Es un texto impresionante. San Pío X, papa, se lo ofreció a la Iglesia. Hoy, día de su memoria, conviene recordarlo, meditarlo. Es una invitación a participar con toda nuestra atención y cordialidad en ese gran coro polifónico e incesante de la Iglesia, en esa sinfonía divino-humana inacabable, que resuena en nuestro mundo todos los días, a todas las horas y en los lugares más insospechados.
De la constitución apostólica Divino afflatu, del papa san Pío décimo (AAS 3 [1911), 633-635).
Es un hecho demostrado que los Salmos -compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras- ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles., Éstos ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza. Se trataba de una costumbre heredada del antiguo Testamento. Los salmos alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino.
De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz De la Iglesia». El papa Urbano VIII calificó la salmodía así:
«hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero»,
La salmodia enseña, según san Atanasio, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino,
«cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo.
Con relación a este tema dice bellamente san Agustín:
«Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo.»
Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto
«si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros.»
Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo:
«A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan.»
San Agustín dice en el libro de sus Confesiones:
«¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien.»
En efecto,
- ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza?
- ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados?
- ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?
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