Una vez más traigo aquí, a mi blog, una reflexión de mi hermano Antonio, magistrado, sobre la no imposible tentación de lucha interna entre los países europeos, en un momento como el actual. “Ecclesia in Europa” sigue siendo una llamada para enlazar a todas las Iglesias europeas en un gran proyecto de solidaridad y de discernimiento colaborativo. ¡Somos Europa! Y desde aquí… queremos hacer de nuestro Planeta “NUESTRA CASA COMÚN”. Le doy muchas gracias a mi hermano por esta reflexión que me ofrece personalmente, pero que yo -como hermano mayor- me atrevo a compartir una vez más con quienes se acerquen a este blog, de cualquier continente que sean. La solidaridad continental es el mejor camino para lograr nuestro mayor sueño en el planeta tierra: “LA CASA COMÚN”.
El confinamiento a que nos vemos obligados la mayoría de los ciudadanos europeos no debe comportar el confinamiento de las ideas, de los análisis y de las propuestas. Una reflexión que más de uno se habrá hecho en estos días es la de “qué pasa con Europa”. Nos preguntamos si en esta situación tan impensable, tan dramática y confusa las instituciones europeas están dando la debida respuesta a un problema que a todas luces es global, mundial, planetario, y que ha generado y está generando un impacto imprevisible sobre la vida cotidiana y sobre la vida económica del mundo occidental.
De esta situación vamos a salir con llanto, pero con esperanza; con menos riqueza, pero con austeridad; con una población aplastada, pero con mayor espíritu de solidaridad; con el sentimiento victorioso de haber superado el virus, pero con la sensación de fragilidad que nos ha generado el contagio y la muerte.
Habrá dos frentes en los que librar la futura y larga batalla de la recuperación: uno, el más directo e inmediato, el de nuestra nación; otro, más mediato, pero no por ello lejano, el de la Unión Europea.
No es momento de traer a la mente todos los defectos y lagunas que la Unión Europea ha venido manifestando desde sus inicios. La UE está ahí con todos sus lunares, pero está. La UE está ahí con todos sus enredos burocráticos, pero está. La UE está ahí con todas sus frustraciones, pero está. Los europeos de los años posteriores a la segunda guerra mundial no la tenían. La tuvieron que construir sobre las cenizas de la guerra y tuvieron que pasar años para que su configuración se consolidase y comenzase a funcionar. Europa prosperó con la Unión. España se ha beneficiado no poco con la entrada en la Comunidad Europea desde 1986. Las instituciones están ahí (por mucho que queramos criticarlas y denostarlas).
Ese estar ahí supone que Europa tiene bases, fundamentos, pilares para seguir funcionando y ofreciendo a sus habitantes (y al mundo) soluciones. La crítica no debe llevarnos a la eliminación de algo que ha tardado tanto en consolidarse. Sobre todo, la crítica no sería honesta si no ofreciese una alternativa a la realidad existente. ¿A dónde iría Europa sin su Unión y sin sus instituciones? ¿Nos iría mejor con el individualismo nacionalista, con el alejamiento de los pueblos de nuestro continente, con la competición entre naciones, con las suspicacias mutuas?
Puede que Europa, como realidad política, esté enferma, que haya entrado en ella el virus de la excesiva burocracia, del excesivo mercantilismo, de la excesiva obesidad administrativa, del excesivo déficit democrático. Pero no tenemos otro guardián alternativo, ni otro tren en el que montarnos para alcanzar un futuro mejor. Europa no debe desaparecer. Europa necesita “más Europa”.
Y en ese “más Europa” hay que incluir el pensamiento, la ética, el esfuerzo, el sacrificio, el diálogo, el trabajo en común. Nunca han faltado en Europa filósofos, pensadores, intelectuales que reflexionaran sobre los problemas de la vida, de la convivencia, de la historia y ofrecieran sus soluciones. Tampoco han faltado políticos de gran talla que han sabido encauzar situaciones difíciles e incluso trágicas. A un mejor nivel de vida y a una más empática convivencia han contribuido también no pocos artistas, creadores e inventores. Hasta los poetas han insuflado su ánimo para superar los problemas. Ahí está la tan citada frase de Hölderlin de que “allí donde está el peligro, crece también lo 10 que salva”. No cabe duda de que esta Europa, la que parece tan en crisis, contiene en sí un gran capital humano (hombres y mujeres) con capacidad de lucha y de superación y en el que se integran (porque es posible) las distintas sensibilidades y enfoques aportados por cada pueblo.
En estos momentos difíciles (y los que les seguirán) hay que desear ardientemente que Europa no se vaya. Que, aunque enferma, trate de recuperarse; que vamos a luchar por sanarla, por fortalecerla, para que siga apoyando a todos los europeos y pueda ofrecer la confianza que los seres humanos necesitamos ante el horizonte sombrío que se ha abierto ante nosotros y en el que se han apelmazado todos los nubarrones que hasta ahora parecían dispersos (desigualdades, migraciones, pobreza, cambio climático, terrorismo, recesión económica, epidemias, envejecimiento, etc…).
Una nueva conciencia europea tiene que verse reflejada en las escuelas, en las universidades, en los medios de comunicación, en los Parlamentos, en los Consejos de Ministros, en el arte, en la literatura, en las tertulias y en los encuentros ciudadanos. Una nueva conciencia que contribuya mejorar la estructura y el funcionamiento de la Europa política y económica y que derivará sin duda en una mejor imagen de Europa ante el mundo. Una Europa que aparezca adornada con los valores de la libertad, de la justicia, de la solidaridad y de la promoción de la dignidad humana.
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