LA TEOLOGÍA DE LOS TRES DÍAS: María de la soledad: ¡no pasar página tan deprisa! El sábado santo

Screen Shot 2012-04-22 at 20.53.36Tenemos la experiencia de ese momento estremecedor en que ya perdemos de vista “para siempre” ese cuerpo querido, amado, con el que hemos convivido. El entierro o la cremación nos coloca ante el abismo de la separación. Unos gritan de dolor, otros oran, otros se despiden con un dolor indeleble en el alma.

Hemos asistido a funerales por centenares de personas que han fallecido en un atentado, en un accidente, en una catástrofe natural ¡Qué impresionante ver tanto ataúd… ataúdes blancos de los niños sobre los ataúdes de sus padres! Por mucho que uno quiera compadecerse, ¿quién será capaz de sentir lo que sienten amigos y familiares? Hace pocos días alguien -movido por su locura- precipitó un avión contra los Alpes y… “les cortaron la trama de la vida” violentamente.

La historia de la relación se interrumpe bruscamente y sólo queda el vacío, la nostalgia, el dolor irreparable. Me sentí mal, muy mal, cuando a una religiosa de unos sesenta y tantos años, le preguntó el reportero cómo se sentía ante la tragedia y ella respondió: “la vida sigue…”.  Y me sentí mal, porque al parecer, esa mujer no daba espacio al duelo, a la protesta, al reajuste vital. No se puede pasar tan rápidamente del viernes santo al domingo de resurrección. La fe no ahorra el largo sábado santo. Porque para muchas personas el sábado santo dura mucho, muchísimo más que 24 horas.

Hoy es el día de la Virgen de la Soledad. Es el día de la desolación. La madre ya no puede ver el cuerpo de su hijo. El último consuelo consistió en poder acariciarlo y tenerlo entre los brazos tras su lucha con la muerte. Pero el sábado es el día de la des-aparición. Una gran piedra lo encierra en el sepulcro. Concluye de este modo la posibilidad del contacto.

María fue testigo de la aparición de la Vida que viene de Dios en Nazaret y Belén. Hoy es testigo de la desaparición de la Vida que vino de Dios en el Calvario y junto a la tumba. En este día, su memoria recoge todo el recorrido de la Vida. Es un día para evocar, recordar, para la memoria intensa, emotiva, apasionada. Nada ni nada podía hacer reposar aquella movilización interior de la memoria.

Quienes no sentimos el dolor de la pérdida en primera persona, somos a veces demasiado propensos a “pasar página”, a recurrir a los tópicos de “la voluntad de Dios”, “la esperanza”, “la resurrección”. Sólo quienes tienen la experiencia en primera persona quieren llorar hasta que se agoten las lágrimas, acogen el sufrimiento hasta en su última expresión, dejan espacio para todas las preguntas y dudas. ¿No nos dice el Evangelio de Mateo que cuando el Señor se apareció a los Once en el monte de Galilea todavía “algunos dudaban”?

No debemos reducir el espacio del duelo en María dejándonos llevar por una especie de docetismo mariano que reduce su humanidad al mínimo. El cuerpo de María quedó herido, muy herido con la muerte del fruto de su vientre. No se equivoca la fe popular cuando todos los años hace memoria de María de la Soledad y prolonga su duelo año tras año, siglo tras siglo. El creyente se acerca a ella sin fingimiento. Él cree que ese duelo podría prolongarse todo el tiempo de la historia. No se trata de una pérdida cualquiera.

Nuestra falta de resistencia ante el dolor nos lleva a imaginarnos lo todavía inexistente, a no tomar la cruz en serio. Es como el presidente italiano Berlusconi que en un momento de buena voluntad pero también de inconsciencia, les dijo a los que habrían sufrido el terremoto y se habían visto obligados a abandonar sus casas y sus seres queridos, que se imaginaran el fin de semana, como la estancia en un camping, o como esos payanos que intentan entretener a los niños con banalidades. También queremos evitar a María su soledad, imaginándonos apariciones clandestinas de Jesús a su Madre, haciendo de ella la portadora de la lámpara de la fe, cuando todos abandonan y dudan. María, sin duda, se preguntaría desde ese inteligencia privilegiada que Dios le dió y desde ese corazón tan sensible con el que fue agraciada: ¿qué es esto? ¿Abbá, porqué nos has abandonado? ¿Qué quieres decirnos con todo ésto?

Si María es Madre de Misericordia es porque entiende muy bien las decepciones, las soledades, las marginaciones. Ella adquirió un título paradójico este sábado santo: la madre del Condenado, la madre del Crucificado. Era tal el dolor que ese título ofensivo ni le importaba. Ella se adhirió a la causa de su Hijo hasta el punto de ser la primera continuadora de ella “a su manera”, como “madre del discípulo amado”. El dolor y la soledad no la abatieron. Ella fue capaz de vivir el duelo como muerte y como vida. Su hijo no murió derrotado. Tampoco ella se sintió derrotada, aunque sí muy cuestionada. María de la Soledad comprende perfectamente a quienes con toda honestidad, ante situaciones terribles en la humanidad, se lo cuestionan todo y entran en el dolor inmenso de la desolación. Por eso, que nadie se escandalice si en este día vemos a María cerca de esos espacios en los cuales uno se pregunta quién es Dios, dónde está Dios, porqué esa pasividad e impotencia de Dios.

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