Las palabras de Jesús “lo que Dios ha unido” (Mt 19,6) deberían conmovernos. Ellas revelan que millones y millones de uniones sentimentales, que millones y millones de pactos y de alianzas esponsales, tienen a Dios como principal protagonista. Esta es una foma inteligente de decir que Dios es Amor y que desea que Amor aliente y vivifique las relaciones esponsales.
Estas palabras “lo que Dios ha unido” tienen también que ver con la familia, con millones y millones de familias que se forman en el mundo. La familia es esa “casa” que el Señor construye (Sal 127,1). Pues él da nombre a toda familia en el cielo y en la tierra (cf. Ef 3,14−15). Nuestro Dios Dios−Trinidad asume los nombres de “esposo”, “padre”, “hijo”, “hermano”, “nosotros”, “familia” y así se muestra como origen de toda familia. La familia humana es también “lo que Dios ha unido”. Es otra forma inteligente de decir que Dios es Amor y que desea que Amor aliente y vivifique las relaciones familiares.
En una ocasión llegué a escuchar la siguiente barbaridad de un profesor de teología: “la mayoría de los matrimonios celebrados en la Iglesia podrían ser declarados “nulos”. ¡Vamos, que “lo que Dios ha unido” es bien poco! ¿Será nuestro Dios así? Lo malo es que la mentalidad de tal profesor está presente -de otras formas- en modos de pensar muy rígidos sobre el matrimonio y la familia.
A nuestro Dios le interesa muchísimo la vida esponsal y familiar. Ella difunde amor y es vida efervescente. Forma parte de la maravillosa biocenosis (comunidad de vivientes) de nuestra humanidad y de nuestro planeta. Por eso, es tan importante que preceda a la palabra “matrimonio” y “familia” el sustantivo “vida”. Los adjetivos “matrimonial” y “familiar” no deberían ofuscar el sustantivo “VIDA”. Y esto nos desafía. ¿Qué hacer para que el matrimonio y la familia sean “vida” y no freno a la vida, o muerte lenta, o violencia contra la vida (lo que hoy se denomina jurídicamente violencia de género?
La vida matrimonial y familiar se encuentran en una encrucijada. Los cambios que se producen en nuestras sociedades, le afectan notablemente: la amenazan, transforman y desafían.
Mis alumnos del Instituto Superior de Pastoral de Madrid (Universidad Pontificia de Salamanca) me hicieron ver la importancia de este tema no sólo en Europa, sino también en otros continentes. Uno de ellos, desde América, me decía:
“La familia es el gran desafío de la región donde he trabajado (Brasil). En casi todas las asambleas de la prelatura sale el tema y en una de sus Asambleas se trató de forma especial. El aislamiento, las distancias, la historia pasada, los factores socio−económicos, psicológicos y religiosos han marcada la familia del río Purús. Casi todo es provisional, hasta la misma familia. Los jóvenes se casan muy pronto, sin haberse concedido un tiempo para conocerse. El matrimonio se convierte en un infierno: infidelidad, el abandono del hogar, las borracheras, la exploración del otro, la violencia contra el mas débil… Es una sociedad machista en donde la mujer depende económicamente del marido. La alta natalidad y la abundancia de hijos no deseados, la falta de recursos económicos, empuja a muchas madres a entregar hijos a familiares, amigos, o personas de buena voluntad, para que los críen. Para muchos de ellos es el comienzo de la sobrevivencia: escapar de la muerte o de una vida de miseria o hambre. El concepto de familia es muy amplio. Por otro lado veo que las respuestas que la Iglesia “oficial” da a las familias sobre como superar las dificultas no les convencen porque la idea de familia, de matrimonio, no encaja con la praxis de la sociedad moderna. ¿Qué hacer para que la vida familiar sea una buena noticia, tal como Dios quiere? ¿Cómo dar respuestas racionales a una familia que tiene problemas y quiere vivir como cristianos? Habrá que buscar repuestas en la larga historia de la Iglesia”.
Otro alumno, desde África también me expresaba del siguiente modo su interés por esta temática:
“El matrimonio en África se vive desde parámetros bastante diferentes, marcados por la tradición bantú. Tenemos parejas venidas de tres o cuatro generaciones de cristianos que se toman muy en serio el matrimonio y la vida familiar. También en el mundo africano se encuentra la problemática del matrimonio y la familia, propias del mundo occidental. Hasta ahí llega la globalización. Parejas buenas entran en crisis: por un lado la fuerza de la tradición tiene mucho peso en África (una pareja sin hijos es una maldición para la familia extendida, aun vigente); por otra lado los nuevos vientos de la cultura o la sub−cultura occidental invaden el ámbito familiar: las novelas televisadas para quien hace de la ficción realidad, las películas americanos (lo peor del mundo llega aquí sin criterios de selección o control); el sistemta económico; el trabajo del varón y de su esposa, las relaciones de trabajo, la corrupción, el acoso sexual en el trabajo con las mujeres, las modas y nuevos estilos de vida… La familia tradicional está desprevenida e impreparada para cambios tan rápidos. En 10 años todo cambió sin que las personas sepan por qué…. Tenemos muchachas jóvenes que quedan embarazadas a los 12 años sin que se sepa quién es el padre de la criatura, debido a la gran promiscuidad que existe. La iniciación tradicional está en decadencia. Por otra parte, tenemos jóvenes de 25 a 30 años que todavía no se han casado… ante la indefinición del modelo de familia que se les ofrece”.
