El Sínodo sobre la Familia necesita una especial luz. Puede convertirse en una mera repetición de lo siempre dicho. Puede ser un “kairós”, un momento de discernimiento y lucidez, protagonizado por el Espíritu Santo, que ofrezca caminos, procesos, salidas a las dificultades. Un sínodo ha de ser no una plataforma de pensamiento único, no una sede donde cada uno va a sentar cátedra, sino un espacio de aprendizaje, de desposeimiento de uno mismo y de las propias ideas, para descubrir “lo que el Espíritu le dice a las Iglesias”. No hay que ir al Sínodo como guerreros, sino como alumnos y alumnas del Espíritu, de la Palabra, como intérpretes posibles de un lenguaje mundial, que no acabamos de comprender.
El Sínodo no ha de ser un campo de batalla, una fortaleza donde se defiende lo siempre dicho. El Sínodo sobre la Familia requiere de todos los que en él participen una actitud humilde…. Quien no la tenga, sería mejor que renunciase a participar.
El magisterio posconciliar de la Iglesia ha abordado el tema de la familia y ha mostrado interesantes progresos en él. San Juan Pablo II dedicó a la familia importantes escritos: la encíclica “Evangelium Vitae” (25 marzo 1995), la exhortación apostólica “Familiaris Consortio” (22 noviembre 1981), “Carta a las Familias” (2 febrero 1994). También los obispos de los EEUU escribieron una interesantísima declaración titulada “Follow the way of love” (“Seguid el camino del amor”, con motivo del año de la Familia, declarado por la ONU, 1994). Es verdad que el magisterio de la Iglesia tiende a presentar una cierta idealización de la familia: se centra en la familia nuclear y probablemente pocas familias pueden verse reflejadas en la imagen ideal que el magisterio oficial ofrece.
La familia debe ser entendida como un largo proceso que dura toda la vida: un proceso de conversión, debilidad, pecado, reincidencia, maduración personal que asume el pecado, la falta, el perdón, la reconciliación.
En este sentido, la declaración de los Obispos norteamericanos ofrece recomendaciones mucho más cercanas a la realidad de las familias.
Pero queda por hacerse toda una reflexión sobre la familia como Iglesia doméstica, lugar ecuménico, espacio donde el Espíritu actúa más por la transmisión del amor que de un pensamiento único. La eclesiología ha de incluir más en serio dentro de su propio esquema la Iglesia doméstica.
Con todo, hay una pregunta pendiente: ¿se identifica la Iglesia doméstica con la familia cristiana sin más? El verdadero fundamento de la Iglesia doméstica ¿es el sacramento del matrimonio o el sacramento del bautismo? El bautismo confiere a los cristianos adultos la potestad de educar a sus hijos, de evangelizar a los niños que tienen bajo su cuidado. Cada bautizado tiene una historia que contar, enlazada de gracia, de pecado y de perdón.
Probablemente tendríamos que abogar por una ampliación y extensión del concepto de hogar o familia (madres no casadas, abandonadas, niños educados por los abuelos o que viven en hogares monoparentales).
La familia, a pesar de sus imperfecciones o límites, o sus diversas configuraciones, es la célula fundamental de la Iglesia. Necesita un status eclesial peculiar: “donde dos o tres estáis reunidos en mi nombre. La familia es un lugar ecuménico, abierto al otro, al diferente. La familia cristiana funciona como un sacramento, un “sacramento básico”. La familia es un acontecimiento católico de apertura al otro y acogida del otro tal como es. La dinámica de la familia se vuelve icono de lo que es y debe ser la Iglesia. Las familias son escuelas de caridad.
El tema me resulta apasionante. Poco a poco iré presentando aquí algunos textos -en esta perspectiva- extraídos de mi libro “Lo que Dios ha unido: teología de la vida matrimonial y familiar”.
Impactos: 4442
Sin duda el tema, o mejor, los temas, son apasionantes, más viviéndolos en primera persona. En nuestra experiencia, la iglesia doméstica familiar ha surgido de una fuerte vocación matrimonial, que ha tenido sus lejanas raíces en el bautizo: este ha sido nuestro camino, el camino que estaba preparado para nosotros (para mi y para Conchi), pero estoy convencido de que no es el único, no puede serlo. Los hombres y las mujeres hemos sido creados y formados cada uno con nuestra específica unicidad: sería absurdo pensar que sólo hay un único camino igual para todos.
Debe existir un camino de evangelización dirigido a todos los tipos de familias con las que vivimos, codo con codo, puerta con puerta, en nuestros días. Lo vemos en nuestras casas, en los colegios donde estudian nuestras hijas, lo hemos vivido y padecido en las separaciones de nuestros amigos, lo vemos en las parejas de amigos homosexuales que deciden comprometerse para vivir juntos: esto es nuestro mundo, y a este mundo hay que llevar el Evangelio, la buena nueva. En este sentido el ecumenismo, el saber que todos estamos llamados a vivir bajo el mismo techo, tiene que jugar un papel decisivo. Y ecumenismo significa apertura, escucha, respeto, afecto; en definitiva estar abiertos al amor, venga de donde venga.
Lo dicho, temas apasionantes y habría muchos más para sacar y poner sobre la mesa: ¡quizás lo hagamos pronto!
Muchas gracias hermano por tu gran aporte.
que es un sinodo