Hoy entendemos muy bien lo que significa “estar conectados”. La “desconexión” nos priva de la energía disponible y de tantas relaciones que son posibles. Cuando nos trasladamos de un lugar a otro buscamos espacios de “cobertura” o de conexión. A veces se requiere para ello conocer “la clave”, en otros casos se ofrecen redes abiertas. Conectados, descubrimos que no estamos solos, que es posible entrar en un espacio mágico de información, relación e intercambio.
Hay otro tipo de “conexión” o “conexiones” que, por ahora denomino energéticas”, que está también a nuestra disposición –son también redes abiertas- y de las que apenas somos conscientes. Tenemos ya ejemplos de este tipo de conexiones en el ámbito médico. Pero yo quiero referirme a la “conexión” espiritual. Sí, hay posibilidad de conectar con el mundo del Espíritu, del Misterio santo –terrible y seductor-.
La conexión –sea del tipo que sea- nos libera del solipsismo, del enclaustramiento en nuestro yo, del narcisismo. Gracias a las conexiones nos descubrimos en el Todo, en un contexto que nos excede por todas partes. Entonces descubrimos que no todo depende de mí, que yo no domino todo y que cuando lo pretendo me empobrezco. ¡Qué distinto es descubrir el misterioso mundo en el que estoy inserto! A ello quiere contribuir esta reflexión.
Una extraña conexión triple
La perspectiva desde la que contemplo esta realidad es ciertamente demasiado pretenciosa: se trata de nada más y nada menos que de la “conexión” con las tres personas de la Santísima Trinidad.
En la novela de William Paul Young “La Cabaña” se nos presenta la historia de Mack, a quien –después de una terrible desgracia familiar- le es concedido conectar -en una misteriosa cabaña, escondida en la frondosidad de un bosque- con tres personajes muy especiales: Papá, Jesús y Sarayu. El encuentro con esta triple realidad misteriosa durante un fin de semana purifica y energiza a Mack convirtiéndolo en otra persona. El autor, en su lista de agradecimientos, concluye con este deseo: “que la permanente presencia de Papá, Jesús y Sarayu llene tu vacío interior de alegría indecible y plenitud de gloria”.
La verdad es que estos tres personajes muestran, así mismo, una admirable conexión entre ellos: “Me gusta cómo se tratan… No esperaba que Dios fuera así… Jesús no defendió ningún derecho. Se convirtió voluntariamente en servidor, y vive de su relación con Papá. Renunció a todo para que gracias a su vida dependiente, pudiese abrir la puerta que te permitirá vivir con suficiente libertad para renunciar a tus derecho”
¿No podemos nosotros –que creemos de verdad en ello- establecer tal tipo de conexión trinitaria que aquello que nos parece novelesco se convierta en realidad? Necesitamos osadía para establecer conexiones que en lugar de rompernos, nos dinamicen mucho más de lo que podemos imaginar. Ah, y no basta una conexión. Sólo en “lo triple” se encuentra la reanimación, la revitalización, la posibilidad mística.
Energía creadora
Hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios” (Gen 1,26), somos hijos del Abbá Creador. El Espíritu lo testifica constantemente en nosotros (Rom 8, 14-16). Descubrámonos a nosotros mismos insertos en esa corriente de vida: naciendo de Dios, siendo configurados a su imagen y semejanza, escuchando esa melodía del Espíritu que nos evoca constantemente nuestra identidad. Estamos constantemente naciendo -no de cualquier realidad limitada- sino de la Fuente de la que mana todo lo que existe; somos el resultado de una Creatividad sorprendente, de una potencia creadora omnipotente; y ¡además, “a su imagen y semejanza” Si somos hijos e hijas de esa realidad, si creemos de verdad en ello (¡Creo en Dios Padre-Madre todopoderoso!), ¿cómo no descubrir esa misma energía en nosotros? La alianza con nuestro Dios es impresionantemente energizadora y por eso se dice y con razón que “Dios crea creadores”.
Quienes mejor conocen los secretos de la naturaleza, de la física, del quantum, nos dicen que la energía generativa y autopoiética actúa ya en las partículas mínimas hasta producir procesos enormemente complejos. Quienes mejor conocen los secretos del ser humano (de su inteligencia, de su espíritu, de su cuerpo) saben cómo somos movidos por una incesante actividad espiritual y corporal que frecuentemente no sabemos de dónde viene y adónde va. Cuando confesamos “Creo en Dios Padre todopoderoso Creador” estamos reconociendo el fenómeno inexplicable de los efectos de la energía creadora.
Esta es la energía que reproduce la vida en nuestro planeta, que renueva la belleza que día a día nos seduce, sorprende y moviliza. Es la energía que nos hace descubrir en nosotros órganos espirituales nuevos, capacidades que nos parecían inexistentes.
La energía creadora del Abbá actúa en los seres humanos, en la exuberancia de la vegetación, en la perfección de la vida animal, en las relaciones que establecemos entre nosotros y con toda la realidad, en la historia que vamos tejiendo. ¿No somos hijos hijas del Abbá creador? Si estamos conectados vitalmente con Él, con su Misterio, ¿no llegará hasta nosotros -que hemos sido creados a su imagen y semejanza- esa energía creedora, generativa? “Multiplicaos y sed fecundos” (Gen 1,28) fue su mandato a nuestros primeros padres.
No somos hijos de Dios solo por un título que se nos concede en el bautismo, sino porque toda la creación gime por ello. Ni Dios es nuestro padre-madre solo en el inicio, desentendiéndose de la nosotros después: la relación de paternidad-maternidad y filiación es permanente. Es conexión ininterrumpida.
