La liturgia eucarística de este día (martes santo, 7 de abril 2020) nos invita a imaginarnos el estado psicológico de Jesús en su última Cena con sus discípulos. Se trataba de la “cena de la despedida”. Este momento culminante en la vida de Jesús es descrito por el evangelista del cuarto evangelio como “profunda conmoción”. Solo el Espíritu Santo hará posible que cada uno de nosotros sea capaz de entrar en escena para sentir, comprender lo que allí aconteció y que también “hoy” puede acontecer.
En profunda conmoción: ¡Uno de vosotros me va a traicionar!
Se inicia la escena con una conmovedora indicación de Jesús:
“¡uno de vosotros me va a traicionar!”.
Se genera el desasosiego.
- El discípulo amado le pide a Jesús una señal de reconocimiento.
- La señal ofrecida por Jesús es todo lo contrario a una denuncia; Jesús realiza un gesto de predilección: le ofrece al traidor un trozo de pan untado en la salsa (¡algo que realizaban los comensales con la persona amada o más familiar!). De este modo, Jesús dejó a todos despistados respecto a quién sería el traidor.
- El pan del amor fue recibido por Judas de tal modo que para él se convirtió en pan diabólico: entró en él Satanás: ¡posesión diabólica! y, movido por esa fuerza maléfica salió inmediatamente del Cenáculo para llevar a cabo el plan de traicionar y entregar a Jesús a sus enemigos.
- Esta especie de exorcismo sobre el Cenáculo tuvo un efecto inmediato. ¡Todo se volvió luminoso! Jesús les hace ver a sus comensales que ahora sí se va a manifestar la Gloria de Dios en él, “el Hijo del hombre”: ¡expresión repetida dos veces por Jesús!. Y esa glorificación acontecerá -dice Jesús- a través de un éxodo. ¡Jesús marchará solo, por ahora! Más tarde le seguirán sus discípulos: “Adonde yo voy no podéis venir vosotros, por ahora”.
- Pedro comienza a entender. Quiere seguir a Jesús, dar su vida por Él. Jesús le replica que no es Él quien necesita la vida de Pedro, sino que es Pedro quien necesita la vida de Jesús.
La sombra de Judas y la pretensión imposible de Pedro
Adentrémonos también nosotros en el ambiente dramático y conmovedor del Cenáculo. Imaginemos el lugar que ocupamos, respecto a Jesús. ¿Seré yo, tal vez, aquel a quien Jesús señala como “traidor”? Nuestra debilidad hace plausible esa pregunta interior: ¿Seré yo acaso…?
Pero estamos convencidos que Jesús, nuestro Maestro, Señor y Hermano y Amigo hará todo lo posible para reconquistarnos: Él agotará sus recursos de donación y entrega, como hizo con Judas.
El pan y el vino eucarísticos son un regalo de Jesús que tenemos al alcance de la mano. Su Palabra, pan de vida, es también el recurso siempre al alcance. Decía Orígenes:
“¡Has creído en la Palabra… ya has comulgado!”.
Pero, como nos advierte también Pablo en 1 Cor 11,28:
“discierna cada uno cómo come del pan y bebe de la copa”.
La comunión puede ser para mí “pan de ángeles”. Pero cuando soy un traidor a mi fe, lo convierto en “pan diabólico”: entra en mí Satanás.
No pactemos con el mundo diabólico. Introduzcámonos en el mundo de la luz eucarística, donde Dios manifiesta su gloria en el Hijo del hombre, que nos da a comer su cuerpo y a beber su sangre. Lo importante no es que nosotros demos nuestra vida por Jesús sino que acojamos, ante todo, la vida que Jesús nos da. Nosotros no somos los redentores, sino los redimidos.
La Eucaristía, más allá de las formas externas
En el estado de excepción en el que estamos, muchos se preguntarán: ¿porqué no podemos comulgar? Hoy muchos cenáculos están cerrados. Y es el momento de la “Eucaristía en las casas”, en “las iglesias domésticas”, cenáculos esparcidos por toda la geografía de nuestro planet. También en ellas puede brillar la luz del Cenáculo de Jerusalén. Quizá como, en el Cenáculo del cuarto Evangelio, no se hable de Cena de los dones de pan y vino, pero sí de Cena del Lavatorio de los pies y del discurrir de la Palabra.
Más allá de las formas externas, lo importante en la Eucaristía es descubrir cómo Dios Abbá manifiesta su Gloria y cómo ésta se refleja en el Hijo del hombre, en Jesús. Es de una belleza infinita el gesto eucarístico de la entrega de los dones, convertidos en el cuerpo y la sangre del Hijo del hombre por obra del Espíritu Santo -que desciende sobre los dones para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesús-. Tras el descenso del Espíritu los dones son “el pan de vida” y “la bebida de la salvación”. ¿Qué más puede desear el ser humano?
Si viviéramos así la Eucaristía, ¡qué experiencia tan sublime nos sería dada! Pero no olvidemos que la Palabra de la Vida es también “pan bajado del cielo”. ¡Comulguemos la Palabra, que es como una espada de doble filo que penetra hasta lo más profundo de nuestro ser! Y comulguemos “lavándonos los pies unos a otros”, como el Maestro hizo con los discípulos.
Celebremos en estos días la Eucaristía centrados de verdad en Jesús. Que nada ni nadie nos distraiga de ese “centro” desde el cual se irradia sobre nosotros su Presencia. Comulguemos a quien nos salva. No nos dejemos llevar por la tentación de “Judas el endiablado” o de “Pedro el pretencioso..
Súplica
Gracias, muchísimas gracias, Jesús, porque no reparas en gastos, porque haces todo lo posible para salvarnos de la caída y para que no nos perdamos. Envíanos tu Espíritu para que no caigamos en la ceguera de despreciar tus dones: tu Palabra, tu pan de vida y tu cáliz de salvación. Haz que entremos en comunión contigo y quedemos inundados por tu Gloria.
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