Asistimos estos días a un interesante y preocupante espectáculo mediático: la confrontación entre diversos líderes políticos que pretenden ganar las elecciones y con ellas el poder de dirigir la nación. Los medios de comunicación permiten que ese estado de confrontación llegue a todos los rincones de nuestro país. Eso mismo se reproduce en la Iglesia, en la Vida consagrada, quizá a niveles más discretos. Lo que sí es cierto es que se extiende y crece por doquier el reino de los inmisericordes y despiadados. ¿Será posible entrar por las puertas de la misericordia en este año jubilar? ¡Así no podemos seguir! La falta de misericordia hace crecer los desiertos interiores, la tristeza, y paraliza o destruye muchas energías que nos son necesarias para generar una nueva sociedad civil y religiosa.
Desde la in-misericordia política
Aunque se evita la violencia física, aunque hay reglas denominadas “del juego democrático”, abunda, sin embargo, otro tipo de violencia: psicológica, metodológica, política. Las mutuas acusaciones, los desplantes, la ridiculización del “otro”, llegan a extremos inimaginables.Hay asesores que enseñan a sus clientes políticos cómo utilizar las armas, cómo “dar caña”, cómo dejar en ridículo y “machacar” al adversario. ¡Se procura siempre -porque no es políticamente correcto- evitar la palabra “enemigo”! Pero en el trato se detecta que de eso se trata. Como por encanto aparecen en estos momentos nuevos dossieres de escándalos, corrupción, apropiación indebida… con el objetivo de obtener réditos electorales. ¡Se hará justicia más tarde… y ya ella dirá lo que tenga que decir! En este ámbito no se parte de la “presunción de inocencia”, sino de la “sospecha de culpabilidad”.
Respecto a la actual contienda política -antes de las elecciones del 20D- , y es honesto decirlo, sí percibo menos crispación que en otras ocasiones. Se da una “teatralización” del conflicto; pero hay más cortesía, menos acritud, más serenidad. El trato entre los contendientes es más amable. El formato de los debates, sin embargo, siempre bajo el imperio del tiempo, es “deformante”. Las mutuas acusaciones, el “usted miente”, o “es un corrupto”, son expresiones que nada tienen de justas, ni de misericordiosas.
En todo caso, este denso espectáculo político en tiempo de elecciones -tan intenso a nivel de calle y de medios de comunicación- se extiende de una manera difuminada a lo largo de la legislatura y se intensifica en los debates parlamentarios. Quienes debaten en la política se muestran muchas veces ¡inmisericordes! y a veces ¡despiadados! La demonización del adversario político -sea de la tendencia que sea- no es cristiana, no es humana.
… a la in-misericordia eclesial
Desde hace mucho tiempo observo cómo el sistema de los partidos políticos, sus debates, sus campañas, se reproduce en la Iglesia y, más en concreto, en la vida religiosa o consagrada. También entre nosotros hay facciones, partidos, grupos opuestos. También entre nosotros hay vencedores y vencidos. También entre nosotros hay contiendas para conseguir el poder. Y aunque Jesús nos dijo: “que no sea así entre vosotros”, la verdad es que no le hacemos mucho caso.
Los medios de comunicación eclesiásticos no son siempre inocentes. Los hay que eliminan al “enemigo”, al “otro”, simplemente haciéndolo desaparecer, o lo descartan, o incluyéndolo en un nebuloso grupo de “los progres”, “los avanzados”, “los de la teología de la liberación”, “la contestación eclesial”, o -por otra parte- en las etiquetas de “neo-con”, “tradicionalistas y conservadores”, “neo-liberales” o “posmodernos”.
Conocemos que los medios oficiales de comunicación de la Iglesia no se caracterizan por aceptar fácilmente el pluralismo: aparecen en ellos casi siempre los mismos rostros, las mismas firmas, las personas entrevistadas “de la cuerda”, preponderan las mismas opiniones… al servicio del poder vigente. Ahí se da el descarte y el olvido informativo: una pequeña reunión tiene a veces más cobertura informativa, que un acontecimiento eclesial numeroso. Una parte de la Iglesia…. ¡no existe para las otras! También hay medios informativos eclesiales que además de una información alternativa a la anterior, mantienen un cierto morbo haciéndose eco de presuntos escándalos que se dan entre nosotros y que después encuentran inmediatamente extensión informativa. Esto también tiene un efecto imitativo en pequeños círculos, que no pocas veces crean un estado casi permanente de difamación de determinadas personas. Una cosa es la denuncia del mal, allí donde se dé, y otra es dar pábulo a una malsana curiosidad que frecuentemente nos acosa. ¡Basta cualquier indicio de algo escandaloso, para que sea lanzado a los cuatro vientos! Se alimenta así un determinado morbo de tipo eclesiástico. Hay que discernir en este año de la Misericordia cómo la información religiosa tanto del descarte como del escándalo pueden entrar en un auténtico proceso de conversión.
En la Iglesia necesitamos una gran conversión a la misericordia entre los diversos partidos o facciones. Sí. Digo bien, porque hay tendencias teológicas (¡ideológicas!) que sostienen a nivel ideológico ese enfrentamiento. Existe también entre nosotros una tribalización teológica y espiritual. Hay muchos grupos que nunca se encuentran, ni dialogan, ni disciernen juntos. El Cuerpo de Cristo sigue estando desarticulado, descoyuntado. Es un Cuerpo que sufre demasiado.
