He invitado a mi hermano Antonio a incluir en mi página web un breve artículo que acaba de publicar en un documento de la Fundación FIDE. Ha accedido. Nos habla del efecto del virus invisible del COVID-19, pero también de otra reacción: no solo la autodefensa, sino la gran solidaridad defensiva que esta situación ha suscitado. Esta reflexión me hace pensar, desde otra perspectiva, en la “Ecología del Espíritu”. Leamos de su reflexión.
Las vemos avanzar lentamente sobre la tierra, exponiendo apenas sus patas, su cuello y su cabeza. Las tortugas se nos presentan como animales blindados, protegidos por un caparazón inmune a los golpes y las agresiones. Ante cualquier sospecha de golpe o agresión ocultan en su caparazón las extremidades que les ponen en contacto con el exterior. Solo piensan en defenderse, en autoprotegerse, en salir indemnes de situaciones peligrosas. No se las ve reuniéndose entre ellas, agolpándose para lograr una defensa común, y mucho menos para desplegar una caricia sobre las crías más pequeñas o las adultas más torpes e indefensas. Su inteligencia en casos de riesgo se reduce a la percepción del peligro y a la reacción de autoprotección.
Pueden recordar en cierto modo a una sociedad que se enrosca sobre sí misma ante una situación de peligro, insensible a su entorno, a la espera de que capee el temporal y desaparezca el peligro.
Pero no es así como está reaccionando la sociedad española ante la pandemia del COVID-19. La gente, las personas, las familias se han recogido en sus casas para protegerse ante la expansión del virus, pero ellos no son toda la sociedad. Si el virus es invisible, también es invisible ese batallón de personas que cuidan de los enfermos, que mantienen en funcionamiento los hospitales, que sostienen el sistema de transportes, que velan por la paz y la seguridad en el territorio, que siguen abasteciendo los supermercados y las farmacias, que continúan acudiendo al trabajo para mantener viva una sociedad que les necesita. A la fuerza invisible del virus se une la fuerza invisible de la solidaridad.
Nuestra sociedad no está protegida por un caparazón insensible, sino por una atmósfera de amor, de solidaridad, de responsabilidad, que permite emitir y sentir esas caricias invisibles (pero no insensibles) que son el recuerdo de los más vulnerables, el aplauso en reconocimiento de los más entregados, la estrategia intrafamiliar para sobrellevar la clausura de los días de aislamiento social.
Se ha hablado mucho del binomio crisis-oportunidad. Y no cabe duda de que esta crisis sanitaria nos está brindado la oportunidad de descubrir lo más hondo del ser humano: la toma de conciencia de la gran comunidad humana, de la gran fraternidad, de la preocupación y cuidado por el otro, de la igualdad ante la enfermedad y la muerte, de la compasión ante la situación de los más vulnerables. Las informaciones sobre los acontecimientos, la reflexión sobre lo que pasa, la inteligencia con la que analizamos y proyectamos los datos recibidos, no es una inteligencia seca y dura sino que se metamorfosea en sentimiento. Ahora más que nunca caemos en la cuenta de la idea zubiriniana de la “inteligencia sentiente”. Nuestro conocimiento se trasmuta en sentimiento, en impulso de solidaridad, de empatía, de compasión, de colaboración ante situación de afección general. Es la gran caricia humana, invisible pero real, que nos rodea con su escudo protector. De eso es capaz esa naturaleza humana que tantas veces nos sorprende con lo peor y con lo mejor.
Pero esa actitud no es un mero efecto automático de nuestra mente. A la tendencia natural a la conservación a la especie, hay que unir el esfuerzo noético y psicológico de trabajar constantemente por la solidaridad y el altruismo. La actual crisis nos está haciendo caer en la cuenta de la necesidad de mantener ciertos valores que tal vez teníamos olvidados como sociedad. La humanidad se tiene que “humanizar”. Este esfuerzo actual por conseguir para todos el mejor estado de salud y de protección frente al virus tiene que llevar a la conclusión de que hay otras muchas áreas de la vida humana que también requieren de ese esfuerzo común y de esa participación común. Hay que luchar contra las desigualdades. De la misma manera que ahora buscamos la igualdad en la salud, debemos afrontar el reto de seguir luchando por la justicia y la paz común una vez vencido el coronavirus.
Antonio García Paredes
PD: La imagen que he escogido pertenece al departamento “American Indian Studies” de la Universidad de Minnesota. La tortuga representa a Norte-América como Isla-Tortuga, como un ser viviente. La tortuga representaba para los pueblos nativos la fuerza espiritual femenina; y para otros el espíritu que busca las cosas perdida. El libro representa el conocimiento humano y la conexión con el todo. Las dos figuras son expresión del conocimiento femenino y masculino que sanan. Las águilas representan nuestra conexión con el Creador.
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