Las desigualdades en la humanidad -patentes en nuestro tiempo ¡más que nunca!- nos muestran a grupos y personas que van acaparando lo que ha sido dado para todos por el Creador: la globalización del mercado acaparador, las mafias, la pornocracia… Por otra parte, la desigualdades se hacen patentes en el otro lado de la humanidad: los desposeídos, quienes apenas tienen para subsistir, quienes mueren precozmente porque están expuestos a cualquier epidemia. En medio, descubrimos un inmenso grupo de seres humanos, que sueñan con “otro mundo posible” y se comprometen en proyectos de generosidad y entrega. Son como un antivirus de bondad, que sueñan con la superación de cualquier desigualdad entre las hijas e hijos de Dios, los seres humanos. Hoy, Miércoles Santo (8 de abril de 2020) el Evangelio de la Eucaristía nos presenta los dos paradigmas: el de la avaricia -tipificado en Judas- y el de la generosidad extrema -tipificado en Jesús-. ¿De parte de quién estamos nosotros?
¿Acaso soy yo?
Antes de la última Cena Judas tenía todo atado y bien atado. Tramaba cómo hacerlo. Esperaba la oportunidad. No se trataba de un arrebato pasajero, sino de un plan bien diseñado, frío, inmisericorde. No le atacaba el remordimiento. Judas -poseído por el vicio de la avaricia- concertó con los jefes de los sacerdotes la entrega de Jesús por treinta monedas de plata. Uno descubre también aquí qué homicida es la “avaricia” so capa de sacralidad, de santidad: la de los Sumos Sacerdotes!
En la última Cena, Judas no comulgó el cuerpo de su Señor. Su sentimiento no era “unirse a su Señor”, sino “alejarlo”, “venderlo”… le interesaba más el dinero que obtendría. Cuando Jesús celebró su Eucaristía en el Cenáculo, no solo puso sobre su Mesa el Pan partido y la Copa de vino derramado, también puso sobre la mesa, la Traición -¡lo más anti-eucarístico que podamos pensar!- Y esto les hizo pensar a todos. Todos se inquietaron hasta plantearse la pregunta:
“Señor, ¿acaso soy yo?
Cuando le llega el turno a Judas, Jesús lo ratifica. A nosotros, que tan frecuentemente comulgamos, nos llega también la pregunta de los discípulos y quién sabe si también la respuesta de Jesús. Quien es un ladrón, quien traiciona a sus hermanos o hermanas, quien en lugar de dar su vida, se la quita a otros, ¡no comulga! ¡sino que traiciona! ¿Acaso soy yo?.
Coexisten en nosotros el bien y el mal
Estamos acostumbrados a distinguir entre discípulos buenos y malos. Sin embargo, la bondad y la maldad pueden cohabitar en cada uno de nosotros. El prototipo de “Judas” puede emerger en nosotros cuando menos lo pensamos. Nada extraño que cada uno de los discípulos creyera que el anuncio de la traición iba por él. Nos llena de tristeza el descubrir hasta dónde puede llegar nuestra incoherencia, nuestro pecado, nuestra traición. ¡Qué poco seguros podemos estar de nosotros mismos! La tristeza nos lleva a pedirle ayuda a Jesús y a suplicar al Abbá: ¡No nos dejes caer en la tentación! La caída sería terrible: ¡más nos valdría no haber nacido! Seamos conscientes de nuestra debilidad, pero abrámonos también a Jesús porque sólo él tiene el poder para sacarnos de nuestro egoísmo y ambición y convertirnos en regalo y don.
La comunidad de Jesús -de la que nos sentimos parte- está formada por gente humilde; por personas que no presumen de santidad, aunque todos los días se encuentren con el Santo. No dicen como el fariseo: “Yo no soy como los demás”. “Yo enseño a los demás”. Aquí la figura del Simón Pedro de las tres negaciones, se une -desde otra perspectiva- a la de Judas. “¡Qué lástima que los demás no sean como yo”. “Yo sí que me comprometo. Pero, mira a esos “otros”: cada uno a su bola”. La comunidad que aprende de Jesús es la comunidad de quienes se entregan y no se aprovechan de los demás ni los despojan. La avaricia y la soberbia nos acechan como una idolatría asesina.
La figura de Judas es una permanente advertencia para la comunidad cristiana y cada uno de nosotros. También la sombra del Pedro “yo daré mi vida por Tí” nos invita a ser mucho más humildes. Mostrémonos anti-Judas en este día. Seamos generosos con nuestro entorno, nuestra familia o comunidad, o con alguna persona en la que -dentro de nuestro confinamiento- pensamos. Y no traicionemos a nadie. ¿Cómo dices que comulgas a Jesús, si devoras a tus hermanos? (José María Viñas, cmf).
Súplica
Jesús, me martillea la pregunta “¿acaso soy yo?”; no tengo la seguridad de saber si en mí se cumple la voluntad del Abbá o no; no tengo certeza de que mi vida te agrade; me da miedo poder llegar a traicionarte, a separarme de tí, a aprovecharme de tí, como un Judas de este tiempo. Que la avaricia, la falta de generosidad que destruye la igualdad de una sociedad hermanada, no se apoderen de mí. Hazme, Santo Espíritu de Jesús, generoso, entregado, iluminado por la Luz del Cenáculo. Abbá, ¡ten compasión de mí! ¡Endereza mi camino si se desvía!
¡Me has seducido, Señor! (Canción)
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