En el mensaje de la Iglesia se va escuchando cada vez con más frecuencia la expresión “ir contra corriente”. Un presbítero joven maduro defendía el otro día en uno de los canales de TV que ser cristiano hoy, en esta sociedad laicista, implica “ir contra corriente”. Si todos, si las mayorías van en una dirección, el cristiano ha de ir en la dirección opuesta, ha de tener la valentía de oponerse al mundo ambiente, a las ideas que se muestran victoriosas.Eso es lo que nos exigiría el Evangelio, Jesucristo.
Esta expresión no es nueva. Hace muchos años, se empleaba con frecuencia en la Iglesia. Eran los tiempos en los cuales no se hablaba aún de inculturación, de diálogo intercultural, interreligioso. Eran los tiempos en los cuales ciertos movimientos militantes y con un cierto fundamentalismo intentaban llevar el Evangelio a la sociedad ofreciéndole fórmulas drásticas, aseguradoras de una felicidad interior y eterna.
“Ir contra corriente” me suena a “misión contra gentes”. Es aquella misión que lleva en sí misma la contradicción, la oposición. Es lo que hace siempre la oposición política. La sociedad ha encontrado sus mecanismos de oposición dentro de ella. Quien va contra corriente siempre evoca lo diferente, critica el rumbo que lleva la humanidad, juzga la mala conducta de los demás.
Yo no me siento autorizado para tal tipo de oposición. ¿Quién soy yo para ir contra corriente, cuando mi Señor, Jesús, se encarnó y se acercó compasivamente a todos los seres humanos? ¿Quién soy yo para oponerme cuando mi Señor nos dijo “quien no está contra nosotros está con nosotros”? ¿Quién soy ya para ir contra corriente, si mi Señor me dice “quien esté sin pecado que tire la primera piedra”? Jesús, mi Señor, fue tan sagaz que nos decía: “haced lo que ellos dicen, no hagáis lo que ellos hacen”, y reconocía la autoridad del procurador romano y hasta la potenciaba al hacerle consciente de que la había recibido de Dios.
Donde no debemos pactar es allí donde se impone la idolatría. Ningún dios de este mundo ha de avasallarnos. Allí donde la gente olvide el pacto con Dios, la Alianza única que nos salva, allí hay que anunciar y atraer hacia el Amor que salva a la humanidad. Pero un ídolo es una versión limitada de Dios. Lo que hoy es más necesario no es destruir ídolos, sino hacer de ellos un camino hacia el Dios sin límites, sin errores, sin mentiras, sin infidelidades. Ayudar al divorcio de la idolatría, para buscar el Amor que siempre permanence.
En lugar de ir contra corriente, prefiero acompañar, estar al lado, compartir, sentirme prójimo. Hoy, en una sociedad cada vez más tolerante, nadie me va a obligar a volverme un ciudadano clónico. Seré yo, con mi originalidad, con mis experiencias y puntos de vista. Pero no iré en contra de nadie, ni siguiera de la corriente. Porque en las corrientes actúa también el Espíritu Santo. Él es el gran protagonista de muchas corrientes que han revitalizado a la humanidad. Pero si surgiera, por acaso, alguna corriente perversa, que nos lleve a la perdición, que nos pueda hundir a todos, entonces no me sentiré Mesías. Oraré intensamente al Abbá para que haga actuar su Espíritu y trataré de colaborar con Él cuando me lo pida.
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Pero no iré en contra de nadie, ni siguiera de la corriente.