COMUNIÓN, CONSAGRACIÓN Y MISIÓN: LA ORACIÓN DE JESÚS EN SU ADIÓS

En las comunidades cristianas experimentamos muchos más conflictos de los que desearíamos. Los enfrentamientos entre nosotros (ideológicos, prácticos) reproducen las tensiones políticas, que constatamos en la sociedad. Cuando así vivimos, no somos “alternativa profética”, sino fotocopia. Es penoso constatar que van pasando los años y esta situación persiste y se regenera. No podemos decir entonces que la comunidad es “rampa de lanzamiento hacia la misión”. Más bien, desconectados de la comunidad, nos lanzamos a nuestra actividad, a nuestro trabajo que, eufemísticamente, llamamos “misión”. Pero ¿podrá el mundo creer si no ve que nos amamos? Por eso, la Liturgia de este miércoles de la última semana de Pascua, 27 de mayo de 2020, nos presenta la apasionada súplica de Jesús al Padre para que seamos uno como Ellos son uno.

El Abbá Santo, cuidador de la unidad

Con su extraordinaria clarividencia, Jesús preveía lo que nos iba a ocurrir generación tras generación. Y así lo expresó en su Plegaria final de la Última Cena:

 Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre. He guardado a los que me diste y ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. 13 Pero ahora voy a Ti y digo estas cosas en el mundo, para que tengan mi alegría completa en sí mismos.

Jn 17, 11b-13

La expresión “Padre Santo” -con la que Jesús se dirige a su Abbá- no nos habla de la supremacía moral de Dios Padre, sino de su absoluta trascendencia. Su nombre es “santo”… ¡A Jesús no se le habría ocurrido nunca dirigirse a Pedro con la expresión “Santo Padre”. Porque… Tú solo eres Santo” -decimos al proclamar el Gloria en la Eucaristía.

Jesús le presenta al Abbá santo su inquietud: la unidad de quienes le siguen va a estar muy amenazada. Mientras Jesús estaba con su comunidad, Él era el punto de encuentro, el mediador en los conflictos, el cauterizador de heridas, el reconciliador (¡70 veces siete!): “Cuando estaba con ellos -dice Jesús al Padre- yo los guardaba en tu nombre”. Pero ¿qué ocurrirá cuando Jesús desaparezca?

La palabra “cuidar” (τηρέω) indica cómo Jesús se preocupó de “los suyos” para que mantuvieran la Alianza, para que cumplieran el mandamiento principal del Amor, para que hicieran realidad en su vida la Palabra de Dios. Ahora que Jesús se va, le pide al Padre que sea Él quien los cuide.

Además, Jesús ruega al Padre para que su comunidad experimente la “máxima unidad”: “que sean uno como nosotros”. Jesús cuenta, sin embargo, con una excepción, y esto debe ponernos en alerta. Se trata de la figura de uno que el Padre le ha dado, pero se ha perdido, “el hijo de la perdición”. Esta figura es interpretada en 2 Test 2,3 como el apóstata, el hombre de la iniquidad, el anticristo y en Is 57,4 designa a los impíos, “hijos de la perdición” (Is 57,4). ¿Seguirá presente esta figura en nuestras comunidades cristianas? La cuestión correcta sería no tanto verla reflejada en algún otro y preguntarnos: “¿Seré acaso yo, Señor?”.

Consagrados por la Palabra y Enviados al mundo

 »Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que yo no soy del mundo. 15 No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. 16 No son del mundo lo mismo que yo no soy del mundo. 17 Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. 18 Lo mismo que Tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo. 19 Por ellos yo me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad”.

Jn 17, 14-19

A la petición “Padre Santo, cuídalos en tu nombre, sigue “santifícalos en la verdad”. Ambas peticiones son complementarias y se interpretan mutuamente. No se trata de una santificación cultual, sino de santificación por la palabra de Dios, predicada por Jesús (Jn 15,3), la palabra de la verdad, incluso que es la verdad misma. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Santificación significa ser escogido del mundo y entregado a Dios.

Jesús no declara ante el Padre que sean las instituciones o los ministerios, o las tradiciones vinculantes, la garantía de la unidad. “Yo les he dado tu Palabra”. ¡Es la Palabra de Dios Abbá -viva y eficaz y más cortante que una espada de doble filo que entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médica y descubre los sentimientos y pensamiento del corazón” (Heb 4,12)- la que genera la unidad de todos, La palabra de Jesús, que los discípulos han aceptado en la fe y por su amor y que Jesús les hace llegar desde el Padre ¡ella es la madre de la unidad entre los discípulos!.

