Regularmente los seres humanos nos vemos acosados por la insatisfacción: cuando nuestra acciones no responden a nuestros deseos, cuando nuestros sueños no se hacen realidad, cuando descubrimos nuestros límites o los defectos de los demás. Nos topamos cuando menos lo esperamos con nuestros límites, con fallos imprevistos. ¡Esto no funciona bien!
El ser humano está afectado por aquello que los franceses llaman la “incompletude”. La libertad deja muchas cosas en el aire. El misterioso azar permite contar con innumerables posibilidades. No nos rige el destino, ni una causalidad ciega. Estamos en un mundo abierto y sorprendente, para bien o para mal. Es la “incompletude”.
Uno podría rebelarse contra el Creador por habernos complicado tanto la existencia, sobre todo, cuando no tenemos la suerte de soslayar la desgracia. Y es que ésta nos amenaza por todas partes. Habrá quienes, precisamente por todo ésto, nunca den gracias al Creador. ¿Ha creado Dios el mejor mundo de los posibles? Es una pregunta que ha resonado frecuentemente en la historia del pensamiento.
Uno podría acomodarse a la realidad tan cual es y matar en sí mismo cualquier sentimiento de insatisfacción. Hay quienes, por ello, invitan a acoger las cosas como vienen, a contentarse con la finitud, a pasar de todo, para que nada de lo que pasa nos afecte excesivamente. La moderación y hasta la eliminación de los deseos sería esa medicina que permite una cierta tranquilidad, en la cual la insatisfacción quede sometida a los límites de lo tolerable.
En medio de estos dilemas me he preguntado qué actitud sería la más sabia. Y mi respuesta podría resumirse en los siguientes puntos:
- Acoger la limitación como gracia y no como desgracia. Hay árboles gigantes y centenarios juntamente con bonsais o plantas efímeras. Hay animales corpulentos, ingentes y animalillos apenas visibles. Hay grandísimas y lejanísimas estrellas y pequeñísimos y cercanos planetas. Hay seres humanos muy diversos, con diferentes apariencias, ideas, sentimientos, posibilidades; ancianos y jóvenes, innovadores y tradicionalistas, minuciosos y amplios de mente. Acoger la limitación es acoger la ecología de un pluri-verso que desafía nuestra capacidad de adaptación e integración en el todo.
- Resistir el aparente ataque de lo diverso para responder y activar nuestros mejores recursos en favor del todo. Hay que pasar de la guerra destructiva a la negociación, diálogo, armonización de la biodiversidad y así mantener vivos los procesos creadores.
- Liberarse tanto del pasado como del futuro: Vivir atados al pasado, juzgarlo todo desde las experiencias del pasado es retorno permanente al seno materno, renuncia a existir. Es volver la vista atrás, es cobijarse en lo ya conocido para negar lo desconocido. Hay quienes no desean otro futuro que aquel de volver al pasado de la propia familia, de los amigos, del mundo conocido. Y como consecuencia, el futuro deseado nada tendría que ver con el presente. El presente es rechazado por absolutamente insatisfactorio. Todo lo que en él acontece es des-preciado y no reconoocido. Sólo satisface un futuro soñado, un futuro distinto, programado totalmente por nosotros. Ahí no cuenta la Providencia ni el abandono a ella. ¡Sólo quienes se sientan liberados del pasado y del futuro, pueden disfrutar del presente, pues le basta a cada día su afán! Ni el futuro, ni el pasado: hacer del presente momento de gracia y satisfacción, descubrirlo como momento providencial, como punto misterioso dentro de una misteriosa historia, como parte de un designio amoroso.
Son admirables las personas equilibradas que llevan en su corazón la paz permanente y no por ello renuncian a la pasión, ni dejan de reconocer la limitación de todo lo humano. Son admirables aquellas personas que -en medio de tantas limitaciones- son capaces de crear equilibrios, que saben navegar por este mar agitado, saben sortear las olas y hacer de un viaje peligroso una preciosa y confiada aventura. Algo de esto debieron sentir los Discípulos y Discípulas de Jesús cuando en la barca pensaba que iban a ahogarse.
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