¿Está Dios maniatado? ¿Se encuentra con espacios acotados en los que no se le permite entrar? ¿Se encuentra con muchas prohibiciones a lo largo y ancho del planeta? ¿En su misma casa, puede hacer lo que quiere, le es permitido llevar adelante su proyecto, cuenta con colaboradores atentos? ¿O basta que proponga una cosa, sueñe con algo, para que inmediatamente se encuentre con un “no” que lo bloquea y lo echa para atrás?
De seguro que estas preguntas iniciales le parecerán a más de uno demasiado antropomórficas y pensará que nuestro Dios no es así; que impone su querer donde y cuando quiere, porque es todo poderoso y “lo que quiere lo hace”.
Sin embargo, el Dios que se nos ha revelado es creador de espacios de libertad, de autonomía, de procesos que se autogestionan. A esto lo llamamos leyes de la naturaleza, procesos de azar, o libertad humana. El poder de Dios se muestra en su capacidad de crear la libertad y en su humildad para retirarse cuando el querer humano se lo exige; tenemos la capacidad de entristecer al Espíritu Santo, como nos dice la carta a los Efesios. Por eso, allí donde hay un pacto entre Dios y el ser humano, el pacto puede fracasar por una de las partes. Y la misión ¡es un pacto de colaboración mutua!
¿Misión sin Dios en el puesto de mando?
Todas estas preguntas se me ocurren cuando pienso en la misión. No suele ser frecuente encontrarse con personas o grupos con una explícita “mística de misión”, conscientes de que han sido enviadas para realizar no su voluntad, sino la de Otro. Hacemos fácil y alegremente proyectos de misión, de pastoral, nos implicamos en un montón de actividades. Pero la pregunta de fondo es: ¿contamos con nuestro Dios? ¿Consultamos a Dios? ¿Realizamos el proyecto -diría yo exageradamente- bajo su dictado? O ¿más bien nos limitamos a pedirle al final que bendiga “nuestros” planes, o simplemenete “que nos ayude”? La cuestión es muy seria. De una u otra respuesta depende que estemos “en pista” o “des-pistados”, corriendo bien o corriendo en vano. La misión puede convertirse en “idolátrica” en menos de un tris: aunque lleve el nombre de Dios, puede ocurrir que a partir de un determinado momento ya no haya Dios en el puesto de mando.
Yo sé que la buena voluntad puede suplir la falta de conocimiento; que uno puede estar “en la honda de Dios” aunque no siempre sea consciente de ello. Pero es una pena, que discípulos y discípulas de Jesús nos olvidemos de que nuestra más preciosa identidad consiste en “ser elegidos y enviados a evangelizar” y para ello hemos quedado ungidos por el Espíritu Santo. No somos trabajadores que han encontrado trabajo, ni empleados de una empresa que cumplen su contrato. Somos el grupo que busca al Señor y sólo desea cumplir su voluntad, realizar la misión que él nos confíe. Ser conscientes de esto ilumina nuestra identidad y potencia nuestro compromiso.
Supongamos, por un acaso, que de repente nos diéramos cuenta de que parte de la actividad que lleva entre manos la Iglesia y dentro de ella cada una de nuestras comunidades, movimientos o personas, está al margen de la misión, que de enviados de Dios hemos pasado a ser autónomos. Supongamos que los obreros están trabajando, pero no en la mies, sino fuera de ella o que han sido enviados a la viña de Dios y se han comprometido con otra.
La misteriosa voluntad se llama “missio Dei”
¿Cómo puede conocer la voluntad del Señor quien apenas conecta con Él, quien no hace su tarea en “obediencia permanente”, quien no busca apasionadamente las señales de su voluntad? Pero a esto se añade otra pregunta: ¿quién puede atreverse a decir que conoce la misteriosa voluntad de Dios?
La oración del padrenuestro ilumina nuestra inquietud. En ella Jesús nos exhorta a exclamar: “¡Abbá, hágase tu voluntad!”, o lo que es lo mismo “¡haz tu voluntad! Hay gente hospitalaria, tan hospitalaria, que atosiga al huésped tratando de ofrecerle lo mejor: “toma ésto…. siéntate aquí… vete allá… duerme hasta… no te levantes…”; quien acoge impone al huésped-en este caso- su buena voluntad. Otra cosa sería que simplemente le dijera al huésped: “¡toma posesión de tu casa, haz en ella lo que te plazca”. Esta segunda actitud es la que se muestra en la petición del Padrenuestro. Invitamos a nuestro Dios a que cumpla su voluntad aquí en la tierra, como ya la cumple en el cielo.
