“Espero que toda forma de vida consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden»
Papa Francisco
Todavía estamos a tiempo para plantearnos esta cuestión decisiva, que el Papa Francisco nos formuló hace algunos años de forma aparentemente inocente
Lo que el Papa espera de todos los institutos de vida consagrada –aquí no cabe distinguir entre antiguos y nuevos, contemplativos o apostólicos, órdenes, congregaciones o institutos seculares, observantes y relajados-, es que nos preguntemos qué nos pide Dios y la humanidad “hoy”.
Es la hora de la Pregunta…
¿Hemos escuchado bien esas peticiones? ¿Estaremos respondiendo a lo que se nos pide, o estaremos más bien respondiendo a aquello que nosotros nos pedimos a nosotros mismos, o a lo que algunos grupos o personas nos piden?
No hay mayor desgracia que estar ocupados en tareas que nada tienen que ver con nuestro Dios y con la causa de la humanidad. De ser así nuestra situación sería dramática.
Es el momento de poner en el centro de nuestras preocupaciones aquello que Dios nos pide y la humanidad –que se concretiza en los entornos en que vivimos- necesita. Con ese criterio, eliminaremos muchas preocupaciones y ocupaciones “secundarias”, que son trabajo y fatiga inútil. Es el momento de escuchar las palabras del Maestro:
“Vida consagrada, vida consagrada, te preocupas y agitas por muchas cosas y hay necesidad de pocas, o mejor de una sola”
Lc 10,41
Conocer aquello que Dios nos pide y la humanidad de nuestro entorno necesita no es tarea superficial. No se consigue dejándonos llevar por nuestros propios deseos, o nuestros particulares intereses –individuales o de grupo-. Ni tampoco realizando un superficial e irreflexivo discernimiento durante una reunión, asamblea o capítulo, dirigida por celosos superiores. Requiere de nosotros la ardua tarea de “discernir espíritus” juntos, en comunión y descubrir la presencia y los dinamismos del Espíritu de Dios en nuestro entorno, en la humanidad.
Un gran exorcismo
No hay discernimiento sin exorcismo. De poco sirve hacer un discernimiento, si seguimos habitados y dirigidos por nuestros demonios interiores, es decir, los siete pecados capitales. Estos demonios deben ser expulsados:
- el mal espíritu de la ambición que ataca –so capa de virtud- a quienes buscan el poder, imponer sus propias ideas, ser los primeros, controlarlo y manipularlo todo e induce a la mundanidad;
- el mal espíritu de la avaricia que deifica el dinero y la posesión –so capa de que atesorando habrá recursos para la misión y los necesitados – e induce a la corrupción del acumular dinero ilícitamente, solaparlo, utilizarlo para intereses propios y renuncia a creer en la Providencia de Dios;
- el mal espíritu de la concupiscencia del placer, del bienestar que –so capa de libertad, cuidado de la propia salud y equilibrio, del sano disfrute de los bienes de la tierra- renuncia a la cruz, y busca el confort, la buena comida, el descanso, la diversión, el placer, renunciando así a la disponibilidad misionera, a entregar la vida por los demás.
Sí, es necesario un gran exorcismo que acabe con la mundanidad, la corrupción y la instalación en zonas de confort y que nos haga “salir”, entrar en un serio proceso de conversión.
La nueva obediencia y el pensamiento crítico
Nada tiene que ver el lenguaje pontificio con imperativos –a veces frecuentes en nuestros líderes- como≤: “¡tenéis que hacer esto y esto!”. Ni con respuestas como éstas: “obedeceremos al Papa, obedeceremos a nuestros obispos, obedeceremos a nuestros superiores; lo que nos pidan, ¡eso haremos! Quien obedece nunca se equivoca”.
No nos dice el Papa Francisco: “obedecedme, responded a mis llamadas, cumplid mis programas”. Lo que él espera de la vida consagrada es “que se pregunte”, que se convierta -con todos sus recursos- en actriz de una nueva búsqueda del querer de Dios y de las necesidades de la humanidad en este momento en que vivimos. Hay comunidades en las que está búsqueda no tiene lugar y hasta hay personas que se avergüenzan si se plantea.
Quienes así interpretan la obediencia se sienten incómodos ante procesos de discernimiento personal y comunitario; prefieren que todo se les dé hecho, que les presenten normas, leyes para cumplir y ¡nada más! Ante la propuesta de una búsqueda comunitaria del querer de Dios con muchas las personas que entre nosotros, enmudecen, se inquietan y miran al reloj para que cuanto antes concluya la reunión que se les torna incómoda, y hasta insoportable.
La nueva obediencia requiere que seamos re-educados en el pensamiento crítico, en el discernimiento espiritual, en la integración comunitaria, en el diálogo con los diferentes, en el ofrecimiento generoso del propio punto de vista y la disponibilidad para atender y dignificar el punto de vista de “los otros”[1]. Cuando no se responde a esta necesidad nos convertimos en “monstruos” o “monstruitos” individualistas, que sólo se miran a sí mismos. Con exorcismos y discernimiento se nos concederá descubrir dónde dónde actúa y gime el Espíritu de Dios.
