No se comprende nuestra fe en todo su despliegue hasta que no quedamos invadidos por la presencia del Fuego, del Viento, del Tsunami, del Espíritu, de la Santa Ruah. ¡Qué bien lo expresa san Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, en su tratado sobre la Trinidad! (Libro 2, 1,33-.35). Aquí traigo un texto de su reflexión, cuando ya nos acercamos al día de Pentecostés.
¿Cuál es la voluntad del que nos otorga su Don -que es el Espíritu? ¿Cuál la naturaleza de este mismo Don? Por la debilidad de nuestra razón somos incapaces de conocer al Padre y al Hijo. Se nos hace muy difícil creer en la encarnación de Dios.
¡El Don, que es el Espíritu Santo, con su luz, nos ayuda a penetrar en estas verdades!
- Al recibir el Don
- se nos da un conocimiento más profundo.
- Porque, del mismo modo que nuestro cuerpo natural, cuando se ve privado de los estímulos adecuados,
- permanece inactivo (por ejemplo, los ojos, privados de la luz, los oídos, cuando falta el sonido, y el olfato, cuando no hay ningún olor, no ejercen su función propia,
- no porque dejen de existir por la falta de estímulo, sino porque necesitan este estímulo para actuar),
- así también nuestra alma, si no recibe por la fe el Don que es el Espíritu,
- tendrá ciertamente una naturaleza capaz de entender a Dios, pero le faltará la luz para llegar a ese conocimiento.
- El Don de Cristo está todo entero a nuestra disposición, y se halla en todas partes,
- pero se da a proporción del deseo y de los méritos de cada uno.
- Este Don está con nosotros hasta el fin del mundo;
- él es nuestro solaz en este tiempo de expectación..
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