La comunidad cristiana y religiosa nace cuando todos nos encontramos “bajo la cruz de Cristo”. Allí y sólo allí se produce una insospechada revelación. Descubrimos que:
Jesús murió “por todos nosotros”, porque todos somos pecadores
- Bajo la cruz nadie puede vanagloriarse; nadie puede autojustificarse; nadie puede pretender imponerse a los demás, como mejor, como menos necesitado.
- Bajo la cruz todos nos sentimos culpables, cómplices, pecadores; nos presentamos con las manos vacías, el peso de nuestro pecado y el vacío de nuestro corazón.
- Las diferencias entre los miembros de la comunidad parecen ridículas ante esa elemental y trágica coincidencia de todos en el pecado.
- Bajo la cruz todos estamos hermanados en la pobreza, en la prisión de nuestro común pecado.
Jesús nos liberó y nos congregó en comunidad y nos concedió el don de la comunión mutua
- Bajo la cruz todos solidariamente experimentamos la salvación, la libertad, el consuelo.
- Todos nos sentimos agraciados para formar parte de la familia escatológica de Dios, amigados desde un mismo Espíritu que el Crucificado envía sobre nosotros.
¡No tiene sentido continuar divididos, oponernos mutuamente, devorarnos unos a otros!
La contemplación de la amargura y de la muerte de Jesús descongela nuestras relaciones hostiles y le da razón a Cristo.
Bajo la cruz, “¿cómo podríamos permanecer cerrados frente al `corazón abierto de Cristo’?”[1]. La proximidad a la cruz de Cristo nos aproxima entre nosotros.
La comunión en las cosas negativas
La cruz nos manifiesta que en todos nosotros subyace una pobreza común, un sufrimiento común, un pecado común.
- El reconocimiento y la confesión de esta realidad es el primer paso para que nazca la comunidad. Es lo que Jürgen Moltmann y antes D. Bonhoeffer dieron en llamar “comunión en las cosas negativas”, comunidad desde el pecado[2].
- Los pobres, los necesitados suelen ser mucho más solidarios que los ricos; los perseguidos y torturados suelen estar muy prontos para la ayuda mutua. En todo caso, la comunión en las cosas negativas, precede a la comunión en las positivas.
- La verdadera comunidad cristiana nace de la puesta en común de nuestra pobreza, de nuestro sufrimiento, de nuestros pecados. El pecado oculto, la pobreza disimulada, el sufrimiento no revelado, separan de la comunidad. El mal enerva la soledad:
“El pecado quiere estar a solas con el hombre. Lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él; tanto más asfixiantes sus redes, tanto más desesperada la soledad. El pecado quiere pasar desapercibido; rehuye la luz. Se encuentra a gusto en la penumbra de las cosas secretas, donde envenena todo el ser»[3].
D. Bonhoeffer, Vida en comunidad,
El pecado es desenmascarado
Pero cuando, los miembros de la comunidad se sitúan “bajo la cruz de Cristo”, el pecado queda desenmascarado:
- tiene forzosamente que salir a la luz,
- manifiesta su rostro deforme sin ningún tipo de máscaras;
- la verdad del Crucificado lo destruye.
- Por eso, al compartir el pan del propio sufrimiento, del propio pecado, los miembros de la comunidad hacen que ésta nazca.
En una comunidad bajo la cruz el pecado está siempre denunciado, pero por el Señor, no por los hermanos.
- La cruz proclama simultáneamente el perdón de los pecados y la victoria de la misericordia sobre la ofensa.
- Por eso, en la comunidad religiosa, que se sitúa bajo la cruz, se desenmascara el fariseismo y la hipocresía, cualquier tipo de autojustificación; pero también la inmisericordia con el hermano, las actitudes de venganza o de justicia conmutativa.
Nace la comunidad bajo la cruz, cuando estamos dispuestos a confesar nuestro pecado, a compartir nuestro sufrimiento, a poner en común nuestra pobreza. Es decir, cuando vencemos la terrible vergüenza pública se ponen los cimientos más sólidos de la comunidad.
A partir de aquí, hay que construir posteriormente la comunidad desde la comunión en lo positivo.
[1] Cf. Moltmann, J., “Ecumenismo bajo la cruz”, en Teología de la cruz, ed. Sígueme, Salamanca, 1979, p. 166.
[2] Cf. Moltmann, a. c., p 172; D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Ed. Sígueme, Salamanca, 1982, pp. 91-98.
[3] Bonhoeffer, D., o. c., p. 91.
Impactos: 645