio en las comunidades parroquiales, en los movimientos eclesiales. La vida cristiana queda caracterizada por el radicalismo evangélico y el celo misionero. La parroquia sigue ejerciendo en Europa una misión indispensable: es la iglesia “al alcance de la mano” (EiE, 15); el Espíritu Santo hace grandes progresos en el camino ecuménico (EiE, 16).
¿Somos también nosotros partícipes de estas señales de esperanza? ¿nos entusiasma esta Europa en la cuál esta esperanza emerge?
5. ¿En la vanguardia de la misión del Espíritu en Europa?
Toda la Iglesia europea se sabe enviada en misión. La misión nos incluye a todos y a cada uno con su peculiar carisma y ministerio. Los ministros ordenados en una sociedad que necesita abrirse a lo Trascendente (EiE, 35)[8]. Los consagrados en una nueva evangelización del continente europeo (santidad, profecía, actividad evangelizadora y servicio: EiE 37) y llamados a hacer de su vida un auténtico “culto espiritual” al único Dios, testimoniar la fraternidad evangélica, y hacerse presentes en las nuevas formas de pobreza y marginación; disponibles para continuar la obra de la evangelización en otros países, en otros continentes (EiE, 38)[9].
Caminamos hacia la utopía de una Europa nueva. La Iglesia quiere cooperar en la construcción de la comunidad europea y colaborar en hacer que ella descubra su vocación espiritual. La figura de María, releída en clave apocalíptica, tiene un lugar muy importante en el corazón de quienes formamos este continente europeo.
Ante semejante panorama ofrecido por la exhortación apostólica nos preguntamos:
¿Qué religiosas o religiosos, qué comunidades, que provincias están dispuestas a colaborar en este gran proyecto eclesial de “Ecclesia in Europa”? ¿En qué medida? ¿En qué ámbito, la proclamación, la celebración, el servicio, la creatividad?
¿Cómo configurar nuestra misión en Europa desde lo que hoy sería la voluntad de nuestros Fundadores? ¿Nos querría a todos afincados en instituciones permanentes, o itinerantes por Europa, como animadores de comunidades, de movimientos, como misioneros que llegan donde otros no llegan?
¿Qué hacer para estar a la altura de la misión del Espíritu en Europa que requiere de nosotros cualificación espiritual, cualificación intelectual, aprendizaje de modos culturales adecuados que atraigan y no resulten repelentes? ¿Dónde encontrar lo más urgente, oportuno y eficaz?
¿Cuándo decimos Europa, a qué nos referimos? ¿Qué países excluimos ya de principio y porqué?
¿Estamos donde el Espíritu quiere que estemos? ¿Qué hacer para revivir en nosotros la espiritualidad escatológico-apocalíptica y de las Apariciones europeas de María?
Creo que en este discernimiento espiritual y misionero podemos encontrar las claves para una re-organización de la presencia de la vida consagrada en Europa que no sea endogámica y que responda a los signos del Espíritu.
[1] No obstante, América del Norte ha reivindicado para sí la representación privilegiada del espíritu occidental.
[2] Tocqueville, La democracia en América, publicada en 1856
[3] Se reunieron en Ginebra un grupo de intelectuales y políticos. Entre ellos estaban, Denis de Rougemont, Georg Lukacs, Stephen Sepnder, Georges Bernanos, Karl Jaspers, Merleau-Ponty, Jean Wahl. Allí se preguntó Jaspers: ¿Qué es Europa? Y su respuesta fue que Europa expresa su identidad en tres palabras: libertad, historia y ciencia -sin olvidar su fundamento bíblico-. El rasgo específico del ser europeo era: para Denis Rougemont la capacidad creadora que emana de la oposición y antagonismo; para Merleau Ponty un peculiar estilo de relación con los otros y con el mundo; para Bernanos el espíritu de libertad –nacido del cristianismo.
[4] Hans-Georg Gadamer, The diversity of languages and the Understanding of the world (Gesammelte Werke, , Band 8, 339-349).
[5] Cf. Edgar Morin, Pensar Europa, Gedisa, 1988.
[6]Cf. E. Lévinas, Humanismo del otro hombre, Siglo XXI, 1993; Id., Entre nosotros: ensayos para pensar en otro, Pre-textos, Valencia, 1993.
[7] Cf. Grace Davie, Is Europe an exceptional case?, en “International Review of Mission” 95 (2006), pp. 247-258.
[8] Cf. los nn. 36-37, dedicados al celibato sacerdotal y a la escasez de ministros ordenados.
[9] El n. 39 se dedica al cuidado de las vocaciones.
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