GENEROSIDAD, INCLUSIÓN, SAGACIDAD

Generosidad, inclusión y sagacidad. He aquí las tres palabras que resumen el mensaje del profeta Amós, del apóstol Pablo y de Jesús, nuestro Señor en este domingo 25 del tiempo ordinario. 

El profeta Amós: ¡generosidad! Am 8, 4-7

¡Que nadie se sienta seguro con sus riquezas… injustas!

El profeta Amós proclama que la avaricia lleva a las mayores injusticias: explotación del pobre, despojo de miserable, vender y nunca dar. Así actúan hoy determinadas empresas, instituciones y también determinadas personas. La avaricia se oculta tras legislaciones logradas a base de corrupción. Las personas, instituciones y naciones avaras se benefician de todo, empobrecen a los demás, y actúan aparentemente “según lo legal”. El imperio de la avaricia hace imposible la gratuidad, empuja a la miseria a millones de seres humanos y maltrata a la creación. 

Amós concluye su profecía con una terrible amenaza a los avaros: “¡Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones! Escuchará el gemido de los pobres y ¡les hará justicia! ¡Que nadie se sienta seguro con sus riquezas injustas! Y el salmo 112 lo ratifica cuando proclama que Dios “levanta del polvo al desvalido, alza de basura al pobre”.

El apóstol Pablo: ¡inclusión! (1 Tim 2, 1-8)

Orar por todos… expresión de un amor sin fronteras

San Pablo nos habla en la segunda lectura -carta a Timoteo- sobre la inclusión: ¡Orar por todos, sin excepción!  La oración de intercesión es una forma privilegiada del amor sin reservas, sin excepción ni discriminación: “A vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian” (Lc 6,27; Mt 5,44)). La oración por los enemigos es expresión de amor.

La oración por las personas que nos dirigen y rigen, por nuestras autoridades civiles, es un ejemplo de la oración por todos. Quienes representan a nuestras naciones, a nuestros pueblos, necesitan de la energía secreta de nuestro amor orante para ejercer su misión para bien de todos. 

La actitud partidista nos impide orar por quienes nos dirigen, porque nuestro deseo interior es que pierdan sus puestos, que sean destituidos. Pablo, en cambio, nos pide amarlos, aproximarnos a ellos, orar por ellos.  Y el argumento que nos ofrece es éste: ¡Dios quiere que todos los seres humanos se salven!  

Jesús murió “por todos”. Él es el mediador de la humanidad donde existen tantísimas diversidades humanas. Jesús vino a llamar a los pecadores. Quiso la humanidad de la inclusión y nunca de la exclusión, de la reconciliación y el perdón y nunca del enfrentamiento y la guerra. 

Jesús, nuestro Señor: ¡sagacidad! (Lc 16, 1-13)

¡Sagacidad para ser acogido y participar en el Reinado de Dios y no quedar excluido!

Jesús nos habla en su parábola de un administrador que fue acusado de malgastar y dilapidar los bienes de su señor, de cometer un enorme desfalco. El propietario lo cita y le exige presentar toda la documentación. El administrador, consciente de haber cometido fraudes, hace escribir nuevos recibos -enormemente rebajados- en perjuicio de su amo y destruye los anteriores. Consigue de ellos así “el derecho de hospitalidad” de aquellos deudores a los que ha favorecido. 

Concluye ahí la parábola. El “señor” que alaba al administrador fraudulento es Jesús. No alaba su delito, sino su astucia y resolución, su imaginación y forma de calcularlo todo, su rapidez y eficacia, por convertirse en un “héroe inmoral”. Y esto es lo que le interesa a Jesús: que sus discípulos comprendan que en el reinado de Dios solo pueden tener por Señor a Dios. Quien tenga otros señores aparte de Dios estará dividido y tensionado. No se comprometerá, no arriesgará, no tendrá fuerza interior. El administrador fraudulento no hizo nada a medias. Se arriesgó. Fue a por todas. Y por esto únicamente Jesús lo admira y lo pone como ejemplo. En momentos difíciles hay que ser sagaces, jugárselo todo, como el “héroe inmoral” de la parábola (cf. Gerhard Lohfink, Las cuarenta parábolas de Jesús, EDV) .

El mensaje de este domingo se resume en tres palabras: generosidad, inclusión y sagacidad. Se necesita inteligencia, talento, cordialidad para poder entrar en la arriesgada escuela del seguimiento de Jesús.

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