Decía el teólogo Karl Rahner que lo mejor en la vida, siempre nos viene como “regalo”, como “algo inesperado, sorprendente”. Jesús, nuestro Maestro, nos pedía:
“¡estad siempre vigilantes, porque cuando menos os penséis llega…! ¡Buscad y hallaréis! ¡Llamad y se os abrirá!”
¡Sí!, estamos invadidos por la Gracia. Lo único que se requiere, para que la Gracia penetre en nosotros, es llegar a nosotros, es que ¡sea deseada! “No pidas a Dios maravillas, sino la capacidad de maravillarte”. En este domingo, 25 del año litúrgico, 20 de septiembre de 2020, se nos invita a estar muy atentos: no solo para evitar “contagios” de esta pandemia que nos acosa, sino -sobre todo- para no perder “oportunidades de Gracia”.
¡Firmar un gran contrato!
Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes.
Lectura del libro de Isaías (55, 6-9):
Hay que estar atentos a la vida. Cuando menos lo esperamos nos llega una oportunidad inédita, una posibilidad milagrosa. Cuando se pierde una de esas oportunidades exclamamos: ¡qué lástima, qué rabia, qué asco… no haber jugado, no haber aceptado, no haber entrado…!
La gracia nos llega cuando menos la esperamos. Sólo quienes están atentos, van acumulando en sus graneros. semillas de gracia -necesarias para vivir agraciadamente. ¡Así llega la Gracia por excelencia, esa gracia que llamamos “gracia de Dios”! Un poco antes del texto de Isaías, nos ofrece hoy la Liturgia, el profeta pone en boca de Dios estas palabras introductorias:
“Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y fieles promesas hechas a David”.
Esta es la clave para entender el texto primero de la liturgia de este domingo: quien esté atento y sea capaz de acudir tendrá la oportunidad de firmar el contrato de su vida, la Alianza de Dios.
De ahí vienen unas recomendaciones:
- ¡Busca al Señor mientras se le encuentra!
- ¡Invoca al Señor mientras está cerca!
- ¡Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes!
- El Señor ofrece un nuevo camino: ¡para vivir “divinamente”. Presenta un nuevo plan, un nuevo proyecto.
Allí donde se nos ofrezca la oportunidad de vivir “en Alianza” (establecer una amistad fiel, pertenecer a un grupo o a una comunidad, comprometerse solidariamente), de abandonar un mal camino, un plan malvado… ¡allí nos sale Dios al encuentro y nos ofrece vivir en Alianza! No perdamos la oportunidad de firmar un gran contrato, el contrato de nuestra VIDA.
¡Razones para seguir navegando!
Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (1,20c-24.27a):
Vivir es relacionarse. Destruir relaciones es como cortarse las venas por donde discurre la vida. Vivimos “para”… es decir “vivimos en red”. Las conexiones son vitales para la vida.
Pero hay una conexión de la que no se puede prescindir. Es como aquella conexión sin la cual un ordenador, un proyector, una iluminación, no funcionan: ¡la corriente eléctrica! Esa conexión se llama “Jesús”. Nos lo dijo él mismo cuando afirmó: “Yo soy la Vida”. Sin vivir para Jesús y desde Jesús no tendremos vida, vida eterna.
Por eso, quien quiera vivir, vivirá en abundancia, si vive para el Señor, conectado al Señor. Hablar de esto puede ser interesante. Pero de poco sirve, si no se tiene la experiencia. Cuando el Señor Jesús es nuestro principio de vida, todo en nosotros se llena de vitalidad, de luz, se potencian todas nuestras energías.
¡También en la muerte somos del Señor! También hemos de morir por el Señor. Aquí la palabra “muerte” no es la opuesta a la vida, sino que tiene el sentido de “muerte por amor”, que es la forma suprema de entregar la vida. Morir “conectado” al Señor es la forma más vital de morir. Porque es “pasar” a la resurrección.
¡En el atardecer… somos también valiosos!
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado.” Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña.” Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.” Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.” Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (20,1-16):
¡Los méritos! ¡Qué importancia tienen en la vida, en la sociedad, en la religión, los méritos! Por eso, hay homenajes, ascensos, reconocimientos públicos, libros conmemorativos, nombramientos honoríficos, beatificaciones y canonizaciones! Lo escuchamos decir con frecuencia: “¡es que se lo merecía! ¡Después de todo el esfuerzo realizado, era justo que obtuviera el premio! Incluso cuando hacemos el elogio de una persona que ha fallecido, ponemos de relieve, sus méritos. Por eso, solemos resaltar todo aquello que hizo, lo que trabajó, la calidad de sus obras, el prestigio que fue consiguiendo a pulso.
También los “deméritos”. Creemos que forma parte de la justicia hacer que “gane quien no se lo merece”. Solemos en ese caso criticar a quien “sin méritos especiales” escala, es ascendido, es reconocido. En tales casos nos come la envidia, travestida de celo por la justicia.
Y luego está el típico sermón de teología para nuestro tiempo que dice más o menos: “nosotros somos pecadores, no tenemos mérito alguno, lo bueno que hay en nosotros lo hace Dios, solo Dios”. Aunque se les suele escapar la lógica del razonamiento, cuando inmediatamente después el predicador de turno añade: “por lo tanto, hemos de orar mucho, de ser muy humildes… porque si no, Dios no actuará en nosotros”.
El evangelio de este domingo resulta desconcertante, porque rompe el sistema vigente de retribución de los méritos. El Señor de Universo puede establecer como quiera su sistema de retribución. “Los primeros serán los últimos y los últimos los primeros”, nos dice Jesús, aunque no acabamos de creérnoslo.
El Señor valora lo que una persona ha merecido, trabajando todo el día, o gran parte del día. Lo valora tanto, que le entrega el salario pactado. ¡Claro que nuestro Dios reconoce nuestras buenas obras y las valora y las premia! Lo que nuestro Señor no valora es la envidia, o una ley abstracta de justicia, que se aplica a todos de la misma manera. Dios es libre para conceder sus dones y retribuir a cada uno según su voluntad.
Siempre hay oportunidades. Lo importante es saber aprovecharlas. ¡Vivir a tope en todos los momentos de nuestra vida! Hay personas que ya se encuentran en el atardecer de su vida. Recuerdan tiempos antiguos y ahora sienten pena de su situación. Sin embargo, la “edad del oro” y del “diamante”, aunque no parezca útil o sirve de utensilio, es joya. ¡También en el atardecer somos valiosos!
Para contemplar
¡LA BENDICIÓN DESDE INDIA!
El Señor te bendiga… y te muestre su rostro
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