¿Porqué no, romper y echar a la papelera esos proyectos y programas -tantas veces meramente formales, de escritorio-, elaborados sin pasión por Dios y por el mundo, simplemente para salir del paso y ejecutar órdenes; proyectos pactados desde la mediocridad y la prisa, y atentos a que determinadas personas no pierdan sus privilegios, o su poder económico, o su confort?
Necesitamos una gracia que nos revolucione, que nos ponga en actitud de “conversión”, de transformación espiritual: “¡escucha! ¡conmoción interior! ¡misericordia! Y después… desde ahí, a planificar, proyectar, lanzarnos y salir… para responder a nuestro Dios y a nuestra humanidad presente.
El Papa Francisco nos pide que entremos en una fase en la cual nuestro protagonismo habrá de ser mucho mayor. Nos llama a una nueva obediencia: ¡la obediencia de una Alianza lúcida y responsable con nuestro Dios y el mundo a quién Él tanto ama!
Desgraciadamente somos herederos de una comprensión de la obediencia que no iba por aquí. Era la obediencia a mandatos, la obediencia que nos liberaba del esfuerzo y a veces del drama de escuchar a Dios y a la realidad. Por eso, llamábamos obediencia al sometimiento a veleidades. Me decía un religioso amigo, ya mayor: “He hecho tantas cosas creyendo que era voluntad de Dios, y ¡eran tonterías!”.
En la auténtica obediencia…
En la auténtica obediencia tienen sentido tanto “los del partido”, como “los de la oposición”. En la auténtica obediencia no hay ganadores ni perdedores. Todos tiene su función para que emerja “lo que Dios nos pide”, y no “lo que el grupo vencedor pide”, como si los vencedores se apropiaran de Dios y de su voluntad.
La obediencia ha quedado muy devaluada e incluso deformada en la historia de la vida religiosa. “Quien obedece al superior no se equivoca”. O aquella otra frase: “Aquí el superior soy yo, y se hace lo que yo diga”.
Siempre se suponía que los superiores tenían el privilegio de una bendición de Dios a todo lo que ellos creían que había que hacer. Ahora estamos en el tiempo de la obediencia a las mayorías, en no pocos casos, mayorías envejecidas, cansadas, que buscan seguridades. ¡Es terrible cómo una mayoría puede debilitar a un instituto y dejarlo progresivamente al borde de la muerte!
Lo vemos en esas instituciones (educativas, sanitarias, parroquias, o iglesias), en las que sólo acontece la costumbre, la repetición de lo mismo, la falta más absoluta de fantasía, la despreocupación por responder a nuevos desafíos. El imperio de nuestras mayorías nos puede matar.
Desgraciadamente también somos herederos de un liberalismo espiritual, que lleva a los individuos a buscarse por sí mismos la vida, la espiritualidad, el apostolado… lo demás no les interesa. Hay casos patológicos que se van multiplicando y a veces desde los años de formación inicial. Esta obediencia egocéntrica, identificaba los intereses de Dios y de la humanidad, con mis propios intereses. Ahí tenemos una vida religiosa liberal, individualista, caótica, donde Dios es instrumentalizado –aunque sea inconscientemente- a favor del propio querer.
[1] Cf. Ruth Haley Barton, Pursuing God’s Will together: a discernment practice for leadership groups, InterVersity Press, Downers Grove, 2012
CONFÍA Y OBEDECE
When we walk with the Lord in the light of His Word
What a glory He sheds on our way!
While we do His good will, He abides with us still
And with all who will trust and obey
Cuando caminamos con el Señor a la luz de Su Palabra
¡Qué gloria derrama Él en nuestro camino!
Mientras hacemos Su buena voluntad, Él permanece aún con nosotros
Y con todos los que confían y obedecen
Trust and obey, for there’s no other way
To be happy in Jesus, but to trust and obey
Confía y obedece, porque no hay otro camino
Para ser feliz en Jesús, sino confiar y obedecer
Not a shadow can rise, not a cloud in the skies
But His smile quickly drives it away;
Not a doubt or a fear, not a sigh or a tear
Can abide while we trust and obey
Ni una sombra puede levantarse, ni una nube en los cielos
Pero Su sonrisa rápidamente la aleja;
Ni una duda ni un temor, ni un suspiro ni una lágrima
Mientras confiemos y obedezcamos
Trust and obey, for there’s no other way
To be happy in Jesus, but to trust and obey
Confía y obedece, porque no hay otro camino
Para ser feliz en Jesús, sino confiar y obedecer
Confía y obedece, porque no hay otra manera
Para ser feliz en Jesús, sino confiar y obedecer
Then in fellowship sweet we will sit at His feet
Or we’ll walk by His side in the way
What He says we will do, where He sends we will go;
Never fear, only trust and obey
Entonces en dulce comunión nos sentaremos a Sus pies
O caminaremos a Su lado en el camino
Lo que Él diga haremos, a donde Él envíe iremos;
Nunca temas, sólo confía y obedece
Impactos: 265