Han sido días de euforia colectiva aquí en España. Las victorias deportivas nos han hecho entrar en un mundo de fantasía: ese hombre joven que mete un gol, que consigue hacer entrar una bola de tenis, que supera en unos segundos o minutos a quien llega detrás en la carrera suben los decibelios nacionales. Los partidos políticos dicen que se han renovado: es la hora en que mujeres jóvenes toman el relevo de otros jóvenes. Hoy se valora lo juvenil, lo apenas estrenado. Se pone en manos de la juventud la esperanza, el futuro, la innovación. ¡Podemos! es la expresión que se repite de una u otra forma.
Es cierto que hoy descubrimos en la juventud valores y posibilidades que hasta ahora ni imaginábamos. Hay un sector joven que nos está sorprendiendo. ¡No solo en el ámbito del deporte! ¡También en el ámbito científico, empresarial, artístico! Y a ello no se llega sin ascesis, sin vivir enormemente centrados en la vida, apasionados por grandes ideales. Yo también me pregunto si estará emergiendo en la Iglesia, en las religiones, una juventud creadora, innovadora, capaz de romper moldes y alcanzar metas hasta ahora inalcanzables. ¡Tiene que ser posible! ¡Tiene que aparecer donde menos nos sospechamos! El Espíritu siempre actúa a través de las nuevas generaciones.
Pero hay otra juverntud que, por las razones que sean, no dispone del clima educativo que propicie el desarrollo de sus mejores cualidades. Hay una generación a la que todo le va saliendo a pedir de boca. Sus padres, revolucionarios de otros tiempo, les educaron la libertad, les dieron lo que a ellos les fue negado, permitieron como normal, lo que en otros tiempos estaba fuera de norma. Surge ahí una nueva sensibilidad moral, una escala de valores diferentes.
Quienes quieren captar a la juventud desde la euforia y su levedad, renuncian a ser entrenadores exigentes, maestros serios en el arte de vivir. Crean climas educativos discriminatorios, superficiales; enseñan a ganar y a los ganadores los engalanan con mil alabanzas, pero a los perdedores los abandonan. Es entonces cuandose discrimina lo feo ante lo bello, lo maloliente ante lo perfumado, lo enfermo ante lo sano, lo que resulta pesado ante lo leve.
Duelen los frecuentes divorcios y las inconsistentes las alianzas. Pero en esta vida hay que aprender el arte de la resistencia, saber aguantar las noches oscuras, los pasos del desierto. También nuestros admirados campeones han pasado por etapas de humillación, de impotencia, de limitación. Pero su resistencia ha dado resultado y al final ha florecido el esfuerzo.
Me parece muy bien que el Estado quiera resolver problemas de los ciudadanos. Coincido con aquellos políticos que no quieren dejar pudrirse los problemas. Aborto, eutanasia o “muerte digna”, laicización del Estado, atención a las autonomías y a sus lenguas, expresan un deseo de resolver problemas que habitan los corazones de nuestros conciudadanos… Son cuestiones tan serias que sus soluciones no se deberían dilatar en el tiempo. No me parece sana aquella política que dice que éstos no son los problemas prioritarios, los problemas de la gente de la calle. ¡Sí son problemas y muy serios! Pero tampoco me convence que estas cuestiones se aborden a la ligera, desde la veleidad de quien quiera aparecer comprensivo, liberal y se fija más en la imagen que da que en la seriedad de sus soluciones.
Los políticos y políticas de nueva generación también estàn ligados a la fidelidad a la historia y la esperanza en el futuro. No hay fidelidad allí donde se pierde la memoria. Donde no hay memoria, se opta por la continua innovación. No hay fidelidad allí donde no hay esperanzas últimas. Donde no se espera de verdad, se vive de expectativas fugaces, que se suceden unas a otras para entretener. Relaciones sexuales responsablemente mantenidas y adecuadamente controladas evitan el recurso vergonzoso al aborto. ¿Cómo no impedir muertes allí donde la vida nace? El sexo está descubriendo sus enormes posibilidades de vitalizar el mundo y de potenciar las relaciones interpersonales, pero también tiene sus límites. El sexo no lo puede todo. No es un dios, sino una sublime mediación que puede llevar a Dios, pero también puede enloquecer y destruir.
“Muerte digna” la llaman. Y está muy bien el que queramos favorecer la muerte digna. En otros tiempos se habla del “ars moriendi”. Aprender a morir es un arte. No debe ser objetivo de la sociedad prolongar la vida biológica, si al mismo tiempo no pone todos los recursos para hacer de esa longevidad un espacio para la dignidad de la persona. ¿Qué hacer en los casos más horribles, de una vida que resulta inaguantable? Creo que entonces la sociedad y las religiones deberían ponerse a dialogar y a encontrar las soluciones que de seguro el Espíritu está hoy inspirando.
El deporte, la política nos demuestra que donde hay juventud hay esperanza. También ha de ocurrir eso mismo dentro de la fe. También hay, debe haber nuevos records en mística, en sensibilidad religiosa y proféticas, también debe haber, en nuestra vieja Europa, pero también en cualquier parte del mundo, de la Iglesia un renacer de la santidad, que le de a la euforia la densidad que necesita. La euforia se convertirá entonces en ESPERANZA.
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