Si Jesús se sometiera hoy a una rueda de prensa, de seguro que no pocas preguntas de los informadores o informadoras versarían sobre “política”: Maestro, ¿es lícito votar a…? ¿es lícito ilegalizar a….? ¿qué piensas de nuestros líderes? ¿Te identificas con la línea que sigue tu Iglesia? ¿qué grupo de tus discípulos y discípulas lleva mejor adelante tu causa? … La política tiene mucho que ver con la “Misión”. Dios dirige el mundo “a través de sus líderes”. Dios desea establecer su Reinado por medio de personas elegidas para conducir los pueblos y las comunidades humanas. Desgraciadamente, hay líderes que no son cómplices de Dios, sino de “ídolos” que luchan contra él. Los líderes pueden y deben colaborar con la Misión de Dios, con el sueño de Dios para toda la humanidad y la creación. Aunque parezca muy claro que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios,la verdad es que el mundo no está repartido entre Dios y el César. Nada del César deja de ser de Dios. Pero la verdad es que hay césares que se quieren hacer pasar por dios y lo suplantan de formas muy sutiles. Son los que toman el nombre de Dios en vano.
¡Dios santifica su nombre a través de “otros” líderes!
Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.»
Lectura del libro de Isaías (45,1.4-6):
¡Qué bien se refleja esta lectura de Isaías -apenas proclamada- el sentido de la invocación del Padrenuestro que dice “¡santificado sea tu Nombre!”: cuando le pedimos a Dios nuestro Padre
- que Él mismo proteja la santidad de su Nombre,
- que Él mismo defienda su honor,
- que se manifieste como el Dios fiel, obstinadamente fiel.
La situación del pueblo de Dios, desterrado en Babilonia y con el templo santo de Jerusalén destruido, ¡no santificaba el nombre de Dios! Dice el libro segundo de las Crónicas:
“subió la ira de Dios contra su pueblo hasta tal punto, que ya no hubo remedio”
2 Cr 36,16
El Dios de la Alianza, sin embargo, es fiel a su pueblo. Después de una prueba hace que aparezca de nuevo la Gracia. El instrumento elegido es un rey pagano, caldeo, llamado Ciro. Éste, movido por el Espíritu de Dios, publicó un edicto el año 538 antes de Cristo que decía:
«Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!».
2 Cr 36,22-23
Ciro no conocía a Yahweh, pero, sin embargo, se abandonó a la voluntad del Dios desconocido que se apoderó de él. Sin conocer a Dios, no puso obstáculos a esa misteriosa consagración o unción que se derramaba sobre él. De este modo, Dios santificó su nombre.
La autoridad del “nosotros” – ¡no del “Nos”! El liderazgo colaborativo
Pablo, Silvano y Tirnoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordarnos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (1,1-5b)
La carta a los Tesalonicenses –proclamada en esta liturgia- se caracteriza por un uso reiterado del “nosotros” apostólico: se trata de tres evangelizadores que forman un trío apostólico: Pablo, Silvano y Timoteo.
- En 2 Cor 1,19 vuelve Pablo a reconocerlo: “Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo…”
- El anuncio del Evangelio tiene mucho que ver con el grupo evangelizador. Jesús enviaba a sus discípulos de dos en dos. Y también dijo que allí donde hubiera dos o tres, estaría Él presente.
- Y lo reafirmó al decir: “estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El “nosotros” apostólico no es un plural mayestático, sino un grupo evangelizador.
Pero ese trío no ejerce la autoridad de forma despótica. Se dirigen con un enorme respeto se dirigen a la comunidad cristiana. No se trata únicamente de retórica epistolar, o de captación de benevolencia. Los “tres evangelizadores”
- reconocen que los miembros de la comunidad son “amados de Dios”, elegidos por Dios
- se admiran por la actividad de su fe, el esfuerzo de su amor, el aguante de su esperanza;
- recuerdan que el anuncio del Evangelio no se redujo a una mera información temática; hubo un Pentecostés del Espíritu y se generaron convicciones muy profundas.
Por lo tanto, tres enseñanzas se desprenden de esta lectura:
- 1ª que es excelente evangelizar en grupo, en pequeña comunidad;
- 2ª que los evangelizadores han de anunciar, ante todo, la gracia que descubren en los evangelizados;
- 3ª que si los poderosos de la tierra dominan, ejercen opresión, no ha de ser así en la Iglesia de Jesús.
Alianza del César con Dios
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21)
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»
La sentencia de Jesús “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” podría parecer clara, contundente, iluminadora. Pero no es así. Jesús nunca dio recetas y no nos evitó -en su pedagogía- el esfuerzo de la búsqueda, de la implicación personal.
“¿Es lícito pagar el tributo al César?” era la pregunta.
- ¿Es lícito pagar el tributo al país que nos está colonizando? Más todavía: ¡al país que ha suplantado nuestra moneda y en ella la imagen del colonizador imperialista!
- Nuestra respuesta sería un absoluto ¡No! Pues diríamos: ¡para él su moneda! ¡No queremos ser un país vendido a una potencia extranjera! Jesús dice: “Devolvedle, vosotros, al César, lo que es del César”. “¡Devolvedle sus monedas!”.
¿Y qué es lo que hemos de dar a Dios, porque es suyo?
¡No hay paralelismo entre Dios y el César. No se reparten entre los dos el mundo, porque Dios dice: “mía es la tierra y cuanto hay en ella. Pero hay algo que, si cabe, es mucho más de Dios. El Dios de la Alianza tiene un pueblo, que es el pueblo de su propiedad, “su pueblo”. Este pueblo no puede ser vendido al César.
¡Dad al César lo que es del César! suena a “celo amoroso”, “celos de Alianza”. Es como si Jesús nos dijera: ¡No hagáis alianzas con nadie! ¡Devolvedle al César lo suyo! ¡Entregáos a Dios sin reservas!
Esto no impide reconocer que el único Dios del cielo y de la tierra, puede actuar a través de las autoridades de la tierra y santificar a través de ellos su nombre, como reconocía el profeta Isaías en la primera lectura.
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Me parece muy bueno el comentario de la liturgia de hoy. Siempre me lanza más adelante tu comentario de la Palabra, la Palabra misma. Gracias una vez más.