Otro alumno de la India me comunicaba su interés por el tema del matrimonio y la familia desde su perspectiva cultural:
“El tema de la familia y del matrimonio forma parte de una realidad humana sumamente importante, tangible y experimental. Por otra parte, el carácter, la conducta y la psicología de las personas depende en gran manera de la unidad matrimonial y de la famila. Cuando trabajaba en las tribus del Noreste de la India, tuve que afrontar muchas dificultades, divergencias y peculiaridades a la hora de entender y hacer accesible la praxis del sacramento del matrimonio. Encontré muchas dificultades a causa de la tradición y la cultura. En esas tribus se practica la poligamia. Durante uno de los programas comunes culturales ellos pueden elegir a cualquiera que les guste y comenzar a vivir juntos. Después de algunos meses si lo desean pueden casarse con esa persona según las costumbres tribales o se pueden rechazar el uno al otro y casarse con otra persona. Es muy difícil encontrar entre estas tribus la fidelidad conyugal. Es una cultura de sexo libre. Durante 10 años fui párroco en el sur de la India. Como tal dirigí bastantes cursos prematrimoniales y seminarios para gente casada. Durante estos programas vine a saber que la gente tiene muchas nociones erróneas sobre el matrimonio y que me planteaban muchísimas cuestiones al respecto. También fui durante un tiempo predicador dentro del movimiento carismático en un famoso centro carismático de India, donde se reúnen diariamente más de 10.000 personas y en vacaciones llegan a las 25.000, Como consejero escuché a muchas personas; la mayoría de los problemas planteados tenían que ver con el matrimonio y la familia”.
Finalmente, otro alumno de Europa se expresaba así:
“Como cura, llevo toda mi vida haciendo una práctica sacramental (y presacramental) en la que me siento totalmente a disgusto y sin saber por donde tirar. Pero también me interesa como persona: la mayoría de mis amigos no son curas, son seglares y, casi todos ellos, casados. Creo que me hace falta conocer una teología pastoral del matrimonio no ya sólo para mi labor como cura, sino también para mi relación humana y cristiana con matrimonios y familias (del mismo modo que me ayuda conocer la teología del laicado, o de la vida religiosa, o de la enfermedad −o de lo que sea− aunque yo no lo sea)”.
Como podemos ver, no debería preocuparnos únicamente transmitir la herencia recibida, sino descubrir cómo esta realidad esponsal y familiar puede sobrevivir en esta nueva época y a través de qué caminos es viable. Cabe aquí la gran pregunta, aplicable a otras formas de vida en la Iglesia: ¿hacia dónde lleva el Espíritu la vida esponsal y familiar hoy, en este tiempo, en las diversas partes de nuestro planeta? ¿Sigue Dios empeñando en la Vida, en la familia? ¿Cuál es su voluntad? ¿Cómo podemos colaborar con el sueño de Dios?
A estas preocupaciones fundamentales traté de responder con mi libro “Lo que Dios ha unido: teología de la vida matrimonial y familiar” (San Pablo, Madrid). Son preocupaciones que llegarán estos días al Aula sinodal. Son preguntas de hoy que no se solucionan con respuestas del pasado. La teología y espiritualidad del matrimonio debe ser hoy contextual y teológica.
Dios está muy comprometido con las relaciones de amor y no ha abandonado la obra de sus manos. Escucha los clamores y los llantos que le llegan desde los hogares. Nuestra referencia al Evangelio ha de ser tal que ella resulte hoy “buena noticia” para las familias. No nos bastan esas entrevistas televisivas de cadenas católicas en las cuales una pareja cristiana fervorosa da testimonio de cómo viven su matrimonio y familia: de cómo oran, cómo transmiten la fe a sus hijos y cómo su fe en la ayuda de Dios es ilimitada. Hay familia más allá de estas familias minoritarias.
Abramos nuestra mente a la realidad. Que nuestra Santa Ruah se pose sobre el Aula sinodal y venza tantos malos espíritus que quieren acabar con la obra más bella de Dios: “hombre y mujer a su imagen y semejanza”. Y que, por otra parte, nos enseñe el “arte de amar” -que rompe esquemas- en esta humanidad y naturaleza tan compleja y maravillosa.
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