“SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO”: ¡BIENAVENTURADO QUIEN NO SE ESCANDALICE DE MÍ!

Estamos privando a nuestra fe en Jesucristo de altura, anchura y profundidad. La hemos vuelto tan razonable -para nosotros y para los demás- que el creer en Él no resultaría difícil para quien tiene un pensamiento políticamente de izquierdas, para quien defiende las inteligencias múltiples, o para quienes están abiertos a una “nueva conciencia”. La fe en Jesús no requeriría “dar un salto en el vacío”, ningún tipo especial de estremecimiento y desgarro, no sería necesario que rompiera todos nuestros esquemas. En estas condiciones llegamos a la fe en un Jesús “razonable”, beneficioso para la humanidad, ejemplo de lo que todos debemos ser. Pero ¿qué ocurre cuando Jesús nos revela su ser más íntimo, su divinidad? ¿Cómo pasar junto a un abismo sin tambalearse? ¿Cómo permanecer muy cerca del fuego sin quemarse? ¿Como llegar al “toda sciencia trascendiendo” sin que nuestra razón proteste y se niegue a traspasar sus barreras? La identidad de Jesús no se agotaba en su bondad de corazón, en su compromiso con la justicia, en su misericordia activa hacia los enfermos y necesitados, en su opción por los pobres, en su propuesta de un Reino de Dios anti-sistema. La identidad de Jesús excede todo aquello que un ser humano puede comprender. El evangelio de hoy, 5 de mayo de 2020, nos confronta con esa misma cuestión. Se la formularon así los judíos en el pórtico de Salomón: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en dudas? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez”. La respuesta de Jesús los escandalizó y les llevó a tramar su muerte.

¡También los demonios creen y tiemblan! (Sant. 2,19)

Era invierno, y en Jerusalén se celebraba la fiesta de la dedicación del templo. Jesús estaba allí, paseando por el pórtico de Salomón. Ese mismo pórtico, años después, se convirtió en el punto de encuentro de los cristianos, cuando iniciaban su paulatina separación del judaísmo y del templo (cf. Hechos 3,11; 5,12). En ese mismo espacio le hacen a Jesús una pregunta acuciante sobre su identidad: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en dudas? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez”. Esa misma pregunta nos la seguimos haciendo hoy, pero sin tanta urgencia ni pasión. Y la respuesta nos la dan en el Catecismo parroquial, en los sermones y homilías de los ministros ordenados más clásicos, en las clases de teología más dogmáticas. La respuesta la confesamos en la recitación rutinaria del Credo cada domingo. Yo me pregunto: ¿es posible creer en la divinidad de Jesús sin estremecer, sin temblar, sin sentir que nuestra inteligencia llega a un límite imposible de traspasar? Nos dice la carta de Santiago que “¡los demonios creen y tiemblan!” (Sant. 2,19). La fe en Jesús, hijo de Dios, es como un terremoto en nuestra conciencia y en nuestra conducta, como asomarse a un abismo…

¡Ya os lo he dicho y no me habéis creído!

Jesús se revela no solo como un Mesías salvador, sino, sobre todo, como el Hijo del Dios-Abbá.

  • Su conexión con el misterioso e invisible Abbá es tal, que ver a Jesús es ver al Abbá; que todo lo que Jesús hace, es realizado con la autoridad y el poder de su Abbá.
  • La palabra aramea “Abbá” indicaba la cercanía tan inmensa y la conexión tan permanente de Jesús con Dios.
  • Si Dios Abbá fue el Creador del mundo y el séptimo día “vio que todas las cosas eran buenas-bellas”, ahora su Hijo Jesús prosigue la recreación del ser humano a través de las obras que realiza con la autoridad de su Padre:

“Yo les doy vida eterna y jamás perecerán ni nadie me las quitará. Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo… El Padre y yo somos uno solo”.

Jesús “pasó haciendo el bien”. Existe una gran unidad en el obrar entre el Padre y el Hijo. Yo y el Padre somos uno”.

  • Es obvio que esta forma de hablar era provocadora en tiempos de Jesús, pero lo sigue siendo también hoy, y tal vez mucho más… porque el progreso de nuestra ciencia no da para tanto, e incluso el progreso de nuestra teología, que a veces prefiere pararse y no indagar.
  • Jesús Resucitado no les pidió a sus discípulos y discípulas que recurrieran al pensamiento filosófico griego para comprender su identidad (¡leed a Platón, a Aristóteles… allí encontraréis respuestas!) ¡No! Jesús les explicó que las Escrituras (la ley y los profetas y los Salmos) hablaban de Él. La teología del cuarto evangelio arraiga en la fe de Israel.
  • El templo fue el escenario escogido por Jesús para hablar de que “El y el Abbá son uno”. Cuando Jesús definitivamente abandonó el templo, nos prometió que su Cuerpo Resucitado sería el nuevo Templo de Dios. El viejo Templo fue destruido… porque ya era incapaz de contener la nueva y definitiva manifestación de Dios en Jesús. El cuerpo entregado de Jesús es hasta hoy y para siempre nuestro Templo

Las grandes preguntas

¡No tengamos miedo de formularnos grandes preguntas!

  • ¡No nos cobijemos en una fe simplona, incapaz de dar respuesta a quien nos pide razón de ella! La fe es riesgo, es pasión, es rebasar fronteras, límites.
  • El salmo 22 proclamaba que Dios-Abbá es nuestro pastor. Jesús se identificó con el Buen Pastor -“Yo y el Padre somos uno”. Ambos cuidan de las ovejas, de quienes le siguen y ese cuidado es tal, que nadie las arrebatará de su mano, de su cuidado.
  • La fe nace de una misteriosa seducción, provocada por Dios Padre, que nos lleva hacia Jesús. La persona seducida reconoce en la voz de Jesús la Palabra de Dios, y en las acciones de Jesús, el desbordamiento de vida de Dios Padre. Jesús y el Abbá viven en total conexión, en mutua inmanencia. 

Pertenecer a la comunidad de Jesús, ser ovejas del Buen Pastor, es el mayor honor que a un ser humano le puede caber. La cercanía a Dios ilumina nuestra inteligencia y la expande hasta un horizonte siempre nuevo. La fe es luz, no oscuridad. Es visión, no ceguera. La fe es creer para ver. La fe pone al rojo vivo las inteligencias múltiples y nos prepara para colaborar en la emergencia de una nueva Jerusalén, de un nuevo Templo.

Plegaria

Jesús, nuestro Buen Pastor y Líder, con la expansión de nuestro conciencia tus hermanas y hermanos hemos llegado hasta adorar a la “diosa Razón” y ahora esa diosa es la ciencia, la tecnología, la ingeniería genética… Pero ¡cuánto nos cuesta creer que Tú eres el Hijo amado y único del Abbá-Dios! ¡Que Tú eres el único que puede salvarnos! ¡Que tú haces este mundo “divino”, resplandor de Dios! ¡Que nunca te desposeamos de tu misteriosa divinidad! ¡Que seamos como niños… para entrar y pertenecer a tu Reino!

Para contemplar:
“Heal de World”
“Este mundo divino es el resplandor de Dios”
(Michael Jackson – Child Prodigy)

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