Por eso, te pregunto: Abbá, ¿qué posibilidades creadoras hay en mí que todavía no he podido desarrollar? ¿qué tipo de paternidad o maternidad nos concedes para que podamos ejercerla como Tú? ¿Qué podemos soñar, diseñar y realizar para ser más semejantes a tu naturaleza materno-paterna, creadora? ¿Cómo vivir conectados con el Todo para todo tenga su eco en nosotros?
Energía redentora y taumatúrgica
“Sois cuerpo de Cristo y miembros de su cuerpo, cada uno por su parte” (1 Cor 12,27). Esta afirmación tan rotunda de Pablo nos lleva a pensar: si somos miembros de un cuerpo Resucitado, ¿no se hará presente y actuante en nosotros la energía de vida que procede de ese cuerpo? Si del Jesús histórico brotaba una energía que los curaba a todos, ¿qué energía redentora y taumatúrgica no manará de su Cuerpo resucitado sobre quienes somos sus miembros? Por eso, quien “come la carne y bebe la sangre del Hijo del Hombre tiene vida eterna”.
No somos capaces de imaginar lo que el Señor resucitado puede hacer a través de sus miembros. Ni tampoco de qué nos privamos cuando nos hacemos miembros de otro cuerpo, de idolatría. ¿Cuántos enfermos no podrían ser curados al simple contacto con un miembro de Cristo, si la hemorroisa lo consiguió apenas tocando la orla de su manto? ¿Resulta extraño que la misma sombra de Pedro trajera la curación (Hech 5,15)?
Por eso, te pregunto: Jesús, ¿quiere esto decir, que conectados contigo, incorporados a tu Cuerpo, “haremos obras mayores que las tuyas”? ¿que todas tus energías redentoras y transformadoras pueden divinizar nuestras actividades y pasividades (como decía Theilhard de Chardin? Tú, Jesús resucitado eres más íntimo a nosotros, que nosotros mismos. Eres nuestro mediador y nos pones en comunión unos con otros. ¡Cuanto mas unidos entre nosotros, más unidos contigo! ¡Cuánto más unidos contigo, más unidos entre nosotros!
Energía espiritual
La energía del Amor ha sido derramada en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5). El Amor es la energía espiritual por excelencia que nos une, nos hace tener un solo corazón, una sola alma, todo en común. La Santa Ruah es la energía que crea solidaridad, reconciliación, que construye y mantiene la Gran Alianza.
La energía espiritual se transmite o puede transmitir a través de cualquier realidad de nuestro mundo. Ella manifiesta el poder del Espíritu que lleva todo a plenitud, a conclusión. A través de la energía espiritual continúa el proceso creador, Cristo va siendo todo en todos, el Espíritu llena la faz de la tierra y actúa en todos los corazones.
Quien conecta con la energía espiritual es llevado hacia el Misterio, hacia la experiencia mística: “lo que nunca el ojo humano vio, ni el oído oyó, ni la mente humano pudo imaginar” (1 Cor 2, 9), tal vez, “el tercer cielo” (2 Cor 12,2). La energía espiritual nos hace entrar en procesos insospechados y nos potencia durante ellos, hasta culminar en el Misterio inimaginable. El proceso está lleno de peligros y tentaciones; pero la energía espiritual habilita para superar toda adversidad.
La energía espiritual humaniza y diviniza al mundo, a la humanidad, a cada comunidad y a cada persona.
Santa Ruah, eres el Amor del Abbá y de Jesús derramado en todos los corazones, en la humanidad, en la naturaleza. Estás en lo más íntimo de toda la realidad. ¡Qué difícil nos resulta, sin embargo, detectar tu presencia, tu poderosa acción, tu misteriosa e infalible misión! Santa Ruah, tú eres el Aire que nos hace respirar, la causa de todas nuestras alegrías, la Sorpresa de todas nuestras sorpresas, la Belleza que permanentemente se asoma y se expresa de mil formas embelleciéndolo todo. Tú eres el Espíritu que lucha y vence a los malos espíritus que nos rodean y atacan. Tú eres, Santa Ruah, quien nos hace imagen y semejanza del Abbá, Cuerpo de Cristo, tu santuario viviente. Tú tienes la misión trinitaria de llevarlo todo a cabo, de ir creando conclusiones, de rematar obras, de hacer emerger a bondad, la belleza, la verdad. Tú eres la Santa Ruah que santifica, que nos vuelve seres transparentes, luminosos, poco a poco habitantes de un nuevo mundo que no somos capases de entender. Es a tí, Santa Ruah, a quien irá dirigido nuestro último suspiro. Eres Tú, quien nos acogerá y llevará ante el Abbá y Jesús. Eres Tú, Santa Ruah, quien nos purificará, recreará, santificará.
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En la novela “La Cabaña” Mack escucha a Jesús decirle que los Tres están sometidos el uno al otro, no por autoridad ni por obediencia, sino “por una relación de amor y respeto” y añadir: “Así estamos sometidos a ustedes (los seres humanos) de la misma manera”. Mack se sorprende y le pregunta a Jesús: “¿Porqué puede querer el Dios del universo someterse a mí? La respuesta de Jesús es muy elocuente: “Porque queremos que tú te unas a nosotros, entres en nuestro círculo de relación. No quiero esclavos de mi voluntad; quiero hermanos y hermanas que compartan la vida conmigo”.
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