La palabra de Dios “consagra” a los discípulos. Consagrado o santificado es todo aquello que es tocado por Dios. ¡Qué mayor consagración que ser tocado por la Palabra de Dios hasta lo más profundo del propio ser! En la medida en que escuchamos la Palabra y ella germinan en nosotros, se produce la más sublime y consagración: ¡en consagración continuada.

Cuando esto sucede los discípulos también pueden ser enviados al mundo (v. 18). Base de la santificación de los discípulos es la santificación de Jesús por ellos. Se lleva a cabo por la transmisión de su palabra, que es la verdad

No pide que los aparte del mundo, sino solo que los preserve del mal, como se dice en el Padrenuestro: “Líbranos del Maligno”. del mal personal, no solo del mal. (Mt 6,13). Como Jesús tampoco los discípulos proceden de este mundo, pero han sido enviados en medio del mundo.

La tríada: unidad, consagración y misión

En su oración de despedida al Abbá Jesús nos revela aquello que más anhelaba de nosotros; y por eso, le suplicaba al Padre Santo :

  • Que haga germinar en cada uno de nosotros la semilla de la comunión y unidad. Que no seamos como el mundo de las guerras, las luchas, las mutuas acusaciones, la permanente tensión; que no seamos raza del “hijo de la perdición”. Por esto, no atentemos contra la común unidad. Jesús eligió una comunidad de personas muy distintas: sus doce eran reflejo simbólico de la pluralidad, o de la totalidad plural. Los presentaba como símbolo de un “solo pueblo”, del nuevo Israel, siempre bajo la ley del “Amaos unos a otros, como yo os he amado”.
  • Que nos consagre por la Palabra, que es la Verdad: quien escucha la Palabra de Dios y la pone en obra es una persona “consagrada”. No hay dignidad mayor que la de ser un interlocutor de Dios. Escuchar la Palabra de Dios es curativo, transformador: “Mas dí una sola palabra, y mi alma quedará sana”. Comer el pan de la Palabra, consagra. Y cuando la comunión es comunitaria, ahí aparece la comunidad alternativa de Jesús.
  • Que nos envíe el mundo, pero que nos preserve de las asechanzas del Maligno: la Misión es dependencia de aquel que nos envía, es representación o hacer presente a aquel que nos envía. La misión no es protagonismo individual o colectivo, sino humilde colaboración en la “obra de Dios Padre”. Jesús así lo hizo respecto al Abbá. Jesús le pide al Abbá que nosotros hagamos lo mismo. Y conscientes de esta realidad, nos veremos liberados del Maligno.

Para contemplar:
HIMNO A LA ALEGRÍA
(Ludwig van Beethoven) -FlasShMoB

https://youtu.be/yCOiLQbGQy8

Oda a la Alegría (texto original)

¡Amigos! ¡Esos ruidos no!
entonemos sonidos agradables
y llenos de alegría.
¡Alegría! Alegría!Alegría, bella chispa divina,
Hija del Elíseo,
Ebrios de alegría entramos,
En tu santuario celestial.
Tu magia ata los lazos
que la rígida sociedad rompió;
Y todos los hombres serán hermanos
Donde tus suaves alas se posen.

Quien ha tenido la suerte
De ser el amigo de un amigo;
Quien ha conquistado una noble mujer,
¡Que se una a nuestro júbilo!
¡Sí, que venga aquel que en la tierra
pueda llamar suya al menos un alma!
Y quien jamás lo ha podido,
¡Que se aleje llorando de nuestro grupo!

Todos los seres beben de la Alegría
por todos los senos de la Naturaleza;
Todos los buenos, todos los malos,
Siguen su camino de rosas.
Ella nos dio los besos y el vino,
Y un amigo, probado hasta en la muerte;
A la lombriz fue dado el goce,
Y el querubín está ante Dios.
¡Frente a Dios!

Alegres, como vuelan sus soles
A través del cielo espléndido,
Corran, hermanos, sigan su camino,
Alegres, como el héroe hacia la victoria.

¡Abrácense, millones de seres!
¡Este beso es para el mundo entero!
Hermanos, sobre el firmamento
Seguramente habita un padre amoroso.

¿Se inclinan en reverencia, millones de seres?
¿Puedes presentir al Creador, Mundo?
¡Búscalo más allá de las estrellas!
¡Allí debe estar su morada!

Impactos: 836

Esta entrada fue publicada en tiempo litúrgico. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *