13 agosto
Nadie aquí en la tierra puede ver a Dios… porque es un Dios escondido, un Dios discreto. La liturgia de este domingo aborda este tema en tres momentos: 1) Aparición en la brisa tenue; 2) Pablo como un nuevo Elías; 3) la manifestación divina en Jesús.
Aparición en la brisa tenue
El profeta Elías era un profeta espectacular: él solo se hizo creíble ante el pueblo de Israel, dejando en ridículo a los sacerdotes del dios Baal. Elías era un profeta que daba testimonio -con pronunciamientos claros y públicos- del verdadero Dios. Además, perseguía y hasta hacía caer a espada a quienes lo negaran.
Después de no pocos conflictos, Elías se dirigió al monte santo, aquel en el que Dios se manifestó a Moisés. Pasó la noche en una cueva. Se le comunico que Dios iba a pasar delante de él. Creyó que Dios llegaría en el huracán violento “que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas”, ¡pero Dios no estaba allí! Luego llegó un terremoto… después… fuego. Dios no estaba allí. Finalmente “se oyó una brisa tenue”. Al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto. ¡Era Dios!
Pablo como un nuevo Elías
Como el profeta Elías, san Pablo amaba apasionadamente a su pueblo. Por eso, al ver que no se convertía a Jesús sentía una gran pena y un dolor incesante. Pablo reconocía todos los valores de su pueblo (el templo, la alianza, las promesas, e incluso que el Mesías nació en él), y, sin embargo, este pueblo de Dios rechazaba a Dios.
Al final, no le queda más remedio que resignarse y esperar.
La manifestación divina en Jesús
En el evangelio nos encontramos con otro escenario. A los apóstoles les hubiera encantado ser testigos de una llegada espectacular del Reino de Dios: la multiplicación de los panes y los peces podría considerarse así.
Pero Jesús no respondió a las expectativas de sus discípulos. Aunque la multiplicación de los panes y los peces fue espectacular, Jesús rechazó cualquier homenaje, e incluso los deseos de proclamarlo Rey. Despidió a la gente. Apremió a sus discípulos para que navegaran hacia la otra orilla. Y él, humilde y discreto, se quedó solo y subió a la montaña, pasando la noche en oración.
Durante la travesía el mar se enardeció y en medio de las olas los discípulos se sentían abandonados y en peligro de muerte. Jesús apareció sereno sobre las olas. Los discípulos creían que era un fantasma. Pedro lo reconoció y le pidió ir hacia él caminando sobre las olas; al arreciar el viento temió y comenzó a hundirse. Jesús le dio la mano y le recriminó su falta de fe.
En la vida cristiana estamos viviendo un momento único: como Pedro estamos llamados a caminar sobre las aguas. No podemos seguir sentados, sin sentido, aburridos en nuestra barca. Jesús nos invita a salir, a arriesgarnos y caminar sobre las olas. Si obedecemos y ponemos nuestros pies en el agua, lo que parecía imposible se hará realidad. Pero, tras los primeros pasos, el viento arrecia. La vida cristiana siente que se va a hundir. Grita al Señor. El Señor le pide fe, confianza absoluta, esperanza. Ahí están las manos que la salvarán.
La creatividad es un salto en el vacío: es la posibilidad de lo aparentemente imposible. Dar el salto al ámbito de la creatividad es la salvación para nosotros y para nuestras hermanas y hermanos. En el momento creador el tiempo se vuelve fecundo. El “sentido” nos visita. El entusiasmo se torna creciente. Entonces merece la pena vivir y morir.
Conclusión
Encontramos a Dios -como Elías- en la brisa suave. Encontramos a Jesús cuando el mar está embravecido y anhelamos una prueba de que es Él -como Pedro-. Cuando dudamos, nos hundimos. Pero la mano de Jesús nos salvará.
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