La peor desgracia que nos puede ocurrir aquí en la tierra es no ser admitidos allí donde nuestros sueños más profundos nos llevarían y podrían hacerse realidad. La peor desgracia es quedar excluidos en medio de la noche, como las jóvenes vírgenes necias de la parábola de Jesús: ¡ver cómo nos cierran la puerta y nosotros quedamos excluidos, afuera. Hoy, 28 de agosto de 2020, la liturgia nos presenta a dos personajes que descubrieron la puerta para llegar a la realización de sus más profundos sueños y que tuvieron el billete para poder pasar: Pablo de Tarso y Agustín de Hipona, cuya memoria hoy celebramos.
San Pablo y el lenguaje de la cruz
Pablo reconoció que no se podía entrar en el banquete de bodas con el lenguaje de los sabios de este mundo, tanto judíos (o escribas, doctores de la ley) como griegos; con esa sabiduría sin más nadie puede entrar, porque la puerta es estrecha. Pero sí se puede entrar con el lenguaje de la cruz: para los sabios ese lenguaje es locura:
- los judíos exigen milagros para creer (como tanta gente sencilla hoy… siempre en busca de milagros);
- los griegos exigen sabiduría (como los intelectuales de hoy, que en sus conferencias no mencionan a Dios, porque les parece que hablar de Dios no es científico).
La fe abre la puerta: y es la fe que no se basa en milagros, ni en razonamientos e investigaciones que intenten resolver los problemas de la humanidad. La fe en Jesús crucificado y el seguimiento de sus pasos, nos lleva a la verdadera sabiduría. Por eso, Pablo de Tarso, nos sigue diciendo hoy:
Car ce qui est folie de Dieu est plus sage que les hommes, et ce qui est faiblesse de Dieu est plus fort que les hommes.
San Agustín y el lenguaje de la belleza luminosa
Agustín sintió la seducción de la sabiduría humana. Deseaba ver con la luz de la razón -como tantos filósofos de su tiempo-, pero no lo conseguía: se sentía ciego y desterrado.
Un día Agustín de Hipona descubrió una puerta que lo llevaba a lo interior de sí mismo, a su corazón. Entró en sí mismo y descubrió una luz inmutable, poderosa, brillante, ofuscadora. Era la Belleza de Dios. Era la belleza que él buscaba y no había logrado encontrar.
Después comprendió que él había sido creado y era amado por esa Luz, por esa Belleza. Se enamoró de ella y comenzó a entenderlo todo. El conocer procede del Amor y no del mero estudio y razonamiento. Agustín descubrió que Jesús era el Camino y la Verdad y la Vida… y la Belleza.
La puerta del corazón, seducido por la Belleza
A veces buscamos la sabiduría fuera de nosotros, sin embargo, dentro hay una realidad misteriosa, luminosa, bellísima, que nos espera detrás de la puerta.
Somos hijas e hijos del corazón. Abramos la puerta del corazón y entremos… nos espera dentro la sabiduría que parece locura, la belleza que enamora y hace comprender todo. En eso consiste la “vida interior”. Que el Espíritu Santo y el Corazón de María nos concedan en este día esa vigilancia necesaria para entrar cuando la puerta se nos abra.
Para contemplar
TARDE TE AMÉ
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