No nos pide Jesús que nos comprometamos a hacer la voluntad de Dios. Ni siquiera nos invita a conocer la voluntad de Dios. Solo nos pide que le dejemos actuar y que pueda realizar su querer su limitaciones. Jesús nos pide realizar un acto de entrega, de absoluta disponibilidad, para permitir al Abbá cumplir en nosotros, en el mundo, su voluntad. Ese “fiat voluntad tua” suena a acto creador -pero que cuenta con la libertad humana-. El “fiat voluntas tua” puede también expresarse como “fiat missio tua!” “hágase tu misión”. El Padrenuestro nos invita a crear espacios de buena voluntad donde nuestro Dios pueda cumplir su voluntad.
La “missio Dei”: un pacto de colaboración
El querer de nuestro Dios va en una direccion muy clara: llevar adelante la misión de su Hijo Jesús. Y como el Hijo subió al cielo y está sentado a su derecha, envió al Espíritu Santo. La voluntad del Abbá es que el Espíritu Santo lleve a culmen la misión de Jesús. Desde hace tiempo hablamos, tanto los hermanos y hermanas de la Reforma como nosotros, de “missio Dei”, la misión que tiene a Dios como gran protagonista. En esta misma línea la teología escolástica hablaba de las “misiones divinas”. La verdad es que desde el día de Pentecostés el Espíritu está en misión, ha sido enviado por el Abbá y el Hijo resucitado y está presente y actúa en toda la tierra. Él lleva adelante y a cumplimiento la misión de Jesús, que como el Padre está en el cielo. El Padre y el Hijo están presentes entre nosotros “en el Espíritu”.
Pero la misión del Espíritu se realiza a partir de un gran pacto de colaboración misionera. El día de Pentecostés el Espíritu quiso contar con todas las personas sobre quienes se posa o a las que unge. El Espíritu nos sella, nos marca, para la misión y hacer posible la llegada del día de la redención. El Espíritu nunca actúa solo, sino que moviliza a otros, por eso, cuenta con miles y miles de colaboradoras y colaboradores. En ellos se expresa. Utiliza los más variados carismas para llevar adelante y a cumplimiento la misión del Hijo, confiada por el Padre. El Espíritu nunca da la cara, nunca aparece, pero está en todo, siendo el gran protagonista de la Misión, el gran dinamizador, el gran unificador. “La misión es una”, dijo el concilio Vaticano II en el decreto “Apostolicam Actuositatem”, número 2. La misión es la misión del Espíritu Santo. De la misión del Espíritu nace la Iglesia. La misión es la madre de la Iglesia. De la misión del Espíritu nace cada iglesia particular, cada congregación, cada comunidad. Pero, eludiendo todo primer plano, el Espíritu actúa a través de múltiples ministerios, servicios, carismas. ¡Ese es el magnífico pacto de la misión!
La misión es espiritualidad
Concibo la espiritualidad como sensibilidad, ductilidad, porosidad, docilidad, abandono consciente y libre, ante la presencia y acción del Espíritu Santo. Espiritualidad es dejarse mover, llevar, e-mocionar, con-mocionar, activar. Y es, entonces, cuando de verdad se nos revela algo de la misteriosa voluntad de Dios, es entonces cuando nuestros pensamientos y planes se diluyen ante los proyectos de Dios, como la nieve ante la luz y el calor del sol.
No se está en la línea de la misión simplemente porque algo se pone de moda, o porque cuenta con el aplauso de la progresía. Los profetas colaboran con el Espíritu sufriendo profundas alteraciones en su forma de pensar, de sentir y de actuar. No es voluntad de Dios simplemente aquello que cuenta con más votos o con mayor consenso, ni tampoco aquello que parece que se establece en el “no” permanente a lo que desean las mayorías. Quien busca la voluntad de Dios y, sobre todo, quiere estar en sintonía con ella, no es un fundamentalista que todo lo sabe, ni un escéptico a quien todo le da igual: es una persona mística que se deja modelar, llevar y a quien no le importa equivocarse con tal de seguir en la dirección marcada por Dios.
Sí. La misión es espiritualidad. Y la espiritualidad es misión. Es vivir en el Espíritu. Actuar desde el Espíritu. Moverse en el Espíritu. Es el Espíritu del “Fiat” quien realiza la voluntad del Padre.
Tengo la confianza segura de que en todo tiempo y lugar, el Espíritu Santo, nuestra Santa Ruah, actúa, conduce la historia, hace presente el Reino. Pero solo las personas movidas por él tienen ojos y ven, oidos y oyen, manos y actúan.
Queda ahí la advertencia de la carta a los Efesios: “¡No entristezcais al Espíritu Santo, con el que fuisteis sellados para el día de la redención!” (Ef 4, 30).
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Muy buen artículo! Me han impresionado mucho las preguntas sobre si ¿estaremos haciendo la “obra de Dios, sin Dios”? Como la cuestión de ¿Cómo sabemos que cumplimos lo que Dios quiere de nosotros?
Es un tema muy profundo, y delicado. Creo que, muchas veces no estamos a la escucha del Espíritu para saber que es lo que el Señor quiere de nosotros.
Desde el servicio de gobierno que ahora realizo en la Congregación, este tema me preocupa y mucho, sinceramente, pienso que algunas veces tomamos decisiones, pensando que son por el bien de la Congregación, pero no sé si es lo que realmente quiere Dios de nosotras.
La verdad es que, desde que estoy leyendo el libro “Cómplices en el Espíritu”, siento esa necesidad de silencio interior, para ver que quiere Dios de mi y como he de llevarlo a cabo.
Gracias por el artículo.
Es una reflexión interesante, “Hágase tu misión”, donde el único requisito es que lo dejemos actuar y hacer su querer sin limitaciones. Un acto de entrega y absoluta disponibilidad para hacer su voluntad. Es de vital importancia la colaboración de parte nuestra, que se deje en libertad el actuar del Espíritu Santo, que nos movilice, para dejarlo ser el protagonista de la Misión, de ahí que entonces seremos los “cómplices del Espíritu”.
Cada instituto demuestra este actuar del Espíritu, pues vemos que hay muchos y muy variados carismas, los cuales siguen vigentes o surgen nuevos, lo que muestra una Iglesia viva, en continuo movimiento.
Me resultó motivador el apartado de “la misión es espiritualidad”. En el sentido de que todo el que busca la voluntad de Dios, debe dejarse modelar, llevar, vivir, moverse desde el Espíritu… considero que esto requiere de una vivencia íntima en la oración, para conocer y reconocer la voz de Aquel que nos llama continuamente a hacer presente el Reino.
Gracias Profesor José Cristo Rey, por tan sencilla y a la vez profunda reflexión.
Definitivamente el llamado a los Cristianos, y desde mi condición de religioso me atrevo a decir que de todos los consagrados, es a contemplar de manera más radical la presencia de Dios en la misión que ejercemos en la Iglesia. Es preocupante la manera en la que nos dejamos llevar de las múltiples actividades y responsabilidades que tenemos, y aunque las realizamos de la mejor manera, no hacemos conciencia de que nos inspira el Espíritu con esa labor concreta. El perder de vista este pequeño detalle es el que sin duda, nos pone en una situación de egocentrismo y autoreconocimiento que muestra, en muchas ocasiones, nuestro rostro y no el rostro de Dios.
¡Que buen artículo! vale la pena hacerlo extensivo en nuestras comunidades y replantear la manera en la que ejercemos la misión de Dios (no nuestra misión) en la Iglesia y en el mundo.
Que lindo articulo, me ha proyectado alegría , luz, esperanza y una reflexión, me ha cuestionado también, una interpelación. ¿Es el Espíritu de Dios Padre, el Espíritu de Jesús, el mismo espíritu que nos dió el entendimiento en el día de pentecostés, es el Espíritu que mueve a la Iglesia, el que nos impula a realizar y a gestionar nuestra tareas?
Yo espero que si, que seamos capaces de dejarle actuar y que nos dejemos llevar por esos caminos inimaginables que solo Dios nos puede hacer. Qué dejemos que el haga su verdadera voluntad en nosotros, y no nuestro capricho determine nuestras decisiones.
Muchos creemos que la voluntad de Dios es algo arbitrario, se cree que Dios se opone a la propia voluntad. Y que uno no puede rendirse sencillamente a la voluntad de Dios. Dios mis queridos hermanos es Libre y te da toda la libertad para decidir con inteligencia y verdad. ¿Es mala nuestra voluntad? Jesús apela a la voluntad de las personas, le pregunta al paralitico junto a la piscina ¿Quieres curarte?(Jn 5,6)La voluntad es importante para curarnos, para seguir a Jesús y para realizar sus enseñanzas en nuestra vida. Pero también esta el capricho. Creo que hay que ser obedientes a Dios y desprendernos de nuestra propia voluntad… La voluntad de Dios causa en nosotros paz, libertad y amor. Nuestra voluntad superficial, por el contrario, causa dispersión, y a veces dureza, estrechez y excesiva exigencia. Caminemos hermanos haciendo siempre la voluntad de Dios en nuestras vidas, en nuestra obra, en nuestra comunidad, para amar y servirle mejor. Un abrazo para Todos y Feliz Navidad. Que la Navidad se ha echo carne para vivir entre nosotros.
Maravilloso artículo…. muy bien. ánima e impulsa.
Me ha gustado mucho el artículo. Pues a dejar actuar y realizar el querer de Dios en nuestras vidas. Por su gracia superar nuestras limitaciones y a ejemplo de Jesus, realizar un acto de entrega, de absoluta disponibilidad, para permitir al Abbá cumplir en nosotros, en el mundo, su voluntad.
“fiat missio tua!” “hágase tu misión”.
“Fiat missio tua!” ¡Hágase tu misión!
Muy buen artículo! Qué importante recordar y re-ubicarnos desde la mística de la misión, donde es el Espíritu el gran protagonista de ella. De parte nuestra está nuestro compromiso de dejarnos llevar por Él, por su impulso misionero, discernir su querer y buscar de maneras creativas realizar su misión.
Qué interesante identificar “hágase tu voluntad” con “hágase tu misión”, pues el mismo Dios siendo en su esencia misionero, nos remite inevitablemente a su propia naturaleza que es la misión.
Después de leer esta entrada, vuelvo a reflexionar sobre algo que me ronda muchas veces y es la enorme dificultad que encuentro en saber distinguir entre “mi voluntad” y la voluntad de Dios en mi vida. Hay cosas en las que es muy fácil saberlo, al menos tenemos criterios clarísimos para ello: si te lo piden tus superiores normalmente irá enmarcado en la voluntad de Dios, si es parte de las responsabilidades inherentes a tu trabajo, si es parte del cumplimiento de los mandamiento como el de honrar a tus padres”… pero luego hay mil cosas, mil detalles en el día a día en los que las cosas se desdibujan y mucho. Como miembro de un Instituto Secular, para mí misión es todo lo que hago cada día, porque mi misión es simplemente permanecer en medio del mundo, allí donde estoy pero desde Él. Es verdad que llevo a cabo acciones pastorales concretas, pero sé que aún no pudiendo hacer ninguna actividad de evangelización específica, mi misión no quedaría mermada porque mis primeros lugares de misión son mi trabajo, mi familia, mi entorno más cercano… esto que parece que simplifica las cosas, en realidad las dificulta mucho porque ¿cómo distinguir en pequeños detalles si llevo a cabo la voluntad de Dios o la mía? ¿cuál es la missio Dei en mi vida tan pequeña, sencilla y cotidiana?
Creo que puedo esbozar una respuesta en la última parte de la entrada, creo que todo es cuestión de “espiritualidad”, de estar abiertos al Espíritu, de afinar la escucha de su soplo, de ser más sensibles a su paso, de cuidar los pequeños detalles donde nos jugamos la vida entera y hacerlo desde la apertura a esos pequeños toques del Espíritu que nos van guiando con suavidad (a veces demasiada) … Todo un reto.
Me ha gustado mucho el artículo. Sobretodo la invitación a ser colaboradores del Espíritu en nuestro mundo desde una profunda espiritualidad. Ojalá los bautizados vayamos desarrollando esa sencibilidad, docilidad, porosidad y abandono consciente y libre al Espíritu para que siga realizando el proyecto del Padre en nuestro mundo. Ojalá tengamos la sencillez para descubrirlo actuando en tantas personas de buena voluntad que se cruzan en nuestras vidas…
Hay en este artículo, una gran riqueza, para rumiar tanto a nivel personal como comunitario. Me ha fascinado el tema del Espíritu, su protagonismo en la misión, es alucinante. Si tuviéramos ésta certeza presente siempre, de que es el Espíritu quien lleva la batuta, andaríamos menos preocupados, y más ocupados en el “fiat voluntas tua” y en el “fiat misio tua”. Que el Señor nos regale la gracia, la fuerza, la docilidad y la humildad necesaria, para dejarnos llevar por el impulso innovador del Santo Espíritu, que nos invita a salir de nuestra zona segura, para transformarnos, moldearnos y sobretodo para guiarnos, en el camino de la búsqueda incansable de la “misteriosa voluntad del Padre”.
Muy enriquecedor el artículo. Es conmovedor sentirnos colaboradores en un Proyecto en el que siempre se nos repeta, se nos deja libres. Solo desde la libertad podemos exclamar: “Hágase tu voluntad”, “Hágase tu misión”.
Pienso que no hay otro modo de acertar con la voluntad del Padre que dejarnos renovar por el Espíritu. Y éste por lo general se nos manifiesta a través de las mediaciones, de la realidad cotidiana y tantas veces “gris”.
Ánimo a todos y buen fin de año 2020.