Entre los textos que me impresionan, traigo hoy a mi página, un texto del abad medieval Isaac de Stella (Sermón 11: PL 194, 1728-1729). Nos ofrece una perspectiva mística del Perdón sacramental. Es así como hay que contemplar los Sacramentos de la Iglesia… y dentro de ellos el Sacramento de la Reconciliación. Isaac de Stella (1100-1070) fue un teólogo y filósofo inglés, que se hizo monje cisterciense tras la reforma de san Bernardo, y fue abad del pequeño monasterio de Stella, cerca de Poitiers (Francia). Él nos ofrece la meditación que hoy presento sobre la Confesión. Debe ayudarnos para no banalizar este magnífico sacramento, considerándolo únicamente desde una perspectiva clerical.
Hay dos cosas que corresponden exclusivamente a Dios:
Por ello nosotros debemos manifestar a Dios nuestra confesión y esperar su perdón. Sólo a Dios corresponde el perdonar los pecados, por eso, sólo a él debemos confesar nuestras culpas.
El Esposo y la Esposa
- Pero,
- así como el Señor todopoderoso y excelso se unió a una esposa insignificante y débil –haciendo de esta esclava una reina y colocando a la que estaba bajo sus pies a su mismo lado, pues de su lado, en efecto, nació la Iglesia y de su lado la tomó como esposa-,
- y así como lo que es del Padre es también del Hijo y lo que es del Hijo es también del Padre -a causa de la unidad de naturaleza de ambos-,
- así, de manera parecida, el esposo comunicó todos sus bienes a aquella esposa a la que unió consigo y también con el Padre.
- Por ello, en la oración que hizo el Hijo en favor de su esposa, dice al Padre: Quiero, Padre, que, así como tú estás en mí y yo en ti, sean también ellos una cosa en nosotros.
El Esposo, que es uno con el Padre y uno con la esposa,
- destruyó aquello que había hallado menos santo en su esposa y lo clavó en la cruz, llevando al leño sus pecados y destruyéndolos por medio del madero.
- Lo que por naturaleza pertenecía a la esposa y era propio de ella lo asumió y se lo revistió,
- lo que era divino y pertenecía a su propia naturaleza lo comunicó a su esposa.
- Suprimió, en efecto, lo diabólico, asumió lo humano y le comunicó lo divino, para que así, entre la esposa y el esposo, todo fuera común.
- Por ello el que no cometió pecado ni le encontraron engaño en su boca pudo decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera participa él en la debilidad y en el llanto de su esposa y todo resulta común entre el esposo y la esposa, incluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice: Ve a presentarte al sacerdote.
- La Iglesia, pues, nada puede perdonar sin Cristo, y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquel a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecados a quien desprecia a la Iglesia. Por lo tanto, no debe separar el hombre lo que Dios ha unido. Gran misterio es éste; pero yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
No te empeñes, pues, en separar la cabeza del cuerpo, no impidas la acción del Cristo total, pues ni Cristo está entero sin la Iglesia ni la Iglesia está íntegra sin Cristo. El Cristo total e íntegro lo forman la cabeza y el cuerpo, por ello dice: Nadie ha subido al cielo, sino el Hijo del hombre, que está en el cielo. Éste es el único hombre que puede perdonar los pecados.
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