Me permito una metáfora deportiva y futbolística. Nos falta en la Iglesia “juego en equipo”. Y esto no se consigue con una defensa omnipotente, una delantera débil y una media desconcertada o también a la defensiva. En la Iglesia necesitamos el liderazgo capaz de formar equipos en los cuales exista coordinación, armonía, trabajo conjunto y cada uno ocupe su lugar y ejerza con responsabilidad su función en favor del equipo. Necesitamos que también haya jugadores a la espera, en el banquillo, lo cual permitirá que cuando algún jugador esté fatigado o lesionado puede ser sustituido. Y obviamente, los lesionados necesitan tiempos de recuperación, a veces largos. Pero estos tiempos no son muertos, sino de preparación para entrar cuando llegue el momento en juego. Un equipo dividido siempre será vencido.
Cuando falta la misericordia, cuando nos tratamos unos a otros inmisericordemente, cuando juzgamos sólo por apariencias, cuando la sospecha determina nuestros pensamientos y acciones, no somos alternativa, somos como todos y no tenemos credibilidad para anunciar el Reino de Dios.
… a la inmisericordia en la vida consagrada
Se dice que es “denuncia profética”, o simplemente “decir la verdad”, pero ¡cuánta falta de misericordia también en la vida consagrada! Hay personas que son criticadas, difamadas, despreciadas, por sistema.
¡Cuántas fracturas grupales! La gente se distribuye en partidos que luchan entre sí: los partidarios/as de… y los “otros”. No vige entonces el discernimiento en el Espíritu, sino el encarnizamiento diabólico. Y esto ocurre cuando sistemáticamente se está “en contra”, cuando al “otro” no se le concede “ni un palmo de tierra”, ni siquiera su “buena voluntad”. Nos pedía san Antonio María Claret a sus misioneros: “excusen la intención, cuando no puedan excusar la obra”. No se puede vivir armoniosamente cuando se está siempre “bajo sospecha”, controlado, bajo detectives y acusadores.
He visto en la vida religiosa o consagrada a quienes se han sentido machacados, hundidos, humillados, desprestigiados, por un error cometido o sospechado. Ha habido superiores o líderes a quienes se ha maltratado en sus instituto e incluso en sus mismos Consejos. Ha habido Consejeros/as a quienes se les ha desplazado o no tenido en cuenta por sistema, porque representaban una alternativa.
Es muy fácil que se instalen en nosotros las dinámicas de debate, lucha interna, de los partidos políticos. Nuestras conversaciones privadas -con sus críticas, revelaciones de secretos- son la prueba de ello.
¿Qué pensaría nuestra sociedad laica, si se transmitieran por televisión nuestros debates internos, nuestras conversaciones y discusiones, nuestras intervenciones llenas de ira o soberbia, nuestras formas de humillar al otro, nuestros modos inmisericordes -a la cara o a espaldas, más frecuentemente- de tratar al adversario y porqué no decir al enemigo?
¡Abridme las puertas de la Misericordia!
La Misericordia ¡salvará al mundo, salvará a la Iglesia, salvará a la vida consagrada! Necesitamos ser revestidos por entrañas de misericordia, como el amor de una madre por su criatura.
Se entra en el misterio de la misericordia a través de varias puertas:
- La primera es la puerta de la mansedumbre: “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra”, nos dijo Jesús. La mansedumbre apacigua la ira interior que nos produce el que alguien nos contradiga, piense distinto, o actúe con violencia contra nosotros. La mansedumbre nos hace ser mar en calma, sereno. La mansedumbre nos hace poner “la otra mejilla” a quien nos ofende. Es la no-violencia, pero “activa”. La persona con mansedumbre puede decirle a la otra: “no hace falta levantar la voz”, “no se ponga nervioso”, “por favor, nada de violencia verbal”…. La mansedumbre crea contextos para el debate sereno, para el discernimiento en el Espíritu. Jesús nos lo dijo: “Aprended de mí, que soy manso de corazón”. Y la tierra no se posee nunca “sólo”, sino compartiéndola. La “tierra” a la que Jesús se refería, era la tierra de las doce tribus, la tierra santa. A cada uno se le prometía “un lote” (“el lote de mi heredad”). Pero la tierra entera no se le prometía a ninguna tribu: ¡sólo a los mansos, es decir, a los capaces de compartirla con todos! Nuestros hermanos/as africanos/as lo expresarían con esta palabra: ¡Ubuntu!
- La segunda es la puerta de la humildad: “por ella entran los humildes”, los anawim. El humilde sabe situarse ante el otro, el diferente, desde la verdad. No se sobre-dimensionh. No se hace “centro”. Es compasivo y no desprecia, ni juzga. Reconociendo la propia verdad, no se siente digno…., comprende, disculpa.
- La tercera es la puerta de la transparencia-verdad y la honestidad: la persona misericordiosa no se deja llevar por la hipocresía. Porque es misericordiosa consigo misma, es misericordiosa con los demás. Porque es verdadera consigo misma, es verdadera con los demás. La puerta de la misericordia no solapa el mal. Lo vence con la verdad y la denuncia misericordiosa. No se trata de exasperar el mal, sino de diluirlo poco a poco con la energía poderosa del amor.
¡Qué necesario es este año de la Misericordia! Para acabar con tantas personas inmisericordes y con tanta gente despiadada… que podemos ser cada uno de nosotros.
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