Todos queremos estar junto al “rey”: los jóvenes junto a su “ídolo” musical, deportivo, tecnológico; muchas personas junto a su ídolo político, o religioso o cinematográfico… Nos encanta estar en la presencia del “rey”. El hambre de padre se transmuta en hambre de rey. ¡Así es nuestro mundo mitológico! Teresa de Jesús deseaba -en sus Moradas- ser llevada a la estancia más secreta del Rey.
Hoy celebramos la festividad de nuestro rey: Jesús, muerto y resucitado. Su reino no es “de este mundo”, pero nos hace soñar y desear un mundo nuevo.
Dividiré la homilía en tres partes:
- Añoranza del líder perfecto.
- Cristo tiene que reinar.
- Reunirá a todos, pero también juzgará
Añoranza del líder perfecto
¿Dónde encontrar aquí en la tierra y el líder perfecto, el líder soñado? Del buen líder esperamos que nos re-una, nos ayude a ser gran nación, comunidad feliz, que haga crecer en todos un espíritu común y entusiasta: ¿dónde encontrar una persona así… el presidente perfecto, el papa perfecto, el obispo o párroco perfecto, el superior perfecto?
En la primera lectura el profeta Ezequiel se muestra totalmente escéptico ante la posibilidad -aquí en la tierra- de un “líder perfecto”. Nadie, nadie lo es. ¡Sólo Dios! o ¡aquel en quien Dios se encarne! ¡Solo hay un Pastor capaz de re-unir a los dispersos! Dios mismo será nuestro pastor, nuestro líder; el cuidará de todos; no actuará con favoritismos, ni con prejuicios: “Juzgará rectamente entre oveja y oveja, persona y persona”.
¡Cristo tiene que reinar!
En la segunda lectura de san Pablo, el apóstol afirma con rotundidad “¡Cristo tiene que reinar!”. Se refería a Jesús en su tiempo, pero también a lo largo de la misteriosa historia de la humanidad. Cristo tiene que reinar en todo momento histórico y gobernar el mundo.
Hoy también Jesús “reina” como nuestro “rey invisible”. El día del Corpus lo hacemos visible en nuestras calles. Y si “reina” está poniendo a sus enemigos bajo sus pies. Jesús no nos somete a base de armas violentas, sino lentamente, porque “hace del amor su arma más poderosa” y … espera Irá derrotando a todos sus enemigos… El último será la muerte: cuando haya sido vencida, Jesús entregará el Reino a Dios-Padre, el Abbá.
Reunirá a todos… pero también juzgará
El evangelio nos presenta a Jesús bajo la imagen del Hijo del Hombre. Le encantaba a Jesús llamarse así: Hijo del Hombre. Esa era su tarjeta de visita. Una expresión que procedía del profeta Daniel. En su profecía hizo referencia a los poderes monstruosos y bestiales, que aparecen tantas veces en nuestra historia: son los que promueven guerras, crímenes, pobreza, abusos… Estos poderosos no tendrían la última palabra. El profeta Daniel profetizó la llegada de otro Poder que él denominó: “el Hijo del Hombre”: el poder alternativo a cualquier poder bestial. Y con esa imagen se identificó siempre Jesús: “Yo soy el Hijo del Hombre”, el rey del rostro humano.
Jesús es nuestro rey porque nos reúne cuando estamos distanciados y enfrentados. Nos reúne como individuos y como pueblos. Como hombres y mujeres. El Hijo del Hombre es nuestro juez justo y misericordioso. El Hijo del Hombre se identifica con quienes sufren el hambre, la sed, la cárcel, la enfermedad, la marginación…. En ellos está y por eso juzgará como Aquel que se identifica con los hambrientos, los sedientos, los enfermos, los encarcelados. ¡Misterioso rey que tiene su trono entre los últimos y olvidados!
Conclusión
Y con esta fiesta de Cristo Rey del universo llegamos al fin del año litúrgico 2022-2023. Este año litúrgico ha sido como un estupendo curso en la Academia de la Palabra de Dios. Agradezcamos al Espíritu Santo cada una de sus lecciones; agradezcamos cómo nos ha ido llevando por el camino de Jesús, por esta sinodalidad espiritual de cada domingo. Gracias a la Santa Trinidad porque en cada encuentro sacramental nos ha purificado, iluminado y unido. Y… así nos preparamos para un nuevo Adviento.
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