La subjetividad como relato trinitario

Cuando Jesús nos dijo “si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23), nos estaba indicando cómo la subjetividad del amor se convierte en espacio teofánico.

Hacemos muchas veces “examen de conciencia” para descubrir el mal en nosotros, para barrerlo o arrinconarlo. Comenzamos siempre pidiendo perdón. Pero ¿disfrutamos suficientemente de ese espacio teofánico que genera el amor a Jesús y la pasión por la Palabra?

¿Cómo inventar a Dios en nosotros? Es decir, ¿cómo venir hacia adentro, allí donde nuestro Misterioso Dios se esconde, se vuelve imagen, y reviste de acento mágico la morada que habita?

 

En el movimiento tridimensional

Si estamos en la era del Espíritu, el Espíritu está comprometido para llevarnos a la verdad completa, para hacer memoria de Jesús, y para clamar  en nosotros “¡Abbá!”. Y así es, efectivamente. El Espíritu es “fons vitae”. Paul Tillich -aceptando que la vida es movimiento-  expresó magistralmente cuáles son los movimientos de la vida y cómo se equilibran mutuamente: movimiento hacia el centro, movimiento hacia delante, y movimiento hacia arriba; o dicho con otras palabras, movimiento de  “centramiento”, de “des-centramiento” y de “elevación”. Esa trinidad del movimiento nos revela el movimiento trinitario de Dios hacia nosotros: el Espíritu que centra, el Hijo que des-centra, el Abbá que nos hace tras-cender. ¡Esta es la Trinidad que no solo nos habita… También nos activa, nos actúa!

  • La espiritualidad como “centramiento”, adquisición de un centro vital ha sido puesta muy de relieve por la mística –tanto cristiana, como islámica, budista, hindú-. Cuerpo y espíritu están llamados a encontrar su punto de recogimiento.
  • La espiritualidad como “descentramiento”, apertura misericordiosa y compasiva hacia la realidad, sacrificio y entrega, es la gran aportación de la mística misionera cristiana, encarnada sobre todo en Jesús, nuestro Mesías, el Hijo de Dios.
  • La espiritualidad de la elevación, del retorno a la casa del Padre, de la comunión total del Reino, es la gran aportación de las religiones personalistas, materno-paterno-filiales.

Pero estas tres dimensiones de la espiritualidad están llamadas a entrar en perichóresis, en interrelación e intercambio total. Sólo así acontece la espiritualidad integral, trinitaria.

En las formas inauténticas de ser

También la experiencia de la inautenticidad, de las grandes necesidades psicológicas del ser humano, es ámbito de manifestación trinitaria. Así lo ha propuesto con acierto -a mi modo de ver- el teólogo norteamericano Edward Hobbs.

  • Una persona “sin centro”, que abandona su yo más profundo y se contenta con la apariencia, es una máscara, no su realidad. Hay discrepancia entre nuestras pretensiones y sueños y la realidad que vivimos. La respuesta consiste, ante todo, en reconocer “lo que hay”; pero también en dejarse configurar por una auténtica metanoia (cambio de mentalidad)! Desenmascar es juicio y trae consigo la redención del pecado. El judaísmo  creía que ésta era la función del Ungido, del Mesias, de Cristo. Su primera misión fue una llamada a la “metanoia”.Jesús, el Hijo, es todo lo contrario: manifestación, desenmascaramiento, diafanidad, revelación de lo auténtico, Verdad. Jesús concede al ser humano su verdad.
  • Una persona “sin visión trascendente”, se deprime ante los límites, se vuelve intolerante ante los obstáculos. No reconoce el “don” de la existencia. A ello se responde con Gratitud creativa, contentándose con las posibilidades -aunque no sean las que quisiéramos- que la existencia nos ofrece. Uno se descubre que es criatura y se acepta tal como se ha recibido del Creador y se ofrece a Él sabiendo que existen también desconocidas posibilidades.  El Abbá creador nos libera de la finitud y nos abre a la trascendencia.
  • Una persona “sin capacidad oblativa, sin caridad”, es individualista y cerrada en sus propios intereses. A veces los demás nos interpelan con sus necesidades; nos ofrecen la oportunidad de la relación, la comunidad, el compañerismo, ser Iglesia: nos convocan a participar en  la obra del Amor, del Espíritu. El Espíritu Santo es la respuesta a esta forma inauténtica de ser;  la abre al amor que colma las necesidades de los demás y la lleva al encuentro creativo, al intercambio de dones, a afirmar la relación con los demás, a crear comunión.

Según Hobbs las tres palabras que nos hablan de las necesidades más profundas del ser humano, a las que nos vemos llamados a responder y que son, al mismo tiempo el reflejo de la Trinidad en la subjetividad humana, son:  “Desenmascaramiento”, “Gratitud” y “Amor”.

Todo esto se puede expresar de forma plástica y artística. La pensadora y experta en arte, Melinda Wortz, lo descubrió en un estudio teológico sobre uno de los cuadros tal vez más eróticos de Pablo Picasso “la Muchacha ante el Espejo”. Según Melinda, en ese cuadro se refleja la necesidad humana, la tridimensionalidad trinitaria de cada persona. Ahí se descubre el espacio teofánico[1].

Descubrir el espacio teofánico en nosotros, en el movimiento tridimensional, en las necesidades, en el claroscuro de nuestra existencia, es la clave de una vida con sentido.

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